El final de la escalada
Hordas de gente en la hora límite
pasean como si estuvieran de vacaciones
y el caminar fuera el objetivo máximo
en el que interaccionar socialmente,
en el que echar un cigarro adolescente con unos amigos
escondidos tras un montículo y la vegetación.
La dignidad la otorga una mascarilla,
con la que proteger a los otros,
también a aquellos que con cacerolas y banderas
sacan su rabia de sabios y expertos a pasear,
ruido y entretenimiento en días tan cambiantes
de la lluvia y el chubasquero al cielo azul y la camiseta.
Esta poesía descriptiva y testigo del coronavirus
ya no da más de sí,
será un testimonio al que acudir en el futuro,
ese que nadie se atreve a pronosticar con claridad,
si será una vuelta a la vida deseada ahora
o un tiempo nuevo de precaución y distanciamiento.
En estos días de confinamiento se han abierto los sentidos,
la mirada en cámara lenta desde las ramas esqueléticas
a las frondosas copas de los árboles que ocultan el río,
desde los caminantes absortos con la mirada perdida,
hasta las alegre chácharas didácticas en familia.
Ahora que se vislumbra el final del quédate en casa,
entre fases y desescaladas, entre inmunes y miedosos,
solo queda mirar hacia delante, avanzar,
tratar de vivir la vida con lo aprendido en estos meses,
limpiar la atención de las cosas que hemos sentido innecesarias.