Se terminan los aplausos
Casi han pasado dos meses de confinamiento,
la oscuridad del anochecer invernal a las ocho
ha dado paso a una luz primaveral de mayo,
apenas aplaude algún vecino nostálgico y solitario.
Las franjas del paseo y de los niños
han aliviado la estancia en casa de semanas,
la solidaridad ha cambiado cada día,
ya no suena Resistiré en los balcones.
Algunos conocidos son insolidarios:
caminan sin mascarilla, se reúnen sin distancia
o juegan al fútbol en el césped comunal;
hay detalles que no vamos a olvidar.
El sábado una banda de cinco adolescentes
recorría el pinar el bicicleta,
todo el mundo se lanzó en masa
a invadir el pulmón de la ciudad con ansia.
Los aplausos también fueron cohesión vecinal,
apoyo mutuo en días que se hacían largos,
la campana monástica que nos regulaba las horas,
el momento social más importante del día.
En el anonimato de la semioscuridad,
nos asomábamos al foro de ventanas y balcones interiores,
hasta que cacerolas, himnos y otras reivindicaciones
sembraron cizaña y discordia.
Hoy apenas suenan aplausos sanitarios,
el desconfinamiento lento ha comenzado,
la primera batalla contra el virus está siendo vencida,
en un rumor de datos, héroes y silencio.