Poema 509: Malher

Malher

La soprano de frágil apariencia,

–Hera vestida de tul azul–,

resiste sentada, concentrada,

toda la sinfonía.

El desorden aparente del primer movimiento

en el que los cascabeles hacen renacer la melodía,

no permite disidencias en la escucha,

atentos al instrumento solista insospechado.

La coordinación de la orquesta es admirable,

un trabajo de relojería artesana,

para conseguir un maravilloso sonido.

La voz de la soprano coreana surgió potente

en el movimiento final de la sinfonía malheriana,

me hizo imaginar campos primaverales ondulados,

florecillas cual manchas impresionistas,

un corretear por la pradera disfrutando del sol, de las nubes,

de las aguas cristalinas de un riachuelo vivaz.

El silencio sostenido, aun vibrando la delicada voz

en la consumación sinfónica,

logró un instante efímero de misticismo colectivo.

Poema 365: Las formas del aplauso

Las formas del aplauso

Me quedo mirando las manos como un tonto

después de la mágica actuación del pianista

insignificante y enorme.

Todo el mundo aplaude a Ciobanu,

izquierda sobre derecha estática

o ambas manos en movimiento,

palmas, gruesos anillos, concavidad

o convexidad haciendo ruido;

a veces simple giro de muñeca

o elongación potente de todo el brazo.

Algunos músicos mueven sus arcos

en señal de respeto y admiración;

otros golpean la tarima rítmicamente

con sus zapatos puntiagudos y brillantes.

La hermosa mujer de la última fila de violas

se golpea el muslo bien torneado con la mano.

El adusto barbudo del contrabajo,

observa todo con ojos pequeños, mas no aplaude.

La asistente de clarinete se ha enmascarado:

no he podido despegar mis ojos de ella en todo el concierto;

guarda un pañuelo de papel bajo el atril

y limpia rítmicamente la pipeta por la que sopla;

ahora aplaude con frenesí al director ruso.

Me duelen los brazos del esfuerzo al aplaudir

hasta que el pianista se lanza a una propina jazzística.