Poema 430: Penuria poética

Penuria poética

Por alguna razón que no comprendo

estoy enganchado a un libro

que no me convence ni eleva,

poemas de los que no extraigo

si no la levedad lectora vertiginosa,

algunos giros sorpresivos indignos,

la elongación triste de mi rostro en el espejo.

Lo combino con otro extravagante,

casi pornográfico,

en el que se adivina prostitución pasada,

la lujuria en su esplendor juvenil

una y otra vez, como un martillo que repica,

inagotable,

que recuerda las manchas de la edad en las manos,

el fin próximo de los días amorosos.

Melancolía de los textos jugosos,

abiertos, expansivos,

esos que producen luz e impulsan, impúdicos

la velocidad escritora y la lentitud lectora.

Bajo esta cúpula marciana llena de presagios,

de temperaturas ascendentes,

de ausencia de lluvia, de una guerra que no cesa,

contemplo los párpados caídos de un verso

que no remonta,

desahogos poéticos personales

alejados de la belleza, de la sorpresa aprendiz

de quien moldea, hiende, altera o distorsiona.

Me sorprendo a mí mismo en mi disgusto,

sin poder cambiar el aura lectora,

alejado del optimismo levitante propio,

de esa búsqueda incesante del lado hermoso.

Poema 334: Oda al río Trabancos

Oda al río Trabancos

En este lecho seco y arenoso hubo un río:

en sus orillas cantaba el agua,

croaban las ranas mimetizadas en los juncos,

a las ventas de la orilla llegaba el frescor de sus aguas.

Debatimos brevemente sobre los meandros,

la roca del suelo,

el ganado que pastaba en la vega,

nos fotografiamos junto al pino enorme y solitario

testigo mudo de un siglo de decadencia.

Ya no hay caudal, solo crecidas cada dos lustros,

apenas algunos chopos delimitan el cauce,

las fuentes se han desviado a los cultivos,

no hay frescor ni la vida del agua.

Las construcciones junto al río, posadas, molinos,

cambios de postas,

son hoy ruinas auténticas de barro y ladrillo

de las que son testigos mudos las rejas en las ventanas.

Los caminos del valle fluvial son de arena blanca,

el paisaje muda con el cambio de provincia:

dehesas de encinas en las que pasta el cerdo ibérico;

el camino se retuerce y se llena de hermosura.

Imaginamos lo que pudo ser aquello hace un siglo,

una maravilla de visión, torres erguidas

en todos los puntos cardinales,

acémilas para llevar el vino y el cereal,

tratantes de pieles y ganado,

un correo que vadea el río a toda velocidad.

La mañana termina con un buen almuerzo

en una tasca con solera bien surtida,

antes de enfrentarnos al viento de cara

y a los avisos de hormigas laboriosas

atravesando con premura el camino.

Poema 224: Veo

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Veo madres fumando con sus hijos de la mano,

hombres con barrigas fruto de la gula,

la uña del pulgar destrozada del tendero chino,

una mujer rechoncha que pasea a un perro hermoso.

 

Veo el color dorado del sol en la piel de mi hija,

una pareja lectora que se come con los ojos

en un banco del parque,

vestidos ligeros en cuerpos sencillos.

 

Veo una urraca disfrutando del frescor matinal,

niños olvidados del tiempo en sus juegos de agua,

ancianos desdentados que sufren el calor,

veo resistencia y vacío, pero también belleza y esperanza.

 

Veo palabras y dudas, energía juvenil,

fotografías que envidio y otras que no reconozco,

veo la luz del ocaso demorándose en el ladrillo rojo,

y el abeto enhiesto que soporta la tarde con tedio.

 

Nada es ajeno a mi mirada, ansia pura

de captar el instante mágico de fealdad o hermosura,

de búsqueda innata de la imagen, poética,

del hilo que extrae la esencia de la vida.

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