Llover, leer
Llueve,
tras más de dos meses llueve,
huele a lluvia;
aquel calor del verano ya se ha olvidado.
En mis ojos llovió casi toda la mañana;
estuve leyendo,
hacía meses o años que no llovía así.
Y en medio de toda esta lluvia interna y externa
algún mecanismo intrínseco empezó a analizar,
a recordar, a interpretar,
a buscar modelos de aprendizaje que imité,
a intentar entender mis miedos y los de los demás.
La lluvia vista y olida desde casa
me recordó el confinamiento,
las horas asomado al balcón o a la ventana,
el silencio de los coches que no pasaban,
el sordo golpeteo en el asfalto del agua,
la feracidad que provocó en el reino vegetal
aquella primavera.
Eché de menos la calma humana,
sin griterío,
sin alterar con gestos exagerados el curso del tiempo:
sin violencia a la vista, sin egoísmos en directo.
Surgen decenas de preguntas tras la lectura,
¿Estaré repitiendo patrones machistas?
¿De quién he aprendido? ¿Cuánto miedo tengo?
¿Estoy a gusto con mi vida? ¿Están a gusto conmigo?
La lluvia aporta la permanencia, la reflexión, cierta nostalgia:
gris profundo instalado en el cielo, verde fulgor
en las copas de los árboles, en el césped,
un rumor: tráfico lejano, algunas voces de adolescentes
que pasan mojados por la acera,
la masa de agua haciendo espuma sobre el suelo.
Cada cuál posee silencios, evidencias de discrepancias,
dolor, luchas de poder que ni sabe que existen.
Cada uno tiene su propia novela familiar,
anécdotas, toboganes vitales, tristeza y más miedo.
Pasan más adolescentes caminando, capuchas negras,
pañuelos, indiferentes a la lluvia o a la humedad;
sus preocupaciones están en otros sitios;
sus modelos somos nosotros, padres, adultos,
feministas reconvertidos por puro razonamiento.
Se comban por humedad, los libros dispuestos en montaña,
libros que son como el cuerpo:
los observas cada día, quieres leerlos, poseer su sabiduría,
los miras, como te miras las manos,
las piernas, los antebrazos:
reconoces la belleza de tu piel, el bronceado.
Casi todos poseen alguna marca de lectura,
esa impronta que te dejarán marcada si los terminas.
Arrecia la lluvia, anunciada, proclamada, avisada,
todo se detiene, también tú te detienes.