Lugar de retiro
En medio de la jungla vacacional
corretean niños en la plaza turística,
el templo, frío y solemne, se abre sin candado,
nave enorme de días de gloria y prédica,
socorro de quienes salieron a faenar
y volvieron diezmados y exhaustos.
Apenas hay ruido, quizás rumor
de las olas lejanas, bruma y condena,
clima insano de escasos extremos,
pajarillos que se hacen oír cuando cesa el tráfico,
parejas añosas que desgranan sus días infértiles.
El cielo dibuja nubes, claros, monumentos,
una puesta de sol roja e instantánea,
el verde que se cuela por los ojos
al igual que el olor a hierba segada penetra
en el torrente sanguíneo.
–No resistirías–, te dice una voz íntima.
Hay una falsa quietud y unos códigos
que aún no has comprendido, piensas.
El mar puede agotarte, y el encierro
en estas cuestas, tascas, jolgorio, prados,
se puede tornar irrespirable.
El nivel del mar, un huerto, la naturaleza viva,
–Otros lo hicieron antes que tú–,
sosiego, frente a bullicio y desmadre,
ir a la contra del turismo de masas
y esperar la luz, esa que no llega todos los días,
podrían iluminar cada instante de duda.
Cada lugar conocido, traspasada la costra
del trampantojo viajero
se presta al análisis etéreo del deseo y la realidad,
alma errante, ansiosa de todos los lugares y ninguno,
viajero que busca la paz en el viaje.