Poema 507: Paisajes de África

Paisajes de África

Arenisca,

suaves ondulaciones del viento,

la alargada sombra del atardecer

hace enormes los camellos turísticos.

Hay cárcavas olvidadas,

un paisaje desértico, arrasado y estéril,

sobre el que las nubes dibujan a sus anchas,

formas y sombras inquietantes.

El imponente Atlas nevado todo lo preside,

regula el clima extremo,

permite oasis de aprovechamiento intenso

y algunos cursos de agua estacionales.

Me siento ridículo y mínimo ante la vastedad

del horizonte difuminado por el viento arenoso.

¿Qué vida sobrevive ahí, quién caza o es cazado?

La caída del sol es un espectáculo de color,

ruidos agudos que anticipan la noche,

fogatas, sombras, gruñidos inidentificables,

tapias de barro erosionadas,

leves protecciones temporales, integradas,

un mínimo rebaño de cabras,

extrema pobreza exenta de las necesidades modernas.

La vida, al igual que el barro, se aúna al paisaje,

lentitud, morosidad, gasto mínimo de energía,

siempre transitando las mismas sendas ancestrales.

Poema 505: Atravesando el Atlas

Atravesando el Altlas

Al Atlas se accede siguiendo un río

teñido de rojo intenso;

–Un río de sangre–, diría con sorna gallega

la joven sentada a mi izquierda en el microbús.

Llueve desaforadamente,

el agua percute en la trinchera de la carretera nueva

provocando el desprendimiento de moles de piedra.

Aguanieve en el paso de los dos mil metros,

roca viva que se va cubriendo de blanco.

La luz del sur asoma en el descenso,

aldeas disimuladas en la tierra arcillosa,

un minarete que domina un valle, cabras,

la tradición sobrevive apegada a los ancestros.

Cesa la lluvia absolutamente,

la montaña húmeda se convierte en desierto,

arenisca ventosa de colinas onduladas:

la sombra de las nubes crea paisajes fantasmales.

El terreno yermo se rompe súbito por un río estacional,

un oasis, ya turístico, en el que nos detenemos,

viento cargado de fina arena cegadora,

palmeras y modestas construcciones que ocultan

la maravillosa kasbah cinematográfica,

un lugar onírico a la puerta del Sáhara,

la destructiva búsqueda de la nada en el Cielo Protector.

Ait Ben Haddou, adobe, tierra, paja, madera,

callejuelas laberínticas, tinta secreta, índigo, té, azafrán,

zumo de limón calentado con soplete.

El castillo es una ruina castigada por el viento,

rotos fotogénicos en una humilde muralla,

el lugar perfecto desde el que se atisba la planicie.

Un caftán rojo rompe la monotonía del barro

en la cuesta ascendente dentro del laberinto;

la mujer que lo portaba se coló en la fotografía

saliendo de la nada fantasmagórica del decorado:

color de contraste, como la nieve en las cumbres

durante el retorno peligroso a la plaza de la Unesco.

Poema 481: El cielo parece presto a la nieve

El cielo parece presto a la nieve

El cielo ralo parece presto a la nieve–,

escribí esta mañana cuando abrí la ventana del salón,

Jirones azules desaparecen–, continué.

Finalmente llovió

y el día se tornó plomizo y un tanto anodino hasta ahora

pero tuvo detalles: orden, limpieza, un repaso a libros sin leer,

la interpretación del poema de Safo que tanto me está gustando

en la voz de Cristina Rosenvinge.

Siempre hay algo que distingue cada día,

una intensidad, un abrazo, un encuentro, una conversación,

un poema que lees y no absorbes.

Recibí una revista de matemáticas

y volví a escuchar El Poema de la Pasión.

Fui barriendo casi todas las cosas que tenía pendientes:

se termina el año y se hacen balances y revisiones,

las luces y el autoconocimiento, las sombras y la edad.

Alguien me reparó un aviso de avería del coche,

alguien me transmitió un abrazo para mi madre,

se me llenó la cabeza de imágenes de las calles desiertas

hará pronto cuatro años, durante el confinamiento.

Trabajé durante una hora, llegaron buenas noticias,

hice una compra afortunada y no pude lavar el coche por la lluvia.

Volví a pensar en lo que significa para mí la poesía:

llegar con minimalismo a la esencia de las cosas,

o de las personas, o de las situaciones, o de aquello que imagino.

Concentrarme plenamente y profundizar,

atravesar capas de forma rauda o demorarme en espirales

llenas de metáforas sutiles u oscuras.

Acabará con teatro aficionado, el lujo de la cultura y el esfuerzo,

en un día en el que el cielo parecía presto a la nieve

pero solo llovió.

Poema 196: Escritura automática

Escritura automáticaIMG_2440

La escritura automática no acude cada día,

ni la idea, ni la belleza observada,

ni la imaginada o provocada por imágenes

mentales sugerentes o posibles.

 

La mente tiene una producción previsible

de ideas finitas:

se agotan los temas y la mirada atenta;

aparece la duda y el silencio.

 

Hay días en que un texto nada te dice,

no sugiere ni amplifica,

no te perturba o inmoviliza,

ni mueve, ni esparce, ni desordena.

 

¿Cuántas veces has escrito sobre las aguas

de color chocolate del Duero

tras las lluvias del norte?

 

¿Cuántos árboles han tenido que perder sus hojas

para poder hablar de sus muñones,

o sobre el desamparo de su traslucidez?

 

Y, sin embargo, ahíto de imágenes,

cansado del deambular diario,

cuando menos lo esperas surge de la humedad

la fotografía de un musgo intenso,

la formación en escuadra de aves de paso,

o esa montaña nevada que se acerca a tu ojo.

 

Ahí está la belleza de no hilar nada,

de no estar precavido ni preparado,

el poder automático de evocar

sin orden ni concierto cuanto te venga en gana,

la lucha del improvisador en días difíciles.

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Poema 24: Máscara y nieve

                        Máscara y nieve159_mascara_veneciana_negra_brillo_11621

Sucesión de manos ensangrentadas en la nieve,

no sabes donde mirar, horizonte blanco por doquier,

miedo a un oso blanco invisible,

al filo de una cuchilla,

al suicidio de alguien incógnito.


Conjuras tus temores con un baile de máscaras mental,

ella está ahí, en el salón cálido con chimenea;

con los aros de su vestido ondulando

levanta volutas de calor azul,

cisne elegante, pedrería en el negro antifaz.


Tu excitación contrasta ahora con el frío paisaje,

las manos rojas se detienen en un túmulo:

crees que allí habrá un cadáver,

pasas de largo, vuelves sobre tus pasos,

te humanizas, ya te has implicado.


Ella danza alegre; en su baile se mofa de ti,

te provoca y te ignora, se acerca y se aleja,

deduces a duras penas que tú eres su centro,

su referencia en el salón rococó:

ella te orbita, te enciende en elipses danzantes.


Escarbas con cuidado, de reojo miras alrededor,

no tienes armas y eres vulnerable,

descubres que el perro inanimado posee un collar,

“Olfrie”, las manos eran pequeñas, de mujer,

sangre en el vientre destrozado por un zarpazo.


Cae la tarde y tu pensamiento se ha vuelto circular,

aletargado crees observar tras la ventisca

una forma femenina envuelta en un hermoso abrigo;

lleva una máscara y extiende su brazo para danzar contigo,

su mano está manchada de sangre y viene a llevarte.


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