Poema 440: El fin de la noche

El fin de la noche

Los patines eléctricos cruzan la noche

como criaturas desesperadas,

desprovistas de sentimientos,

apagados los sentidos

cual inequívoca emulación de Blade Runner.

Silenciosos, durmientes, oscuros,

rompen las distancias y las coartadas,

autómatas del intercambio,

sin propósito personal alguno.

Células enigmáticas y asexuadas,

dispensadores de placer ajeno,

el instante es múltiplo del vacío,

el no ser de la soledad completa.

Somos burgueses alejados de la oscuridad,

subyugados por la tecnología del hogar,

inválidos en un territorio inhóspito

cuyos códigos secretos desconocemos.

Hay un silencio y una quietud sospechosa,

cazadores con los ojos brillantes,

acechan la novedad inocente

captan adeptos, clientes y verdugos futuros.

El fin de la noche, el desánimo,

los rostros ultrajados, somnolientos,

anodinos y anónimos sin luz ni esperanza,

consumidores avaros del día de descanso.

Poema 364: Los pájaros invisibles

Los pájaros invisibles

Los pájaros son invisibles en la ciudad,

si acaso al atardecer en la plaza de los ciegos

revolotean inquietos buscando acomodo.

La bandada de estorninos es casi invisible

en esos eternos minutos que dura el crepúsculo.

Las tardes crecientes de febrero son muy hermosas,

hacen pedalear al ciclista observándolo todo

con ojos de halcón.

Aún con lágrimas en los ojos

recuerdas el minuto de silencio.

El flujo de conciencia trae al verso, un lucero

un dolor y un insomnio.

Leíste unas doscientas páginas del Ulises

y ahí lo tienes abandonado con su marca páginas.

Continúa el dolor y también las incógnitas,

dónde, cómo, por qué.

Me han llamado ingenuo por tercera vez

como si no conociera la maldad de los hombres

o sus perturbaciones y trastornos.

Aunque haya psicópatas sueltos

la vida está llena de gente generosa

y a veces lo más sencillo explica asuntos complicados.

Los pájaros también fueron invisibles en el campo.

Poema 335: Ruido

Ruido

Oyes el ruido de un avión y piensas

ya están aquí.

Vibran las grúas al paso invisible.

El terror de la especie.

Una mujer corre y eso un detonante.

Corren decenas, cientos, miles, corren.

¿Hacia donde corren?

Vives en una jaula que simula libertad

pero el ruido que te taladra los oídos

te recuerda tu dependencia.

Entonces tomas consciencia de tu cuerpo

miras tus manos, las conoces,

te gustan, es un consuelo que sigan ahí.

Piensas en tu rostro bronceado

curtido por los años.

Parece que puedes sentir tus dientes,

cierras la boca para comprobar que están ahí.

Has vivido y disfrutado, ves el camino detrás de ti.

Sientes que te faltan algunos abrazos

y que el tiempo se ha detenido.

Silencio.

Poema 328: Hervás

Hervás

El forastero pero asiduo visitante comprueba
el deterioro creciente de la casa de Marinejo,

la grava que allana el camino a la chorrera,

las mariposas juguetonas en el sendero olvidado,

las fuentes cantarinas que presuponen lluvias invernales.

Hay una soledad en los caños al caer la tarde,

y una brisa en la terraza que mueve las páginas del libro,

calma y quietud bajo los plátanos peatonales,

solo el ruido de mesas al ser apiladas en un bar.

La fuente chiquita acumula turistas 

que después irán a ver los miles de cactus;

llega el olor a roble de las montañas,

la luz amarilla de las farolas en el barrio judío.

El tiempo ha borrado una pescadería,

una tienda de instrumentos musicales,

algunos mesones de vida efímera,

la pujanza del cine en noches de verano.

El camino a la Chorrera es una romería,

un peregrinar turístico activo y delicado,

como la pista Heidi  o el caño de la ermita,

como la vía verde que lleva hasta Béjar.

La vida aquí es la del caminante en la mañana

que imagina un huerto ordenado,

la del lector gourmet el resto del día 

paseante al anochecer disfrutando del fresco.

Poema 315: Silencio

Silencio

El silencio lo rompe el réquiem por Sigfrido,

entonces imagino mi muerte

y esa música tremenda que desgarra la tarde,

proporcionando tal vez un momento de belleza

en quienes lo escuchen

como otros funerales lo hicieron en mí.

El silencio lo rompe el canto de un mirlo

mientras leo sentado en el banco de un parque

en este falso inicio de primavera,

y ese canto me lleva a un patio de Córdoba

en el que leía El cielo de Lima,

antes de escuchar El mirlo del pruno,

que es un gran trovador.

