Poema 508: Bajo la lluvia

Bajo la lluvia

Mi padre cumple ochenta y tres años.

Hemos corrido bajo la lluvia

precioso paisaje de primavera feraz

acercándonos a un cementerio en medio del campo.

Luz opaca, neblina y cortinas de agua fría.

La voracidad humana hace competir a los más fuertes,

esos semidioses que soportan los meteoros.

Tal vez esta tarde abrirán un libro de poemas al sol

o tomaran un café, locuaces,

mientras disfrutan de la euforia de la mañana.

Barro, sudor, lluvia,

¿cuántas veces más podremos correr así?

Tenemos el privilegio de la ropa seca,

de la ducha caliente al llegar al hogar.

Una cigüeña, punta de flecha, Archaeopterix,

ameriza en una charca enorme en un campo verde,

la colza da un toque exótico de color intenso,

todo es bello en buena compañía.

Poema 494: La hermética belleza

La hermética belleza

La hermética belleza es el estado de ánimo

al contemplar una flor,

el deseo de vivir en un lugar por el que transitas,

una silla vacía en una terraza con vistas,

poder mirar al mar o a la montaña

(paisajes siempre cambiantes, siempre hermosos).

Llueve en estos días de transición

aún el invierno resistiéndose,

el dios Marte campando a sus anchas por el mundo.

Ese ladrillo no me gusta y ahí habrá mosquitos,

las ventanas son estrechas y oscurece pronto,

el ruido de los automóviles en la autopista,

lejos de todo, lejos de todo.

Solo hay un banco no recién pintado;

ahí leo el poder colectivo de los sueños,

la función social en los clanes y tribus,

la belleza imaginada, soñada, compartida,

el proceloso proceso de abstracción

y la incansable búsqueda de lo sublime

plasmado esquemáticamente en un santuario.

Capturo la imagen de la flor, la edito levemente,

desaparecen los contornos,

deja de existir el mundo y solo quedan palabras

la voz que expresa ese sueño oscuro,

la mente inteligente que lo analiza y exprime,

esa tarde diáfana y cálida ya memorable.

Poema 492: Abrimos las nubes

Abrimos las nubes

Abrimos las nubes

en la mañana disfrazada de rock,

en el antro-centro del saber,

aún resonando Kant en los oídos adolescentes.

Hordas de coreógrafos, de cuerpo de baile,

atenta la mirada al cielo, risa y diversión,

redes sociales afilando sus colmillos,

y la letra acompasada al dinero para nada.

Llueve a mares y la lluvia es una forma de memoria.

Tres edades saltan al unísono en ritmos y letras

que solo ellos entienden.

El diluvio opaca las olimpiadas y el billar,

riega los claveles y churretea los rostros

enmarcados en tanto trabajo.

Las miradas se cruzan ya satisfechas:

recordaremos el carnaval pasado por la lluvia.

Poema 481: El cielo parece presto a la nieve

El cielo parece presto a la nieve

El cielo ralo parece presto a la nieve–,

escribí esta mañana cuando abrí la ventana del salón,

Jirones azules desaparecen–, continué.

Finalmente llovió

y el día se tornó plomizo y un tanto anodino hasta ahora

pero tuvo detalles: orden, limpieza, un repaso a libros sin leer,

la interpretación del poema de Safo que tanto me está gustando

en la voz de Cristina Rosenvinge.

Siempre hay algo que distingue cada día,

una intensidad, un abrazo, un encuentro, una conversación,

un poema que lees y no absorbes.

Recibí una revista de matemáticas

y volví a escuchar El Poema de la Pasión.

Fui barriendo casi todas las cosas que tenía pendientes:

se termina el año y se hacen balances y revisiones,

las luces y el autoconocimiento, las sombras y la edad.

Alguien me reparó un aviso de avería del coche,

alguien me transmitió un abrazo para mi madre,

se me llenó la cabeza de imágenes de las calles desiertas

hará pronto cuatro años, durante el confinamiento.

Trabajé durante una hora, llegaron buenas noticias,

hice una compra afortunada y no pude lavar el coche por la lluvia.

Volví a pensar en lo que significa para mí la poesía:

llegar con minimalismo a la esencia de las cosas,

o de las personas, o de las situaciones, o de aquello que imagino.

Concentrarme plenamente y profundizar,

atravesar capas de forma rauda o demorarme en espirales

llenas de metáforas sutiles u oscuras.

