La Orquesta
Se mueven los brazos de las violinistas
como un mar de espigas doradas,
una ola recorre todas la cuerdas
hasta que el órgano puede con toda la orquesta
se enfrenta a ella y sobresale, grave y oscuro.
Hay una energía tremenda en el director
que se transmite a toda la sala:
aprieto los puños con emoción
sin saber ya donde fijar mi perspectiva.
Un trombón de varas se eleva potente,
desafía a la gran concentración de contrabajos
hasta que las dos pianistas, a cuatro manos,
suavizan la tensión orquestal.
Cuando no sé donde mirar, la miro a ella
no me defrauda nunca;
su espalda es un compendio anatómico
de todos los músculos imaginables:
entran en máxima tensión justo antes
de que su arco transmita toda la energía a las cuerdas.
Serios en su frac, los percusionistas aguardan
ese momento especial en el que poner su nota,
pero en este concierto van creciendo,
aumentan su fuerza descomunal dándolo todo.
La belleza y estatura de la mezzosoprano
ha sido un contrapunto fugaz
a las lágrimas de alegría inmensa que he derramado.