Poema 508: Bajo la lluvia

Bajo la lluvia

Mi padre cumple ochenta y tres años.

Hemos corrido bajo la lluvia

precioso paisaje de primavera feraz

acercándonos a un cementerio en medio del campo.

Luz opaca, neblina y cortinas de agua fría.

La voracidad humana hace competir a los más fuertes,

esos semidioses que soportan los meteoros.

Tal vez esta tarde abrirán un libro de poemas al sol

o tomaran un café, locuaces,

mientras disfrutan de la euforia de la mañana.

Barro, sudor, lluvia,

¿cuántas veces más podremos correr así?

Tenemos el privilegio de la ropa seca,

de la ducha caliente al llegar al hogar.

Una cigüeña, punta de flecha, Archaeopterix,

ameriza en una charca enorme en un campo verde,

la colza da un toque exótico de color intenso,

todo es bello en buena compañía.

Poema 503: Oter de fumos

Oter de Fumos

Mi abuelo recorrería estas calles a diario

durante muchos años,

guardaría sus secretos de tiempos convulsos,

guerra, odio, hambre, un incendio,

cuidaría sus majuelos y haría vino,

fumaría sus Celtas Cortos sin filtro,

daría de comer a sus animales,

frecuentaría las bodegas de sus amigos;

quizás en algunos días de primavera

ascendiera al otero del castillo,

observaría la planicie de Tierra de Campos

tal y como yo la vi ayer,

identificaría las pequeñas tierras de labranza,

inspiraría el aire aún fresco de marzo

y a pesar de todo sentiría la pujanza de la vida en él.

He corrido por esas calles, sin resuello,

en una vida mucho más cómoda,

bien alimentado, con tiempo para cultivarme,

casi medio siglo después de su muerte.

Poema 485: La diosa garza

La diosa garza

La diosa garza alza el vuelo al paso corredor,

se posa unos metros más allá sin inmutarse,

planea serena en un vuelo corto y elegante.

Según mi amigo arqueólogo, nos ha protegido

de la lluvia que comienza en ese instante:

diosa votiva, diosa cantada, diosa sacrificada.

La belleza de la niebla gris semeja mi mente agotada,

tiempo de supervivencia sin perder la presencia,

el ánimo o la autoestima:

correr por inercia, la de los mágicos ritos,

el campamento motero lleno de hogueras en la noche,

rugidos del motor, alcohol y música rockera.

Solo atisbo la velocidad de los tiempos,

el delicado equilibrio mental de la abundancia,

las interacciones lectoras, musicales, fílmicas,

tratar superficialmente un tema hasta agotarlo,

quedarme dormido en medio de un artículo interesante.

La diosa garza nos ha protegido en este clima de enero,

ha despertado la posibilidad de un síndrome de Stendhal,

un aura de hermosa belleza sanadora.

Poema 401: Ventanas

Ventanas

Nubes blancas, cambio de tiempo,

viento, pisadas en medio de la carrera,

un baile, una coreografía de corredores

verdes, multicolores,

el paso síncrono, la belleza del momento,

eres parte de la masa y solo puedes asomarte

durante un instante fugaz.

Grúas en el horizonte, muchas, demasiadas,

ocultan aquel trozo verde del campo

que veías durante el confinamiento,

cruel clima que desgaja hojas y limpia árboles.

Cuadernos por los que te asomas al mundo

oculto o visible,

la respiración de los otros,

el gesto cansado o elegante de gacela,

resistencia, olor a ungüentos para los músculos,

un texto con dos conceptos asidos al vuelo.

Recuerdas un funeral inocuo,

un cuadro de escuela flamenca,

la profundidad de campo sin punto de fuga,

esas noches de estío calurosas

en las que las ventanas permanecen abiertas

en busca de un frescor que se resiste.

En algunas ventanas se asoman los curiosos,

fotografían la sierpe humana

que se elonga según pasan los minutos.

La luz y el recuerdo del profesor difunto

que certificaba el acceso al club nocturno

asomado a su ventana privilegiada,

marcan el final de la mañana corredora

mientras degustamos una buena tortilla de patata.

Poema 398: La amistad del corredor

La amistad del corredor

Se desvanece el ruido y la música de la fiesta

en las sendas estrechas del pinar;

correr es un acto de purificación

una hermosa ínsula en la vida cotidiana.

Huele a decorado recién regado

a pesar de la sequía que no nos abandona,

pinos que han rezumado resina todo el verano,

esparragueras fractales de millares de agujas.

La amistad de los corredores es un vínculo potente,

ha sobrevivido a paternidades varias,

al agotamiento de la edad o la desmesura alimenticia

y persevera en confidencias ahogadas por la respiración.

Ya no hay registros, ni marcas, ni tiempos,

el acto social ha superado al deportivo,

solo el orden, la fuerza o la forma física prevalecen

cuando todo lo demás ha sido olvidado.

