Poema 512: Soledad

Soledad

El canto de los pájaros es indescifrable aún,

se llamarán, expondrán sus virtudes

como un pavo real que muestra su esplendor.

El mar, la marisma, una barca solitaria,

anclada en medio del fango

que deja la marea al descender en la bahía.

Camino por la acera de sol, tiendas y reclamos,

una cola de jóvenes esperando su turno

en un concepto comercial que no comprendo.

Velocidad de las nubes, transatlánticos blancos,

densidad incógnita salvo por el parte meteorológico,

hoy no lloverá, podré ver el sol entre las formas cambiantes.

Una casa abandonada, las plantas

fueron elegidas, cuidadas, observadas, contempladas,

quizás sobrevivan un tiempo, a otras miradas, a otra luz.

La elevación al meditar me convierte en un punto,

una sombra cenital, la irrelevancia de una hormiga,

intrascendencia suma entre anclajes sociales.

Belleza y esa tela de araña que has ido construyendo,

con la que te alimentas de unas páginas borrosas,

mientras compartes luz, reflexiones y evanescencia.

Poema 494: La hermética belleza

La hermética belleza

La hermética belleza es el estado de ánimo

al contemplar una flor,

el deseo de vivir en un lugar por el que transitas,

una silla vacía en una terraza con vistas,

poder mirar al mar o a la montaña

(paisajes siempre cambiantes, siempre hermosos).

Llueve en estos días de transición

aún el invierno resistiéndose,

el dios Marte campando a sus anchas por el mundo.

Ese ladrillo no me gusta y ahí habrá mosquitos,

las ventanas son estrechas y oscurece pronto,

el ruido de los automóviles en la autopista,

lejos de todo, lejos de todo.

Solo hay un banco no recién pintado;

ahí leo el poder colectivo de los sueños,

la función social en los clanes y tribus,

la belleza imaginada, soñada, compartida,

el proceloso proceso de abstracción

y la incansable búsqueda de lo sublime

plasmado esquemáticamente en un santuario.

Capturo la imagen de la flor, la edito levemente,

desaparecen los contornos,

deja de existir el mundo y solo quedan palabras

la voz que expresa ese sueño oscuro,

la mente inteligente que lo analiza y exprime,

esa tarde diáfana y cálida ya memorable.

Poema 483: El sendero de la costa

El sendero de la costa

El sendero serpentea entre tojos y zarzas,

conecta playas y bordea fincas abandonadas,

sigue la orografía de la costa como un fractal

y multiplica las distancias aparentes.

El tránsito por esos lugares tan bellos

simula una metáfora de la vida:

serpentear sin un fin aparente, avanzar

pendiente de las rocas y las raíces,

sentirse un dios en las cumbres,

descubrir playas incógnitas y simas intransitables,

desfallecer y seguir caminando.

La luz del cielo, tan cambiante, hace verdear el mar,

o lo envuelve en una bruma que anuncia lluvia:

desearía vivir en aquella antigua mansión enorme,

pero también en la exigua torre moderna;

de pronto, empapado, me digo que este clima es cruel

al igual que pensaba la semana pasada

bajo la niebla persistente de Castilla.

El fulgor está dentro de cada uno de nosotros,

está en un verso que me ha conmocionado,

en la voz de esa cantante que me obsesiona,

o en ese recodo del sendero que se abre a la luz marina,

a una nada infinita mecida por el ruido constante de las olas.

Regreso por otros caminos más seguros,

mitificando cada paso que di entre el barro,

creando un mapa mental que pronto olvidaré

entre el ruido obsceno de la ciudad y las urgencias laborales.

El atardecer se eterniza como si me tuviera cautivo,

me urge a volver a las minuciosas rutinas innobles,

al calor de un hogar tejido en estos cuatro días.

Poema 482: Rituales de año nuevo

Rituales de año nuevo

Claridad, el cielo empedrado de los refranes,

otro clima, el deseado pero complejo;

rituales, una piedra erosionada por el mar,

algunas repeticiones año tras año en este día primerizo

en el que parece que todo vuelve a comenzar.

Los ritos son tan antiguos como la consciencia de la especie,

supersticiones reincidentes, emular la felicidad de ese instante,

aquel baño joven de divinidad en la playa dividida

quizás ya no se repita en mis años de madurez.