Acabará con teatro aficionado, el lujo de la cultura y el esfuerzo,

en un día en el que el cielo parecía presto a la nieve

pero solo llovió.

Poema 460: Llover, leer

Llover, leer

Llueve,

tras más de dos meses llueve,

huele a lluvia;

aquel calor del verano ya se ha olvidado.

En mis ojos llovió casi toda la mañana;

estuve leyendo,

hacía meses o años que no llovía así.

Y en medio de toda esta lluvia interna y externa

algún mecanismo intrínseco empezó a analizar,

a recordar, a interpretar,

a buscar modelos de aprendizaje que imité,

a intentar entender mis miedos y los de los demás.

La lluvia vista y olida desde casa

me recordó el confinamiento,

las horas asomado al balcón o a la ventana,

el silencio de los coches que no pasaban,

el sordo golpeteo en el asfalto del agua,

la feracidad que provocó en el reino vegetal

aquella primavera.

Eché de menos la calma humana,

sin griterío,

sin alterar con gestos exagerados el curso del tiempo:

sin violencia a la vista, sin egoísmos en directo.

Surgen decenas de preguntas tras la lectura,

¿Estaré repitiendo patrones machistas?

¿De quién he aprendido? ¿Cuánto miedo tengo?

¿Estoy a gusto con mi vida? ¿Están a gusto conmigo?

La lluvia aporta la permanencia, la reflexión, cierta nostalgia:

gris profundo instalado en el cielo, verde fulgor

en las copas de los árboles, en el césped,

un rumor: tráfico lejano, algunas voces de adolescentes

que pasan mojados por la acera,

la masa de agua haciendo espuma sobre el suelo.

Cada cuál posee silencios, evidencias de discrepancias,

dolor, luchas de poder que ni sabe que existen.

Cada uno tiene su propia novela familiar,

anécdotas, toboganes vitales, tristeza y más miedo.

Pasan más adolescentes caminando, capuchas negras,

pañuelos, indiferentes a la lluvia o a la humedad;

sus preocupaciones están en otros sitios;

sus modelos somos nosotros, padres, adultos,

feministas reconvertidos por puro razonamiento.

Se comban por humedad, los libros dispuestos en montaña,

libros que son como el cuerpo:

los observas cada día, quieres leerlos, poseer su sabiduría,

los miras, como te miras las manos,

las piernas, los antebrazos:

reconoces la belleza de tu piel, el bronceado.

Casi todos poseen alguna marca de lectura,

esa impronta que te dejarán marcada si los terminas.

Arrecia la lluvia, anunciada, proclamada, avisada,

todo se detiene, también tú te detienes.

Poema 446: Llueve en la mañana de junio

Llueve en la mañana de junio

Llueve en la mañana de junio,

los heraldos destructores están llegando;

en apenas un mes

todo el poder se concentrará en el engaño

en mentiras aprovechadas,

en la ruina del pensamiento colectivo.

Vuelve la lógica del mentecato:

igualar a todos en la ignorancia,

sepultar las flores y la sutileza.

En los días infinitos cabe el solsticio,

crece la luna y alguna risa inesperada,

parece que no puedo detenerme

por miedo a que no me guste lo que veo.

Me cuesta mirar con intensidad poética,

me cuesta leer análisis políticos,

incluso en mis fuentes de información más cabales.

Cada uno construye su realidad

en forma de burbuja informativa;

ahora mismo estoy alejado de la masa,

por asepsia y por lógica, por prudencia.

Comprendo la pragmática económica

de los grupos privados mediáticos,

el ansia desmedida de capitalización pública,

el sistemático embeleco de mediocres

elevados a la fama por cualidades vulgares.

Nada nuevo en la cara vista de la Historia,

argucias, estrategias, imposiciones,

hoy más psicológicas que físicas.

Quizás existen inteligentes voces discordantes

a las que recurrir cuando el castillo de naipes

cae sin orden y sin culpabilidad aparente.

Todo es olvido y desmemoria,

destrucción y reconstrucción,

ciclos genéticos ascendentes pese a todo.

Poema 443: El camino de las avutardas

El camino de las avutardas

La tierra no se sujeta en el campo descarnado:

llueve y la escorrentía embarra el camino.

Las huellas de las palmípedas persisten en el barro.

Huele a trigo húmedo y a las flores de las cunetas,

canturrean los pájaros;

una avutarda sale volando pesada y a ras de tierra.

A duras penas levanta el vuelo.

Hay huellas de otros animales: zorros, conejos,

caminos que trazaron las hormigas en su faenar

antes de la lluvia.

