Poema 497: Lucha y belleza orquestal

Lucha y belleza orquestal

El nivel sonoro es magnífico,

el director parece mover los arcos de cuerda

al unísono,

un mar de espigas, ya Fantasía Bética orquestada,

ya comparsas del viento metal en las réplicas al piano

sobre el que Quasimodo se eleva sobre su sombra,

iguala y supera la intensidad orquestal en velocidad,

manos erizadas, vertiginosas, excelsas,

todo él actuación y síntesis, foco y virtuosismo.

Los aplausos y los “bravos” son entusiastas,

se suceden con continuidad durante infinitos minutos.

Desde mi ángulo del once de la fila once,

contemplo al hermoso segundo violinista entusiasmado,

a la bella joven de la cuarta fila de violines:

no parecen dar tregua al pianista entregado

que no se rinde.

Hay apoteosis y una propina esperada,

antes de que llegue el frío nórdico del Kalevala.

Pienso en lo sublime de la música en directo,

en todas las almas apasionadas que lo disfrutamos.

Poema 369: Las heridas

Las heridas

El instrumento le hería en cada concierto,

no sabía tocarlo de otra manera.

Ella le lamía las heridas con mucho cariño

cada noche,

el ritual les llevaba a otro trance más allá de la música.

La cara interna de ambas rodillas

y la marca horizontal en el pecho;

el chelo Stradivarius era así: doloroso y exigente.

Mientras tocaba apenas sentía dolor,

no más que el de la segunda viola en los pies

calzados con tacones de aguja finísima,

o las yemas de la arpista desgastados por la cuerda.

El dolor comenzaba en el descenso del fervor,

cuando los aplausos decrecían súbito;

entonces solo el consuelo futuro de la saliva amorosa

calmaba las terminaciones nerviosas en carne viva.

El fulgor anticipaba el dolor y éste el sexo de su amada.

A veces imaginaba como repararía sus labios resecos

el trombonista.

Ese era el filo tan hermoso de la vida.

Poema 365: Las formas del aplauso

Las formas del aplauso

Me quedo mirando las manos como un tonto

después de la mágica actuación del pianista

insignificante y enorme.

Todo el mundo aplaude a Ciobanu,

izquierda sobre derecha estática

o ambas manos en movimiento,

palmas, gruesos anillos, concavidad

o convexidad haciendo ruido;

a veces simple giro de muñeca

o elongación potente de todo el brazo.

Algunos músicos mueven sus arcos

en señal de respeto y admiración;

otros golpean la tarima rítmicamente

con sus zapatos puntiagudos y brillantes.

La hermosa mujer de la última fila de violas

se golpea el muslo bien torneado con la mano.

El adusto barbudo del contrabajo,

observa todo con ojos pequeños, mas no aplaude.

La asistente de clarinete se ha enmascarado:

no he podido despegar mis ojos de ella en todo el concierto;

guarda un pañuelo de papel bajo el atril

y limpia rítmicamente la pipeta por la que sopla;

ahora aplaude con frenesí al director ruso.

Me duelen los brazos del esfuerzo al aplaudir

hasta que el pianista se lanza a una propina jazzística.

Poema 347: La Orquesta

La Orquesta

Se mueven los brazos de las violinistas

como un mar de espigas doradas,

una ola recorre todas la cuerdas

hasta que el órgano puede con toda la orquesta

se enfrenta a ella y sobresale, grave y oscuro.

Hay una energía tremenda en el director

que se transmite a toda la sala:

aprieto los puños con emoción

sin saber ya donde fijar mi perspectiva.

Un trombón de varas se eleva potente,

desafía a la gran concentración de contrabajos

hasta que las dos pianistas, a cuatro manos,

suavizan la tensión orquestal.

Cuando no sé donde mirar, la miro a ella

no me defrauda nunca;

su espalda es un compendio anatómico

de todos los músculos imaginables:

entran en máxima tensión justo antes

de que su arco transmita toda la energía a las cuerdas.

Serios en su frac, los percusionistas aguardan

ese momento especial en el que poner su nota,

pero en este concierto van creciendo,

aumentan su fuerza descomunal dándolo todo.

La belleza y estatura de la mezzosoprano

ha sido un contrapunto fugaz

a las lágrimas de alegría inmensa que he derramado.

Poema 167: Shostakóvich, sinfonía nº5

Shostakóvich, Sinfonía nº5IMG_20180405_200047

La orquesta dividida en grupos

baila al son de sus instrumentos,

cuerdas que crean una melodía

a la que responden los metales viriles:

una conversación instrumental a tres bandas,

contrastes e introducciones solistas,

ora un fagot, ora cuatro trompas,

pizzicatos de violín sostienen la tensión.

 

Lentitud, cúlmenes de plenitud,

las trompetas protagonistas

o el trombón solista contrapunto

de la velocidad que adquiere el conjunto.

 

Música para animar a las masas

o para deleitar a un público entregado;

la potencia del conjunto orquestal

mueve a la sonrisa y a la alegría

despierta las mentes cerradas a la música

contemporánea, abre el espíritu

lo eleva a la bóveda de la inmortalidad.

 

El arpa delicada se asoma a la vorágine

de fuerza instrumental conjunta,

un gong, timbales, la gravedad de los contrabajos,

transporta a un teatro musical,

hace soltar la tensión contenida y concentrada

despeja las nubes mentales de quien lo escucha.

 

Color y fuerza en la dirección,

el vals de los arcos acompasados,

de los hombros delicados de los músicos,

tensa concentración en la partitura,

la voz de mi hijo que susurra

las diferentes claves de cada instrumento,

y el estallido final de fuegos artificiales

de fiesta para los sentidos,

de gozo infinito y liberación total.

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Poema 101: Un hombre con una máquina de escribir

Un hombre con una máquina de escribir

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Un hombre con una máquina de escribir

parece dirigir un coro de voces blancas,

los instrumentos dialogan en los intervalos

de silencio vocal.


Un poco más allá, una pareja de bailarines,

etéreos, livianos, danzan al ritmo de la flauta

travesera y los instrumentos de cuerda

que, armonizados, no pueden nada contra el viento.


El hombre de la máquina de escribir se levanta,

en un gesto teatral se quita la peluca

y la máscara plástica del rostro:

es una hermosa mujer de pelo corto y pajizo.


Un aleluya se eleva hacia la bóveda

de este templo secularizado,

los bailarines se desnudan

todo el mecanismo queda al descubierto.


No, no hay un coro góspel travestido,

es teatro, la directora del coro extrae un bolígrafo

de su traje y escribe en la espalda musculosa

del bailarín: “Deus ex machina”.


Cual enorme contradicción, la grúa oculta

barre el escenario, se detiene un instante

la escriba se cuelga de ella en pose seductora,

cinematográfica, de resalte de curvas femeninas.


Sin la directora en el escenario, el coro de voces blancas

se convierte en una formación triangular de cisnes;

un solo de violín ejecuta el concierto de Tchaikovski,

la bailarina y el bailarín se besan apasionadamente.

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