Poema 514: El mundo a tus pies

El mundo a tus pies

En la desapacibilidad de comienzos de mayo

una salida en bicicleta con mi hijo es algo mágico,

el esplendor del campo, el esfuerzo,

un silencio de pedalear e impregnarse de los colores

de esta primavera que me evoca la del confinamiento.

Soy consciente de la maravilla del instante,

de la conexión sin palabras, de la dualidad establecida,

una transmisión inmaterial de ideas, de movimiento,

el placer de triscar montes y sembrados,

de vislumbrar una combinación inesperada de flores,

de ascender a lo alto de un monte, sin resuello.

Todas las obligaciones diáfanas han desaparecido,

la vista abarca campos ondulados, árboles de hojas tiernas,

algunos senderos apetecibles, ocres entre el verdor;

también una sensación efímera de volatilidad:

después de este instante vendrá otro también irrepetible,

habrá otras felicidades que apenas podré fijar un instante

devoradas por la velocidad imparable de los acontecimientos.

El mundo a tus pies permanecerá en la retina,

elongará el tiempo más allá de mi tiempo y fortaleza.

Poema 504: Recuerdos, marzo, primavera

Recuerdos, marzo, primavera

Me asomo a la ventana y parece que fue ayer

cuando reinaba el silencio.

Ya no hay grúas en el horizonte cercano,

apenas se ve el campo tan ansiado entonces,

apenas queda un recuerdo agridulce.

Resuenan broncas políticas sobre comisiones,

sobre decisiones polémicas de gestión de la muerte,

un porcentaje pequeño de la vida,

un oasis en la voraz velocidad del mundo.

El olvido va dejando crecer su musgo en las grietas,

las flores son un trampantojo delicioso,

apenas quedan ya sensaciones de confinamiento.

Solo algunos paisajes descubiertos tras la salida,

en los que aspirábamos toda la naturaleza de golpe,

la feraz vegetación que siguió su curso natural,

la lluvia, el sol, el viento, fuerzas primigenias,

nos hicieron conscientes del concepto de reclusión.

Hoy el caminar es lo usual, mirar con intensidad

cuanta belleza nos rodea,

sentir el viento y la luz poderosa del sol en el rostro,

dejar flotar el vago recuerdo de aquella oscuridad.

Poema 498: Espectáculo natural

Espectáculo natural

No sé si es un pescador o un suicida

en la orilla opuesta del Duero.

Desafían las nubes el reflejo en el agua

y los patos se dejan llevar lateralmente.

Permanece en la orilla mirando hipnótico

la corriente de aguas turbias,

la crecida de un río que anega ya las riberas.

El espectáculo natural es enorme:

las aguas habitualmente verdosas y calmas

se expanden entre remolinos y oquedades

a una velocidad asombrosa.

Si no fuera por una prenda de abrigo llamativa

que ha posado en los juncos ribereños

diríase metamorfoseado con el gris de la orilla.

Imagino lo que yo haría si el hombre salta:

gritar, llamar, señalar, nunca emular.

Si no fuera su intención abandonar el mundo

sentiría envidia del paisaje a pie de caudal que percibe,

de la fuerza fluvial penetrando en cada sentido,

de esta mañana de invierno aún cruda y luminosa

 mimetizado con la divinidad milenaria de las aguas.

Poema 441: El invernadero

El invernadero

Aquello era una colección de hierros

ensamblados, tuertos, el símbolo

de un fracaso hortelano pasado.

Crecía la hierba y el desorden

la imagen de la desolación

de un lugar abandonado.

La reconstrucción fue paciente,

fuimos cumpliendo plazos,

cubriendo el techo de policarbonato;

más tarde paredes y puertas

para lograr un espacio enorme.

En invierno hacía calor dentro;

hicimos un diseño educativo:

plantas, semilleros, zona docente,

y entonces se corrió la voz:

de forma altruista llegaron consejos,

donaciones, ideas, trabajo.

Voluntariamente se constituyó

un comando invernadero,

plantaban, regaban, pulían la madera,

en el tiempo libre aquello era un bullicio

de voces, idas y venidas organizadas,

el júbilo de ver el primer tomate en la planta,

la lucha diaria contra el pulgón y las hormigas.