El silencio me desgarra como el sol poniente

desgarra esas nubes en el horizonte,

antes de que coloque el disco de Amancio Prada

recitando el Cántico Espiritual de San Juan

capaz de encender en mi espíritu el mismo color

naranja-intenso de la puesta de sol.

El silencio es un bien escaso en la ciudad

al igual que la forma de salir de él

llena de sorpresas e incertidumbre:

los murmullos crecientes en la terraza de un café,

el agua que cae en la cascada junto al molino

y te hace evocar la nieve y el deshielo.

Poema 273: Los confinados

Los confinados

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El virus ha dejado imágenes impactantes miles de muertos vulnerabilidad en toda persona con independencia de su condición fama o hechos vitales imágenes de sanitarios con trajes extraterrestres marcas en la cara por las mascarillas y las gafas saturación ataúdes victimas en su mayoría de edad avanzada soledad y mucho miedo y desesperanza ante una epidemia invisible e indetectable higiene protección confinamiento silencio en las calles noches en las que se podía escuchar el canto de algunos pájaros insomnes en las que un tractor con luces de ambulancia desinfectaba y fumigaba las calles las aceras y casi hasta las fachadas tiempos de incertidumbre económica de sedentarismo en una especie que una vez fue nómada y que aún no se ha convertido del todo miles de ventanas grúas que rompen el horizonte en el que se ve un trocito de campo de un verde esplendoroso como esta primavera que se cuela por cualquier resquicio que hace salir hierbas por debajo de una puerta sin uso desde hace dos meses lluvia que aparece y desaparece con la velocidad a cámara lenta de los días semejantes unos a otros en los que nada acontece y todo está pasando el amor que late en la lejanía de los cuerpos el viento que transporta mensajes y susurros de juventud el poema que un filósofo envía en una paloma los memes idiotas con que se entretiene la gente cuando no tiene otra cosa que hacer o que leer o que discutir o que estropear el aire limpio de la tarde que permite observar las nubes y puestas de sol maravillosas las hojas que han ido llenando los árboles durante ese mes de abril perdido de manera mágica los perturbados que caminaban por las calles solitarios hablando solos o circunspectos de una necesidad absoluta de espacios abiertos los insultantes energúmenos que vociferan en las redes sociales con una opinión que han escuchado a un comunicador iluminado y necio banderas de luto y críticas nada constructivas ni colaborativas o el deporte que nos entretiene y nos hace perder el tiempo tan maravilloso para cuidar el mundo soñar observar esas amapolas en la cuneta que añoramos o el campo amarillo de colza o la fragancia de las espigas al atardecer o el alboroto desordenado de los niños en un parque en una vida tan regulada por las horas que ahora regulan los aplausos a las ocho o las apariciones televisadas de quien transmite los datos y la calma y la prudencia hoy volvía a renacer el fuego en un bidón mientras el ciclo vital de los terrenos de regadío mucho más longevos que tú funde el verde con el color de árboles hierbajos y esperanza aún asustadiza y volátil cambiante según ciclos hormonas cifras borrascas noticias e incluso las lecturas tan determinantes tan decisivas en la alegría vital de las personas que leen o en los zoquetes que no leen el sol que durante unos días deseamos que fuera lluvia y mal tiempo el frío protegidos por paredes el ansia viva de libertad que no sabíamos expresar o que escuchábamos en resistiré o bella ciao en series que hemos visto sin ser adictos al formato en tanta pasión oculta y tanto por descubrir en el interior de cada uno de nosotros mientras perpetraba una videollamada al anochecer con una cerveza que compartía en la distancia con amigos a los que tardará en ver y mucho más en abrazar pieles que no se van a tocar distancia sideral de dos metros casi con miedo de mirar a los ojos a quienes antes abrazabas y ahora solo observas como una otredad que no te pertenece a la que no tienes derecho y cuando sales criticas cualquier acercamiento o disidencia sin saber si el virus ha estado cerca o ha sido una amenaza fantasma para ti si lo has pisado o lavado con jabón o neutralizado con agua y lejía estás vivo y sigues creando fotografías y palabras e ideas pequeñas algunas que provocan sonrisas otras también invisibles que dejan al receptor indiferente e igual de trasparente que era antes de ellas antes de que subieras escaleras corriendo o bailaras mirando las posturas de unos muñecos en televisión el tiempo del virus encoge con cada paseo que das con cada almendruco que observas con cada mascarilla anclada a un rostro que cotejas en la calle en la pasarela en el camino que bordea el río o en la fuente aleatoria en la que se mojan tus hijos verdaderos resistentes de este mundo atípico que bien podría ser de otra manera más placentera menos productiva menos capaz de estropear la tierra ancestral con hormigón y emisiones la lluvia ha dejado sus huellas en un pinar que nadie ha pisado en semanas los espárragos crecen y al fin podrán derramar sus semillas sin humanos que los consuman o corten de raíz algunos libros han perdido el polvo y algunas óperas han dejado de ser opacas para ti te puedes acostumbrar a esta vida de miedo a lo ajeno y conservar tu pequeño espacio tu movilidad tu aspecto desidioso sin cortar el pelo en semanas o meses y el miedo a la muerte o la desesperación están ahí conjurados cada día con ideas nuevas con ganas de vivir con fuerza interior con mensajes que compartes y con conversaciones profundas algunas de esperanza en los modelos matemáticos otras irracionales pero creíbles y el conocimiento de que tu inmovilidad salva vidas que el esfuerzo comunal que estamos haciendo es una suma de pequeños esfuerzos que detendrá el avance asqueroso y siniestro de esta irracional pandemia para la que no nos hemos preparado demasiado como especie o tal vez sí porque al final nadie se cree que no lo vayamos a exterminar a conservar en un laboratorio para seguir buscando la manera menos costosa de matarlo de atacarlo por todas partes piensas en la humanidad que ha crecido tanto que tantas generaciones se debatió con problemas igual de malos o peores en guerras en la búsqueda de la identidad y de los valores que eran mejores para todos en el largo plazo la luna te ha ayudado en algunas noches a entender la magia que tus antepasados sintieron al verla enseñorearse de la noche de forma cíclica y recurrente y al final empezamos a salir de nuevo a ver el mundo con toda su belleza a admirar cada trocito de esperanza y libertad a respirar como quien se ha librado de una cárcel en la que falta el oxígeno pero aún no se atreve a pegarse ni al otro ni a la tierra y que ansía permanecer en su perímetro de seguridad hasta el final de los tiempos que augura largos pero no lo serán tanto porque su tiempo pasará y vendrán otros que le sucederán y serán mejores o más preparados gracias a su pequeña contribución a que su especie se perpetúe fuera ya las lágrimas y los aplausos y el tratar de ver el rostro lejano del vecino que te hace gestos amistosos ha pasado el tiempo y ha pasado lo más duro antes de una posible recaída o de un olvido y una fiesta de felices años veinte tal como lo fueron hace cien años antes de que todo se hiciera añicos por el ansia de dominio y por las desigualdades.