En medio de fiestas y romerías,

el disfrute de la naturaleza humedecida

es un oasis de felicidad, de sensaciones ancestrales.

Llegan en tropel los recuerdos y los cómputos:

¿Cuántas veces habré pasado por ahí?

¿Cuántas avutardas he avistado en mi vida?

En una bicicleta infantil recorríamos sendas

durante el mes de junio

con una pandilla que aún sobrevive en la madurez.

Ningún camino de la concentración parcelaria

me es desconocido:

puedo nombrarlos al estilo de los lugareños

si es que yo mismo no soy uno de ellos.

Puedo recordar los nidos de aguiluchos

o a Picachinas trepando por los pinos piñoneros.

La vida está pasando, pero las señales ancestrales

persisten, llenan mi memoria,

me invaden la nostalgia y el gozo

en una mezcla de emociones muy placentera.

Poema 442: En el campo

En el campo

Acudo bajo la llovizna tan excepcional de mayo

a un lugar sagrado en la antigüedad,

territorio de reposo de difuntos,

túmulo observable desde todo el valle.

El lugar me llena de paz y alegría;

aspiro el aroma de las espigas húmedas,

el viento cargado de agua,

la visión magnífica de entre verde y amarillo

que contrasta con el azul metálico –y oscuro–

de un cielo amenazante.

Descanso un instante del ajetreo del día,

del mes, del año.

Imagino a un cazador milenios atrás

hierático, olfateando el viento,

su lanza en ristre, joven y atlético,

atento a cualquier variación del campo visual.

Camino de vuelta por una senda inexistente

horadada por conejos y alimañas;

tras recorrer unos cientos de metros

observo una silueta animal en lo alto del cerro.

Estremecido y alerta corro campo a través,

atajo por entre las espigas

mirando de reojo con cautela.

Mi adrenalina se ha disparado al intuir un cánido,

a buen seguro más asustado que yo.

Llego lleno de barro, pies húmedos y sudando,

al camino conocido, lugar teórico de salvación,

satisfecho y resollando, lleno de vida.

Poema 437: Cuatro gotas

Cuatro gotas

Se espesa el aire delicadamente oscuro,

la premonición de una lluvia ausente,

el caminar presuroso de pensamientos turbios,

gris, azul, negro, nubes sin fecundar,

el tiempo gastado en banalidades

más allá de cópulas desesperadas,

de la muestra del deseo blando

susurros y palabras de amor,

el tiempo cíclico, repetido y anárquico.

Existe una sequía real y otra mediática,

la insistencia día tras día

en el asunto en que enfocan las agencias:

ayer Cataluña o cualquier derecho social,

hoy la sequía pertinaz

capaz de oscurecer cualquier futuro:

la cultura del pesimismo se filtra en mis neuronas,

¡Cómo voy a correr con veintidós grados en abril!

Y sin embargo con cuatro gotas caídas esta noche

–nocturnidad y alevosía–

huele a primavera llena de amapolas.

Conversan dos hombres calvos y orondos

con enérgico movimiento de manos,

posiblemente unos “enterados” de los noticiarios,

–la ideología social está acabando con el planeta–, dirán.

Cualquier pronóstico puede fallar,

incluso los más catastróficos.

La vida no depende de esos presagios,

quizás sí de las pequeñas vicisitudes personales,

rituales de confianza, alguna caricia,

esa risa que compartiste por una broma inescrutable.

Poema 414: La llegada del invierno

La llegada del invierno

La lluvia se apropia del otoño,

deja los parques sembrados de hojas,

una pátina neblinosa por doquier.

Es tiempo icónico de fotografías,

de luces navideñas irreales,

de hordas de caminantes bajo ellas.

Añoramos la lumbre, el fuego,

la fuerza desbordante de la noche

cálida de otras estaciones.

Los sistemas inmunitarios se adaptan

con cierta dificultad al frío,

a virus veloces de trasmisión desmedida.

Ese edificio en construcción me sobrevivirá,

a mí y a mis descendientes,

es un símbolo de permanencia estacional.

En pocos años,

han cerrado comercios emblemáticos

la cara vista de la ciudad se transforma.

Melancolía y añoranza de juventud,

de tiempos irreales, ya solo recordados,

mitificados, envueltos en la niebla del otoño.

Quizás en este pliegue del espacio-tiempo

se ha producido una aceleración imprevista,

algo que solo sienten los poetas y los pájaros.