He sentido la ilusión colectiva,

el cosquilleo de quien aporta su granito de arena,

la luz inocente en la mirada

y el deseo de pertenencia a un proyecto común.

Hoy iremos de nuevo a clavar, desclavar,

forrar, irrigar, plantar y ordenar,

tomar pequeñas decisiones y asombrarnos

de lo que la naturaleza nos ofrece cada día,

al lugar en el que el alborozo eclipsa los agobios.

Poema 435: Primavera veloz

Primavera veloz

Un escritor presenta su libro

–largamente esperado–,

el fruto de años de silencio poético,

y rápidamente pasa y apenas permanece.

Somos el tiempo que nos queda,

–dijo Bonald-,

y ese tiempo no es lineal:

acelera en primavera, se contrae

en las tardes cortas y oscuras de invierno.

Suceden –pues todo llega–, acontecimientos

percibidos como lejanos en su planificación,

decisiones, alegrías fugaces,

esas canas y arrugas que asumes con humildad,

el fulgor de las estaciones, la luz.

Desearías amanecer en medio del campo,

verde, fresco y húmedo, oloroso,

corriente de aromas entrecruzados

en una forma helicoidal cromosómica

a la que asignas colores.

Te impregnas de ellos, tocas, acaricias

la tierra, quizás un cuerpo amado,

antes de gritar a pleno pulmón tu presencia,

primate convertido en autócrata,

pergeñador de versos bucólicos,

íntegramente satisfecho por la fusión

con una naturaleza ancestral y mítica.

Las nubes cubren el sol, lo tamizan;

desde tu observatorio urbano sopesas

la comodidad, –litúrgica y lectora–,

contra el ejercicio incierto y agotador,

los lances del campo a través salpicado de alimañas,

el polvo ya roña en tu piel aseptizada.

–Reducción de la disonancia cognitiva–,

te dirán con convicción profesional,

ese desencuentro con la pérdida y la memoria,

una cuenta atrás vital,

que te hermana con las plantas y las rocas,

temeroso desde siempre

de cuanto se mueve de forma autónoma y animal.

El placer básico de ver amanecer desde un teso,

Mambla, Cuchilla, Cerro, Pinajarro,

tan difícil de conseguir en la veloz rutina,

en los días verdes de un abril a punto de fugarse.

Poema 431: Lugar de retiro

Lugar de retiro

En medio de la jungla vacacional

corretean niños en la plaza turística,

el templo, frío y solemne, se abre sin candado,

nave enorme de días de gloria y prédica,

socorro de quienes salieron a faenar

y volvieron diezmados y exhaustos.

Apenas hay ruido, quizás rumor

de las olas lejanas, bruma y condena,

clima insano de escasos extremos,

pajarillos que se hacen oír cuando cesa el tráfico,

parejas añosas que desgranan sus días infértiles.

El cielo dibuja nubes, claros, monumentos,

una puesta de sol roja e instantánea,

el verde que se cuela por los ojos

al igual que el olor a hierba segada penetra

en el torrente sanguíneo.

–No resistirías–, te dice una voz íntima.

Hay una falsa quietud y unos códigos

que aún no has comprendido, piensas.

El mar puede agotarte, y el encierro

en estas cuestas, tascas, jolgorio, prados,

se puede tornar irrespirable.

El nivel del mar, un huerto, la naturaleza viva,

–Otros lo hicieron antes que tú–,

sosiego, frente a bullicio y desmadre,

ir a la contra del turismo de masas

y esperar la luz, esa que no llega todos los días,

podrían iluminar cada instante de duda.

Cada lugar conocido, traspasada la costra

del trampantojo viajero

se presta al análisis etéreo del deseo y la realidad,

alma errante, ansiosa de todos los lugares y ninguno,

viajero que busca la paz en el viaje.

Poema 379: Destellos

Destellos

Destellos de felicidad, verdor, despreocupación,

de una vida intensa en la naturaleza,

pura ficción:

estás en un relato impresionista

en el que tú construyes con tu conciencia la historia,

limas y descartas, minimizas el mal tiempo

o las carencias y el aburrimiento.

También el dolor.

Sobrevaloras la soledad, pagado de ti mismo,

lleno de una salud que no durará mucho.

