Duerme la ciudad
Duerme la ciudad, silente, detenida;
se hace aún extraño abrir la ventana
a la noche fresca ya de primavera
y no escuchar el ruido de los coches.
Se escuchan chirridos metálicos
que no consigo identificar,
imagino pájaros enjaulados o una veleta
que gira con el viento.
La noche se ha vuelto turbia,
el entendimiento opaco y la brisa
del pesimismo absorbe la energía restante.
Nada queda por hacer, salvo esperar,
contemplar el silencio.
El flujo de comunicación es gris oscuro
y una extraña emoción me oprime el pecho,
nada nos falta y todo nos es superfluo.
En la balanza del confinamiento se pesan
los libros con los paseos limitados,
la música con el aroma del campo.
Descansan las conciencias
tras todo el día chateando,
millones de conversaciones tal vez banales
se retuercen en las ondas invisibles.
La música de Copland me va sumiendo lentamente
en el sueño del que despertaré con júbilo en la calle,
victoria contundente o precaución respiratoria,
aún es pronto para vislumbrarlo.