Poema 349: El Camino

El Camino

La lluvia resalta la belleza del otoño,

brillan las hojas,

las agujas marrones del pino

resurgen cobrizas en el suelo,

solo la música rivaliza en belleza

desde el interior del automóvil.

Cada mañana revisito mis obsesiones:

la fugaz visión del río y su cauce salvaje,

el bidón en el que arden maderas en el aserradero

antes blanco, y renovado y ya quemado,

la casita con columpios en medio del pinar,

lo que yo llamo, pretenciosamente, tierras altas,

unas glicinias que asoman por un balcón

igual y distinto a los otros en una fila de cuatro

casas iguales y distintas.

Millones de sinapsis se cruzan en mi cerebro

en medio de todos estos hitos observables:

una sentencia, una estadística, una noticia,

el enfoque y los minutos iniciales de la clase

que impartiré dentro de unos minutos.

El camino es un ritual presente cada día

una forma de estar en el mundo con la seguridad

de una cierta inmutabilidad mientras todo cambia;

anclajes de seguridad mientras sigo escalando.

Poema 348: Algunos hombres solitarios

Algunos hombres solitarios

Algunos hombres solitarios, de una cierta edad

calvos o ralos,

caminan con la mirada perdida.

No sonríen nunca en público.

A saber en qué piensan.

Pareciera que soportan la vida

a la espera de que termine.

Ninguna ilusión, ninguna esperanza.

Algunos días me siento así.

Arrugo repetidas veces la cara para alejar el rictus,

desprenderme de esa máscara natural.

Otros días siento alegría verdadera y energía vital.

El jilguero resurge cantando tras la tiranía del cuervo.

Tiendo a pensar que son daños colaterales pandémicos

o el recorrer circuitos urbanos estáticos

en los que cada paso se parece al anterior,

el ruido de los coches oculta el silencio,

y el otoño solo asoma fugaz en algunos rincones.

Cada día deseo más reintegrarme en la naturaleza.

Poema 347: La Orquesta

La Orquesta

Se mueven los brazos de las violinistas

como un mar de espigas doradas,

una ola recorre todas la cuerdas

hasta que el órgano puede con toda la orquesta

se enfrenta a ella y sobresale, grave y oscuro.

Hay una energía tremenda en el director

que se transmite a toda la sala:

aprieto los puños con emoción

sin saber ya donde fijar mi perspectiva.

Un trombón de varas se eleva potente,

desafía a la gran concentración de contrabajos

hasta que las dos pianistas, a cuatro manos,

suavizan la tensión orquestal.

Cuando no sé donde mirar, la miro a ella

no me defrauda nunca;

su espalda es un compendio anatómico

de todos los músculos imaginables:

entran en máxima tensión justo antes

de que su arco transmita toda la energía a las cuerdas.

Serios en su frac, los percusionistas aguardan

ese momento especial en el que poner su nota,

pero en este concierto van creciendo,

aumentan su fuerza descomunal dándolo todo.

La belleza y estatura de la mezzosoprano

ha sido un contrapunto fugaz

a las lágrimas de alegría inmensa que he derramado.