Poema 514: El mundo a tus pies

El mundo a tus pies

En la desapacibilidad de comienzos de mayo

una salida en bicicleta con mi hijo es algo mágico,

el esplendor del campo, el esfuerzo,

un silencio de pedalear e impregnarse de los colores

de esta primavera que me evoca la del confinamiento.

Soy consciente de la maravilla del instante,

de la conexión sin palabras, de la dualidad establecida,

una transmisión inmaterial de ideas, de movimiento,

el placer de triscar montes y sembrados,

de vislumbrar una combinación inesperada de flores,

de ascender a lo alto de un monte, sin resuello.

Todas las obligaciones diáfanas han desaparecido,

la vista abarca campos ondulados, árboles de hojas tiernas,

algunos senderos apetecibles, ocres entre el verdor;

también una sensación efímera de volatilidad:

después de este instante vendrá otro también irrepetible,

habrá otras felicidades que apenas podré fijar un instante

devoradas por la velocidad imparable de los acontecimientos.

El mundo a tus pies permanecerá en la retina,

elongará el tiempo más allá de mi tiempo y fortaleza.

Poema 467: En las mañanas felices

En las mañanas felices

En las mañanas felices garabateo unas palabras

en un cuaderno de tapas negras

mientras me asomo a la ventana

para ver a mis hijos andar hacia el instituto.

Parecen días que se suceden sin fin,

terminarán como terminó la guardería y el colegio,

y la consciencia de otro tiempo caerá de golpe.

No todo es felicidad ni calma:

cada día hay centenas de luchas, domésticas, ideológicas,

algunas físicas y otras mentales,

búsquedas y estrategias, decisiones rápidas,

marejadas de fondo y lunas que asoman o se esconden.

Tras esas palabras a menudo repetitivas y vacías

leo uno o varios poemas;

esas lecturas abren ventanas mentales,

a veces me traen de vuelta a la escritura

o a notas que me servirán más adelante.

Es nuestro tiempo de padres en una alta meseta,

en la que a veces hay tormentas mezcladas con abrazos,

restricciones y normas que cuesta cumplir.

Se mezclan los libros por leer con la adolescencia,

reafirmación de personalidades incipientes,

imitaciones y modelos, palabras y una forma de contar

y de interpretar el mundo.

A veces una perturbación en el trampantojo

hace la realidad aún más hermosa en su estabilidad:

Bansky sigue pintando bajo la lona, anónimo y genial,

ajeno a las vicisitudes y los accidentes.

Caminan inmersos en sus problemas

esos que a veces rozan los de los adultos y siempre son otros.

Salir de sus pensamientos y esbozar una sonrisa es aún sencillo,

igual que los abrazos y las risas en familia.

Las rutinas de cada día ensanchan mi mundo,

incluso cuando recorto o minimizo mis tareas laborales.

La mañana se pierde ya en prisas,

en el tráfico de la ruta elegida

entre Sinfonía de la Mañana y Música a la Carta.

Permanece la imagen de los adolescentes caminando.

Poema 445: Bendita Felicidad

Bendita felicidad

Él duerme.

Toca el piano con soltura,

se llena de memoria y de notas,

se mide conmigo cada día.

Ella se relaciona,

queda bien con todo el mundo,

empatiza hasta el tuétano de sus huesos.

Veo pasar sus momentos,

los días llenos de una felicidad muy alta,

repletos de acontecimientos.

Pienso, escribo, disfruto,

leo poco, pero pausado y consciente

del poder evocador de las palabras.

Atisbo la vorágine de cuanto sucede,

la gracia del olvido selectivo,

el engaño colectivo tan reiterado.

Bendita felicidad de libros acumulados,

de conocimiento y belleza,

de contacto intenso con la naturaleza.

No hay tantas rutinas placenteras,

ni tantas extravagancias exquisitas,

solo el cultivo sosegado del bienestar.

No dejo pasar el instante, ni la ocasión efímera,

ni tan siquiera un poema vislumbrado,

ni esa risa –rara avis– tan amiga.