FIN

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Poema 261: Duerme la ciudad

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Duerme la ciudad, silente, detenida;

se hace aún extraño abrir la ventana

a la noche fresca ya de primavera

y no escuchar el ruido de los coches.

Se escuchan chirridos metálicos

que no consigo identificar,

imagino pájaros enjaulados o una veleta

que gira con el viento.

La noche se ha vuelto turbia,

el entendimiento opaco y la brisa

del pesimismo absorbe la energía restante.

Nada queda por hacer, salvo esperar,

contemplar el silencio.

El flujo de comunicación es gris oscuro

y una extraña emoción me oprime el pecho,

nada nos falta y todo nos es superfluo.

En la balanza del confinamiento se pesan

los libros con los paseos limitados,

la música con el aroma del campo.

Descansan las conciencias

tras todo el día chateando,

millones de conversaciones tal vez banales

se retuercen en las ondas invisibles.

La música de Copland me va sumiendo lentamente

en el sueño del que despertaré con júbilo en la calle,

victoria contundente o precaución respiratoria,

aún es pronto para vislumbrarlo.

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Poema 75: Terror

 

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                         Terror

En los silencios donde nadie duerme,

allá donde los lamentos nadie escucha,

en el lugar en que las barcas pasean

barqueros entoldados de ritmo lento

e infinito, hay gritos ahogados

solo aptos para hipoacúsicos inertes.

 

En medio del sueño, un coro de gritos,

puertas indistinguibles, estética de manicomio,

luz estroboscópica, aullidos, un ritmo

conocido presente en tu cerebro,

heredado de tus ancestros paleolíticos.

 

Una voz susurra en la madrugada,

ignoras su procedencia, radio automática,

la voz penetra en tu duermevela

exige su presencia en tu cerebro,

dispara alarmas que creías olvidadas.

 

Y de repente, ya nada suena,

tu cuerpo ha perdido su peso,

ingrávido sientes inmovilidad completa

en tus extremidades; un color

pugna por apoderarse de todos los demás.

 

Una imagen, una.

Va nublándose, se desenfoca,

pierdes la señal.

Fuera de ti.

 

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