Voltean campanas en alguna iglesia remota

en la que se adorará una efigie niña;

acudirán los fieles conservadores con sus mejores galas,

dejarán unas monedas como símbolo de estatus,

rezarán y repetirán oraciones como instrumento de meditación,

la estructura ordenada antes del posible desenfreno.

La playa y un libro son una forma hermosa de inauguración,

el deseo de vivencias y lecturas, de transporte

más allá de los límites rígidos que la vida diaria nos impone.

Un paseo, sentir el viento en el rostro,

observar la belleza natural de los acantilados horadados y esculpidos

por la aleatoriedad de las olas marinas,

esos placeres ceremoniales, elevan el espíritu hacia la eternidad.

La fuerza de los versos bimilenarios de Safo, traducidos y cantados de nuevo,

constituyen el hito-guía para navegar entre incógnitas y esperanzas

en el año que comienza bajo el signo del viento y el sol

que asoma ávido bajo el cielo empedrado de los refranes castellanos.

Poema 466: Una luz grisácea, el mar, el cielo, el Centro Botín

Una luz grisácea, el mar, el cielo, el Centro Botín

El perfil del mar y las montañas es difuso,

más allá, el cielo.

En las salas de exposición penetra la luz,

estará el cuadro de El Greco lejos de su tierra de nacimiento,

habrá experimentos artísticos perturbadores

visitantes cosmopolitas que no suben a la fragata

por el mismo precio.

Me he sentado en un punto de anclaje,

ahora es un punto de meditación;

imité a una hermosa mujer vestida de negro,

medias negras, falda negra, corpiño negro:

miraba hacia el mar con nostalgia

tal y como ahora lo miro yo.

Parece una nave del futuro el Centro Botín;

sobrevivirá largos años a su fundador,

la ciudad hecha camino y diseño,

ideas y extrañísimo arte, pensamiento, música.

Canta un aborigen Le Méthèque de Moustaki

armado con una guitarra,

la tarde está calma en esta parte del mundo,

lejos de los bombardeos, del horror intencionado

repelido, vengado, vuelto a vengar hasta la extenuación.

Los maestros del ojo por ojo en su salsa,

todos inmigrantes, emigrantes, invasores, colonos,

quienes se creen superiores en fanatismo,

la luz neblinosa que confunde a verdugos con víctimas,

los fuegos de artificio que pueden eliminarte.

La magia del instante voraz ha pasado;

he seguido a distancia a la dama de negro

hasta una librería que es una pura maravilla.

Allí me esperaban tres libros y la sensación atemporal

de no querer marcharme,

de estar horas y horas hojeando poemas y solapas.

Los libros devoraron la presencia de la dama.

Poema 449: El farallón

El farallón

En el farallón pueden leerse las líneas de la vida,

el mensaje que el mar grabó durante milenios.

La banda sonora es un continuo ir y retornar de olas,

una incesante tormenta sin relámpagos,

un mundo oscurecido por la llovizna

cual metáfora de las emisiones radiofónicas.

En la pared vertical está escrita la negligencia

de los salvapatrias tan pulcros,

mentecatos de la simpleza y el desorden,

el refuerzo animal que todos llevamos dentro

cincelado en un palimpsesto ilegible.

Suenan vientos de victoria xenófoba,

de distopías que creíamos imposibles,

una regresión a los tiempos del cólera,

déjà vu inexplicable y anómalo, siniestro e innecesario.

La monotonía del mar, la belleza y el yodo

permiten la abstracción y la distancia mental

necesaria para prever el desastre:

las difíciles componendas y arreglos humanos,

las lecciones de la Historia,

la firmeza ineludible para hacer frente a la necedad.

En el farallón alguien leerá en el futuro

lo que la imbecilidad humana no pudo borrar del todo.

Poema 432: El mar

El mar

Surgieron en la entrada de la playa

como restos de una fiesta que no fue;

querían abarcar la playa y apropiársela

en una táctica ofensiva prehistórica.

Los hombres caminaban arqueando sus piernas

con balanceo de caderas

dándose una importancia suma en este universo.

Se adentraron en el mar con sus neoprenos brillantes,

al acecho paciente de la ola,

nublado el cielo, nublado el mar,

lleno de crestas y un sonido poderoso

más fuerte que ellos, más rotundo.