Existen las oscuridades y el dolor,

algunos presagios difíciles de ignorar,

el fin absoluto de los tiempos en que vives.

Y sin embargo suena la música,

coexisten las bellas palabras

con miradas llenas de energía y pasión.

El tiempo nunca dura suficiente,

ni la belleza, ni los rituales, ni el amor,

solo el amplio instante perdura inmarcesible.

Poema 397: Final del verano

Fin del verano

Los días se vuelven poderosos,

más allá del riesgo del vacío existencial,

hay vetas, filones, hilos marcados

llenos de brillo y promesas,

converges bajo una nube protectora

y de allí salen hipótesis, consejos, ideas.

Y de repente una lectura se vuelve procedente,

e imprescindible,

las conexiones gigabyticas se incrementan,

y ese juego de actividad mental

se convierte en trampantojo del silencio.

Has transitado por senderos ancestrales,

te has bañado en el mar Cantábrico,

has volado por la cuenca danubiana en bicicleta,

has conocido personas con cierta aura personal,

y vuelves a la sede dinámica y protectora.

Asientas cada día tus equilibrios personales,

improvisas, enfocas, sostienes,

un entramado de detalles preciosos,

de búsquedas incesantes, de aprendizaje,

cara vista u oculta, serenidad.

Nada te pertenece, ni el tiempo, ni los libros,

ni siquiera el dominio de ti mismo;

evalúas el límite entre la dicha y el vacío,

entre la soledad buscada y la ausencia de energía.

Un viento fresco o una luz en el ocaso,

toda la belleza fundida en un abrazo infantil,

en palabras con tenue pronunciación,

en ideas a corto plazo, incapaz de ver más allá.

Poema 395: Las nubes en el cañón

Las nubes en el cañón

Tumbado en el cañón horadado por el agua,

tras el baño en la poza helada,

absorbo con presteza la energía de la piedra,

me lleno de su calor.

Las nubes del cielo bailan un vals lento,

no puedo dejar de mirarlas:

descubro formas de animales, de países,

fantasmas, ataques, mordiscos.

De repente me pregunto:

¿de dónde sale mi imaginación?

¿Qué soy capaz de vislumbrar?

Entiendo mis limitaciones sobre las formas,

estas cambian al ritmo que mi cerebro adivina,

como si estuviera estipulada la velocidad.

El vals lento semeja al de los cuerpos que se juntan,

nubes amorosas hacia otras nubes,

todas de riguroso blanco inmaculado,

se acercan y se alejan, desvaneciéndose con ceremonia.

Un dragón humeante ataca una oveja,

el mapa de la península se convierte en un fiordo,

siento algo de felicidad en la contemplación,

algo tan sencillo y al tiempo tan espectacular.

Una corona o un continente, busco y encuentro,

cada imagen es contrastada con una base de datos

alojada en mi cerebro después de tantos años;

reconozco la presteza mental en ese instante.

Siento el placer del sol, el ruido uniforme del agua

que desciende en cascadas entre las grandes piedras,

la luz, la brisa, el azul tras las nubes blanquísimas,

ese bienestar profundo lo asimilo a la felicidad.

Poema 379: Destellos

Destellos

Destellos de felicidad, verdor, despreocupación,

de una vida intensa en la naturaleza,

pura ficción:

estás en un relato impresionista

en el que tú construyes con tu conciencia la historia,

limas y descartas, minimizas el mal tiempo

o las carencias y el aburrimiento.

También el dolor.

Sobrevaloras la soledad, pagado de ti mismo,

lleno de una salud que no durará mucho.

Sin embargo esos destellos tienen consecuencias,

han sembrado dudas teóricas y duendes silenciosos

hacen un trabajo constante de zapa ante la fealdad,

la prisa, las prescindibles acciones de cada día.

Vano caudal de luces y canto de pájaros,

asombro ante la belleza de la jara en flor,

fotografías de un intenso verdor primaveral,

un baño en aguas frías, puras, cristalinas,

diluidas por el tiempo voraz y veloz,

ese que vas a gastar rodeado de ruido,

de una nube tóxica invisible cuando estás en ella.

