Poema 133: Los acerolos

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Los dos acerolos tienen acerolas,

hay un muro nuevo que rompe el pinar,

el río apenas soporta tanta sequía,

tañen a muerto las campanas del templo.

 

Hay patos y moscas por doquier,

los viejos gastan los mismos pantalones,

los poemas de la ribera han sido respetados,

el albañil exultante encaja perfecto el adoquín.

 

Los vándalos han estampado su firma en el mural,

el pescador sostiene una conversación filosófica,

nadie le escucha;

unas hojas marcan el inicio del otoño.

 

He comido una docena de acerolas,

su color rojo destaca sobre el cielo azul,

la belleza se esconde en lugares inesperados

en una mañana soleada de septiembre.

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Poema 132: Orlando

Orlando IMG_20170821_205928

Orlando tuvo que haber sido, fue;

era un hombre y era una mujer después,

era admirador de poetas y se enamoró,

durmió varias veces siete días

cual divinidad que se expande por los siglos,

despertó

inflamado en identidades múltiples,

en un palacio con tantos dormitorios como días

tiene el año no bisiesto.

Se enamoró y no fue correspondido al extremo,

y la Historia lo bordeaba como si fuera un baúl

una reliquia, un elemento invariable.

Orlando tuvo que haber sido,

más allá del hielo y el deshielo y de la corte turca,

más allá de las fiestas de sociedad,

de los poetas mediocres o geniales:

hombres banales, estultos, insignificantes.

Orlando tuvo que haber sido

un culmen de estética y belleza,

una mujer sensible y erudita,

el viento del sudoeste fin último y principio de libertad,

amor a la naturaleza,

olvido del pasado y mirada siempre hacia delante.

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Poema 131: Atareados

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¿Cuántos amaneceres has contemplado?

¿Cuántas la masa marina gris en invierno?

¿Cuántos días has madrugado por placer?

¿Cuántos te has detenido en un río de cauce seco?

 

En la finitud sencilla de nuestros días

aplazamos mirar el cielo cotidiano,

múltiples pantallas nos muestran artificios,

brillos y colores hábilmente retocados.

 

Ciclos hormonales o hundimientos cotidianos

nos privan de la mirada sencilla,

del enfoque posible de todos los sentidos

hacia actos milagrosos, sublimes y ordinarios.

 

Estamos ocupados, nos preocupa no estarlo,

la riqueza vital proviene del atareamiento,

bucles sin sentido ni objetivo, la nada

llena de vaguedades inexplicables, puro instinto.

 

Una urraca lista, el aleteo febril de una mariposa

emergente de su crisálida,

una rosa única en medio del calor estival,

el sonido de un cuco en la lejanía boscosa, nos asombran.

 

Transitamos parasitando la Tierra, removiendo

suplantando, cultivando saberes sin ton ni son,

ocupamos y degradamos el espacio, inconscientes

de la belleza y del placer presentes y alcanzables.

 

Hoy o mañana se nos terminará la vida,

hoy o mañana sufriremos la melancolía de antaño,

arderá un bosque por mano de un imbécil

o perecerá la mariposa una vez apareada.

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