No eran marineros ni aborígenes,

surfeaban desde la mesa de sus oficinas

en edificios rodeados de tráfico y espejos,

soñaban con un instante de gloria a tres metros de altura,

el grito de su vida aburrida al coronar el Tourmalet.

Esperarían toda la mañana o toda la vida,

a salvo la coreografía magnífica desplegada en la playa.

No envidié sus esperas ni su atuendo camaleónico,

sí el poder de domeñar durante un instante la arena

en una danza chamánica de fuerza comunal.

El mar les devolvería a su individualidad gris y urbana.

Poema 431: Lugar de retiro

Lugar de retiro

En medio de la jungla vacacional

corretean niños en la plaza turística,

el templo, frío y solemne, se abre sin candado,

nave enorme de días de gloria y prédica,

socorro de quienes salieron a faenar

y volvieron diezmados y exhaustos.

Apenas hay ruido, quizás rumor

de las olas lejanas, bruma y condena,

clima insano de escasos extremos,

pajarillos que se hacen oír cuando cesa el tráfico,

parejas añosas que desgranan sus días infértiles.

El cielo dibuja nubes, claros, monumentos,

una puesta de sol roja e instantánea,

el verde que se cuela por los ojos

al igual que el olor a hierba segada penetra

en el torrente sanguíneo.

–No resistirías–, te dice una voz íntima.

Hay una falsa quietud y unos códigos

que aún no has comprendido, piensas.

El mar puede agotarte, y el encierro

en estas cuestas, tascas, jolgorio, prados,

se puede tornar irrespirable.

El nivel del mar, un huerto, la naturaleza viva,

–Otros lo hicieron antes que tú–,

sosiego, frente a bullicio y desmadre,

ir a la contra del turismo de masas

y esperar la luz, esa que no llega todos los días,

podrían iluminar cada instante de duda.

Cada lugar conocido, traspasada la costra

del trampantojo viajero

se presta al análisis etéreo del deseo y la realidad,

alma errante, ansiosa de todos los lugares y ninguno,

viajero que busca la paz en el viaje.

Poema 393: Me gusta

Me gusta

Me gusta tumbarme boca arriba en el mar y flotar,

dejarme mecer por las olas,

descansar tras nadar un rato.

Me gusta ver los cuerpos en la playa nudista,

personas sin complejos, naturales,

apegados a la tierra, al sol y al mar.

A veces se cruza por delante un atleta,

o una mujer con los pechos hermosos y diferentes.

Me gusta imaginar sus vidas.

Me gusta coger una ola e irme,

buscar el siguiente placer, diversión, obligación.

Me gusta correr hasta una playa aislada

desnudarme y posar la ropa en las rocas.

Me gusta oler las flores de brezo en agosto,

escuchar el zumbido de los insectos libando

en medio de una orgía de perfume polínico.

Me gusta leer un poema en voz alta

escondido en un recoveco del acantilado

mientras rompen las olas, fondo sonoro.

Me gusta el vuelo de la gaviota que planea,

la sombra que oscurece mi sombra un instante.

Me gusta poder disponer de todos mis sentidos

libres, ajenos a la vida y al griterío social.

Poema 359: Estático

Estático

Dicen las fotos antiguas

que mi ropa tiene mas años que mis hijos.

Amalgamas de recuerdos se trenzan

en hélices invisibles,

piedras, playas, cuerpos,

el sonido de las olas sobre las ondas tristes

que hoy emito.

Absorbo el sol con el ansia del condenado,

creo ver aún el chapapote bajo el verdín de las rocas

permanezco sentado en una playa cualquiera.

Solo, sacudido por fuerzas amigas

me abstraigo contemplando

catedrales esculpidas por el mar.

Percuten en segundo plano

imágenes de La mano De Dios,

el delirio plástico de Sorrentino.

La meditación es una fuerza intensa

una nube a la que se añaden capas ligeras

hasta que empieza a llover en mi rostro:

hipo, catarsis estremecida, lamentos

de inutilidad mundana.

Mi presencia es frágil en este entorno frágil,

fútil, soportada apenas por la vanagloria

de las líneas que escribo.

Llega el mar ascendente hasta mí

y podría decidir no moverme.