Sin embargo esos destellos tienen consecuencias,

han sembrado dudas teóricas y duendes silenciosos

hacen un trabajo constante de zapa ante la fealdad,

la prisa, las prescindibles acciones de cada día.

Vano caudal de luces y canto de pájaros,

asombro ante la belleza de la jara en flor,

fotografías de un intenso verdor primaveral,

un baño en aguas frías, puras, cristalinas,

diluidas por el tiempo voraz y veloz,

ese que vas a gastar rodeado de ruido,

de una nube tóxica invisible cuando estás en ella.

La conciencia tapa y adormece, ensalza y eleva

las necesarias acciones para la supervivencia

en un medio social hostil con apariencia protectora.

Solo los destellos del arte, de la poesía, de la música,

te mantienen erguido y con cierta esperanza futura.

Poema 348: Algunos hombres solitarios

Algunos hombres solitarios

Algunos hombres solitarios, de una cierta edad

calvos o ralos,

caminan con la mirada perdida.

No sonríen nunca en público.

A saber en qué piensan.

Pareciera que soportan la vida

a la espera de que termine.

Ninguna ilusión, ninguna esperanza.

Algunos días me siento así.

Arrugo repetidas veces la cara para alejar el rictus,

desprenderme de esa máscara natural.

Otros días siento alegría verdadera y energía vital.

El jilguero resurge cantando tras la tiranía del cuervo.

Tiendo a pensar que son daños colaterales pandémicos

o el recorrer circuitos urbanos estáticos

en los que cada paso se parece al anterior,

el ruido de los coches oculta el silencio,

y el otoño solo asoma fugaz en algunos rincones.

Cada día deseo más reintegrarme en la naturaleza.

Poema 338: PRAE

PRAE

En un cierto momento, todos los equilibrios

pueden desmoronarse

por la caída de una hoja seca del árbol.

Y esa luz, ese filtro entre nubes

que llevan toda la tarde soltando agua,

esa luz puede quemar las pupilas sin brillo.

Los niños juegan divertidos con los cangrejos

atrapados en el canal;

hay fruta didáctica que se resiste a madurar,

plantas aromáticas exhalando su perfume tras la lluvia.

Allí has hecho fotos magníficas, irrepetibles,

ahora caminas indeciso y desnudo sin una cámara,

incapaz de fijar la vista en cada detalle,

consciente de que tu propio ánimo

construye la visión de la naturaleza

la vuelve anodina o fascinante,

consciente de que caminas por inercia

cuando cada paso que das es una maravilla mecánica.

Cae el agua de un riachuelo artificial

en este pequeño paraíso, oasis urbano,

con una sonoridad relajante.

Pequeños animales y plantas sostienen

un equilibrio inesperado

en un lugar fuera del mundo mercantilista.

Poema 324: El tiempo que nos queda

El tiempo que nos queda

Hemos tenido el privilegio de ver pararse el mundo,

de escuchar el silencio en una autovía,

de reconocer el canto de los pájaros,

de poder leer a deshoras asomado al balcón exiguo

y subir y subir escaleras sin parar.

Después redescubrimos la flores, su aroma,

la belleza de la naturaleza a su antojo

el éxtasis de un paseo en bici enmascarados,

las benditas vitaminas del sol en la piel

y el ancestral gusto por caminar pegados a la tierra.

Cada pequeño espacio de libertad era una maravilla,

de la que muchos han disfrutado:

se agotaron las bicis en las tiendas,

y han surgido caminantes a borbotones en las sendas.

Ahora la cigüeña subida en su atalaya eléctrica

contempla el ruido horrísono del tráfico en la autovía

cuál saurio evolucionado de perfil extraño

mientras me acerco sigiloso para captar una instantánea

de su vuelo elegante y sagital.

Ya no contemplamos el cielo cada tarde

ni miramos con extrañeza al caminante desenmascarado,

los perros ya no son un privilegio

ni la noche está vedada a los noctámbulos de fiesta.

Los años veinte se repetirán de forma sarcástica,

apurar la vida, las sensaciones, el tiempo que nos queda,

ignorar lo aprendido, huir hacia delante en el espacio,

sin olvidar la especie a la que pertenecemos,

aún recién salidos de las cuevas para transitar el mundo.