Poema 503: Oter de fumos

Oter de Fumos

Mi abuelo recorrería estas calles a diario

durante muchos años,

guardaría sus secretos de tiempos convulsos,

guerra, odio, hambre, un incendio,

cuidaría sus majuelos y haría vino,

fumaría sus Celtas Cortos sin filtro,

daría de comer a sus animales,

frecuentaría las bodegas de sus amigos;

quizás en algunos días de primavera

ascendiera al otero del castillo,

observaría la planicie de Tierra de Campos

tal y como yo la vi ayer,

identificaría las pequeñas tierras de labranza,

inspiraría el aire aún fresco de marzo

y a pesar de todo sentiría la pujanza de la vida en él.

He corrido por esas calles, sin resuello,

en una vida mucho más cómoda,

bien alimentado, con tiempo para cultivarme,

casi medio siglo después de su muerte.

Poema 261: Duerme la ciudad

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Duerme la ciudad, silente, detenida;

se hace aún extraño abrir la ventana

a la noche fresca ya de primavera

y no escuchar el ruido de los coches.

Se escuchan chirridos metálicos

que no consigo identificar,

imagino pájaros enjaulados o una veleta

que gira con el viento.

La noche se ha vuelto turbia,

el entendimiento opaco y la brisa

del pesimismo absorbe la energía restante.

Nada queda por hacer, salvo esperar,

contemplar el silencio.

El flujo de comunicación es gris oscuro

y una extraña emoción me oprime el pecho,

nada nos falta y todo nos es superfluo.

En la balanza del confinamiento se pesan

los libros con los paseos limitados,

la música con el aroma del campo.

Descansan las conciencias

tras todo el día chateando,

millones de conversaciones tal vez banales

se retuercen en las ondas invisibles.

La música de Copland me va sumiendo lentamente

en el sueño del que despertaré con júbilo en la calle,

victoria contundente o precaución respiratoria,

aún es pronto para vislumbrarlo.

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Poema 257: Confinamiento

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El confinamiento doméstico es una oportunidad vital,

pararnos a pensar en la futilidad diaria

de cada cosa tan importante que hacemos;

es una visita a la prisión mental de cada uno.

 

La calle está desierta salvo un patinador septuagenario,

y ancianos paseando mostrando su relativismo,

la gente viene y va, diligente con su bolsa de pan,

y aún el susto en el cuerpo de una situación impensable.

 

Hay insolidarios, gente indeseable, algunos políticos opinando,

el virus es feroz y cruel pero no habrá justicia poética,

hay quien no se ha preocupado hasta que era tarde,

y sin embargo estamos orgullosos de la mayoría de nosotros.

 

La belleza continúa ahí, hay sol, las urracas lo invaden todo

a sus anchas, se posesionan de lo alto del árbol majestuoso,

el silencio de los pocos vehículos es aterrador

acostumbrados ojos y oídos a la vorágine diaria.

 

Hay un hilo conductor que aún funciona,

continuidad laboral en sectores estratégicos,

muchos libros por leer y el desfase temporal de cada uno

presto para ser reducido con paciencia.

 

Algo cambiará al final del confinamiento:

sospechas y rencillas acumuladas en el recuerdo,

el orgullo de haber sobrevivido en comunidad,

la minimización relativa de cada problema futuro.

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Poema 198: Calles y piedra

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Calles y piedra y el aliento de la niebla

persigue conciencias y ánimas,

despierta sueños y vuelos de aves migratorias,

el milano de cola de tijera

al acecho del surco oxigenado del arado

cae en picado atajando a su presa.

 

Un impresionante paisaje de montañas

superpuestas en el poniente,

muestra tu nimiedad personal,

penetra como el fulgor del frío en tus huesos,

azulea tu aura de turista observador.

 

Palabras en desuso vivas en las macetas,

el pueblo solitario en la hora del ocaso,

calles tuertas, un castillo silueteado;

allí resuenan tus pasos fantasmales

en la calzada romana y el puente.

 

El aura familiar envuelve y protege,

el museo se muestra en escenografías

disimuladas durante decenios en cada calle,

en cada rincón, cada fuente, cada esquina,

un trampantojo sin fisuras aparentes.

 

La belleza es la hora del ocaso

o la ausencia de transeúntes y pobladores,

quizás la pertenencia al clan que campa

a sus aires sobre las piedras milenarias,

o el aire limpio que penetra en los pulmones.

 

Paz y armonía, momento irrepetible,

la conjunción de detalles y algarabía infantil,

una foto aquí y otra allá, el cuidado de la luz

más apreciada que nunca

glorifican el día y lo encumbran a mito y leyenda.

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