Poema 272: Se terminan los aplausos

Se terminan los aplausos

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Casi han pasado dos meses de confinamiento,

la oscuridad del anochecer invernal a las ocho

ha dado paso a una luz primaveral de mayo,

apenas aplaude algún vecino nostálgico y solitario.

 

Las franjas del paseo y de los niños

han aliviado la estancia en casa de semanas,

la solidaridad ha cambiado cada día,

ya no suena Resistiré en los balcones.

 

Algunos conocidos son insolidarios:

caminan sin mascarilla, se reúnen sin distancia

o juegan al fútbol en el césped comunal;

hay detalles que no vamos a olvidar.

 

El sábado una banda de cinco adolescentes

recorría el pinar el bicicleta,

todo el mundo se lanzó en masa

a invadir el pulmón de la ciudad con ansia.

 

Los aplausos también fueron cohesión vecinal,

apoyo mutuo en días que se hacían largos,

la campana monástica que nos regulaba las horas,

el momento social más importante del día.

 

En el anonimato de la semioscuridad,

nos asomábamos al foro de ventanas y balcones interiores,

hasta que cacerolas, himnos y otras reivindicaciones

sembraron cizaña y discordia.

 

Hoy apenas suenan aplausos sanitarios,

el desconfinamiento lento ha comenzado,

la primera batalla contra el virus está siendo vencida,

en un rumor de datos, héroes y silencio.

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Poema 259: Aplausos al anochecer

Aplausos al anochecerIMG_3699

Cada tarde el espectáculo es inmenso,

decenas de luces, aplausos, siluetas,

cánticos y algunas proclamas excesivas

provocan sonrisas y ánimo

en el confinamiento recién comenzado.

 

La sobreinformación nos llena los días,

desanima o hace reír durante unos minutos,

consumimos el tiempo y las pantallas

al ritmo de la modernidad exigente,

protegidos y seguros en el aislamiento familiar.

 

Hay una emoción en la colectividad,

el reconocimiento de la soledad acompañada,

la confluencia de mentes concertadas

bajo la luz protectora de la atmósfera vecinal,

pospuestas las rencillas o diferencia de voluntades.

 

La escena pudo ser hace miles de años así:

trogloditas paleolíticos en sus casas cueva

suspendidos en una pared rocosa

aullando a la luna cada anochecer,

libres un día más del peligro salvaje en sus guaridas.

 

Necesitamos la sencillez de la contemplación

del vecino tan aislado como tú,

de la concertación espontánea de ideas,

de la esperanza de que todo permanezca

y el aplauso sincero para quienes arriesgan sus vidas.

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