La conciencia tapa y adormece, ensalza y eleva

las necesarias acciones para la supervivencia

en un medio social hostil con apariencia protectora.

Solo los destellos del arte, de la poesía, de la música,

te mantienen erguido y con cierta esperanza futura.

Poema 374: La torre


La torre
La torre no es solo una torre,
un vestigio, una ruina.
Es un símbolo, un recuerdo, una intención
una suma de piedras labradas, ensambladas,
es el concierto de las miradas de los caminantes,
el deseo de ascenso celeste
de observar, cuál pájaros planeando
el conjunto vasto de tu caminar.


Esas piedras forjaron los músculos
de quienes ya no están
hicieron crecer el deseo y la honra
fueron la promesa de una dicha
que duró un instante,
antes de iniciar un declive suave,
de felicidad o infelicidad merecido.


La torre ha quedado solitaria, iluminada
tal vez triste en sus campanadas
un vestigio atemporal, orgullo y prez
de los tiempos en los que los peregrinos
se buscaban a sí mismos.

Poema 346: Contrapesos

Contrapesos

–Qué cansado es ser feliz– dijo mi hija

en uno de esos momentos de inspiración poética

que tiene desde muy pequeña.

¡Cuánto pesa la belleza!, leo en Louise Glück

y entonces me asomo al ventanal del salón

y observo el paseo de la alcoholera

el cielo gris y las hojas alfombrando el césped

una hora después de haber amanecido

en esta víspera de Todos los Santos.

Ahí está la belleza, aquí está la felicidad.

Llovizna y las copas arbóreas se mecen suavemente;

un señor corpulento, quizás octogenario,

camina con una bolsa de tela en la mano,

indiferente al peso del otoño.

La felicidad puede haber sido leer un poema

o terminar este.

Puede haber sido recordar el cariño que has sentido

en tus días de fiebre,

o la fuerza global de un diálogo ideológico con tu hijo.

Narras buscando palabras que acaban conformando

historias en tu cabeza,

y esa realidad es más potente que el ruido de los coches

o la suciedad del asfalto

o los tóxicos tejados de fibrocemento.

En el cielo gris del otoño destacan las escuadrillas de pájaros,

también las grúas;

un perro dálmata corretea por entre las hojas,

busca rastros y marca el territorio;

el dueño con pantalón rojo, recoge sus excrementos.

Todo se ha llenado de luz tras la lluvia,

en unas horas los árboles protagonizan cada paisaje,

el aire húmedo y oloroso es una medicina natural.

Sonrío de forma idiota apoyado en el alféizar.

Poema 243: Píldoras de felicidad

Píldoras de la felicidadIMG_20191213_205143

No puedo levantar mucho la vista,

ni sacar la mirada poética a pasear,

las prisas y el agobio de la mala vida cotidiana

me adhieren al suelo sucio de la ciudad.

 

Cuando al fin puedo hacerlo veo pájaros,

urracas sobreviviendo a su extraña multiplicidad,

aves migratorias en la curva del río,

bandadas de palomas alimentándose en un sembrado.

 

Otras veces es la luna tras un inmueble

que se asoma en una noche de nubes y llovizna,

o las escasas hojas aleatorias de un plátano

que resisten al viento, la lluvia y las heladas.

 

Soy una combinación de imágenes procesadas

por mi estado mental, hormonas, noticias, autoestima,

la lectura predominante en esos días,

una suma ponderada de miles de asuntos minúsculos.

 

La alienación y los límites vitales soplan en contra,

no hay aún un cortavientos eficaz,

ni la técnica psicológica suficientemente potente

para enfrentarse al vacío existencial cotidiano.

 

¿Qué nos sostiene o sustenta cada día?

¿Qué mecanismos nos producen picos de alegría?

¿Cuándo podemos afirmar que somos un poco felices?

¿Qué corriente nos transporta hacia el bienestar?

 

La búsqueda matemática de todos los datos,

el descubrimiento de píldoras de vitalidad

más allá del azar o del ensayo y error actuales

será quizás uno de los mercados futuros de la humanidad.

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