Ciertas rutinas de calentamiento, estiramiento,

detenernos en los mismos pinos,

recordar anécdotas, risas, despistes,

sostienen ampliamente el esfuerzo deportivo.

Nadie tiene dudas de la recompensa tras la fatiga,

ni del público que escucha con interés hipótesis

y disertaciones varias en torno al fútbol

o a las estadísticas de cualquier disciplina humana.

Lazos, familia, vacaciones, vivencias,

incluso tras ausencias prolongadas

parece que no ha transcurrido el tiempo

que todo vuelve a comenzar mientras corremos.

Poema 393: Me gusta

Me gusta

Me gusta tumbarme boca arriba en el mar y flotar,

dejarme mecer por las olas,

descansar tras nadar un rato.

Me gusta ver los cuerpos en la playa nudista,

personas sin complejos, naturales,

apegados a la tierra, al sol y al mar.

A veces se cruza por delante un atleta,

o una mujer con los pechos hermosos y diferentes.

Me gusta imaginar sus vidas.

Me gusta coger una ola e irme,

buscar el siguiente placer, diversión, obligación.

Me gusta correr hasta una playa aislada

desnudarme y posar la ropa en las rocas.

Me gusta oler las flores de brezo en agosto,

escuchar el zumbido de los insectos libando

en medio de una orgía de perfume polínico.

Me gusta leer un poema en voz alta

escondido en un recoveco del acantilado

mientras rompen las olas, fondo sonoro.

Me gusta el vuelo de la gaviota que planea,

la sombra que oscurece mi sombra un instante.

Me gusta poder disponer de todos mis sentidos

libres, ajenos a la vida y al griterío social.

Poema 358: Costa Quebrada

Costa Quebrada

Hoy salí a correr por Costa Quebrada,

los senderos levemente húmedos por la bruma,

un día de sol radiante muestra en el horizonte

los Picos de Europa nevados.

Es el último día del año,

el mar produce un murmullo relajante.

Al llegar al punto geodésico

contemplo la playa nudista de Somocuevas.

Una pareja vestida de blanco corretea con su perro,

dos hombres se desnudan entre las rocas con pudor

para después bañarse a la carrera

aprovechando la buena temperatura.

El sendero zizaguea, sube y baja

reclama toda mi atención.

Llevo veinte años corriendo por aquí

al menos una vez en cada ciclo elíptico terráqueo.

Huele a los prados que se desperezan del rocío

y al yodo marino que flota en el aire;

sufro durante unos instantes debilidad,

una especie  de síndrome de Stendhal

o quizás sea la tensión baja

por la humedad y temperatura tan atípica.

Al final he resbalado antes de saltar un arroyo

y con mucha suerte solo estoy lleno de magulladuras.

Poema 303: Ajenos

Ajenos

El operario que quema la madera cada mañana

es totalmente ajeno a la alegría

que provoca en mí el fuego en el bidón cortado,

la llamarada en medio de la niebla,

una guía en la ribera del Duero,

un símbolo en el viaje estructurado.

Una señora solitaria lanza piedras a las urracas

que picotean alegremente en la pasarela

para poder pasar por allí,

ajena a que es observada y juzgada como demente

por dos matemáticos corriendo por el canal.

Ajeno era el trompetista que da titulo al blog

cuando en una pradera junto al río Órbigo

interpretó su tractor amarillo,

ensayó su mejor saludo al auditorio natural vacío

y se fue en su Renault ocho derrapando.

Ella, ya entrada en años y carnes, espera,

mascarilla bajada, mirando sin mirar a la pared,

en medio de una calle anodina

a ser recogida por un coche tan verde oliva como ella,

ajena a la mirada del paseante con periódico.

La pareja mundana y atractiva, saluda efusivamente

a sus amigos, en la puerta del bar recién reabierto,

tiempos navideños icónicos,

olvido pandémico y ansia de vivir

conforme a los estándares de éxito evolutivo.

Poema 109: Belleza

     Belleza

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Soy muy afortunado,

veo belleza por doquier,

incluso la que no quisiera ver

aquella que me incomoda:

la suciedad y el brillo

en los ojos de un niño refugiado,

el rostro exánime de un anciano,

una ondulación grasienta en un charco.


El liquen en los árboles

de un país de lluvia, junto a un río

me llena los ojos del verde intenso

que no captan las cámaras fotográficas.


El cielo lleno de nubes

con formas caprichosas,

la luz que juega con los colores,

el esplendor del ocaso, ahí está

toda la belleza vital.


Me siento débil corriendo hoy,

pienso que una ráfaga de viento

podría derribarme,

en esa vulnerabilidad hay hermosura,

una extrema sensibilidad alerta.


Bello es el inhóspito paisaje del invierno,

la flor rosada que apenas brota de un ciruelo,

el silencio inusual de los coches en la calle,

el baile de despedida de mi hija en la ventana

cuando empiezo a correr.

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