Poema 506: Marrakech

Marrakech

La Medina es un decorado de enormes proporciones;

figurantes profesionales regentan las miles de tiendas,

artesanías, restaurantes, atracciones turísticas,

te hacen soñar con un mundo onírico

en el que las serpientes bailan al son de las flautas.

Dicen que las cobras son sordas,

que se activan por el movimiento rítmico del tañedor,

un peligro de rango medio, equilibrio de amenazas,

baile de los púgiles en el cuadrilátero poético.

La lluvia caída produce reflejos amplificadores,

sonidos penetrantes en la gran plaza,

olores, movimientos en todas direcciones.

A la caída del sol, el muecín de Kutubía

lanza sus rezos desde el minarete espléndido,

apenas un dátil con agua para romper el ayuno,

una esterilla orientada de forma conveniente

sirve para entonar las plegarias salmódicas.

Los diversos zocos seducen al turista,

metales, madera, perfumes, especias,

un abanico infinito de posibilidades mercantiles,

la belleza oriental condensada en pocos kilómetros.

La ciudad es absorbida por esa plaza infinita,

por el tráfico caótico de motocicletas y automóviles,

por el teatro social que impone el Ramadán

y por el flujo turístico que se renueva sin fin.

Poema 354: Vicios privados

Vicios privados

Humedad, una bocanada de aire frío

me hace llorar;

la noche ha sido diferente allí:

unos pantalones abandonados junto a un fular

retorcidos, impregnados por la niebla.

El desorden y la suciedad en aquel callejón

a la salida del restaurante suizo de fondues

es impropio del país, de la ciudad.

La bruma y el frío no alcanzan a esconder

el producto desenfrenado de la juerga nocturna.

Una vez fijado en mi memoria

tampoco lo esconden la rápida actuación

de los servicios de limpieza.

Fachadas siempre impolutas.

Todo lo demás son vicios privados

en habitaciones sin persianas ni cortinas.

Trampas para el ojo, perversidad,

magnificencia para ocultar el desvío vital.

Lo que la ciudad esconde, no lo verás

si no eres capaz de trasponer el circuito turístico,

de leer el barrido posible del ansia humana.

Poema 230: Molinos de viento en Zaanse Schans

Molinos de viento en Zaanse SchansIMG_20190817_104739

El viento y la lluvia ocultan la estampa:

a partes iguales ensalzan la silueta

destemplada bajo el cielo plomizo

de pesadas nubes marinas.

 

Los molinos de viento inútiles, decorativos,

rescatados del olvido,

funcionan para turistas en modo cinco euros,

parecen defender la bahía.

 

El crujido de la madera embelesa y transporta,

machaca un grano imaginario;

la ingeniería de engranajes y correas transmisoras

contrasta con la venta de objetos decorativos.

 

Todo ha sido monetizado, pero allí hubo un molinero,

allí convivía con su familia, con el sordo cortar el viento

de las aspas y el chillido sexual de las gaviotas,

frío y corrientes de aire en los intersticios.

 

Ya no hay polvo ni vida más allá del horario comercial,

solo es un decorado pictográfico para los soñadores

que bajan del autocar envueltos en la lluvia

y abren los ojos a la estampa de Rembrandt.

 

Puedes situar allí lecheras o rondas nocturnas,

imaginar juegos de luz sobre el polvo de la molienda,

todo es un decorado montado para que tu imaginación

recree escenas románticas del pasado.

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Poema 229: Barrio Rojo

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Una mano cubre un pecho dorado

en medio del Barrio Rojo de Amsterdam,

lo que era singular ahora es indigno,

lo que era permisividad, ahora es sometimiento.

 

El dinero por encima de todas las cosas,

una huida hacia delante, libertad

por encima del humanismo o la igualdad,

el brillo dorado de la estética que todo lo tapa.

 

Las mujeres de los escaparates son exóticas

con pechos abundantísimos y poses cansadas,

entre el tumulto turístico de bebedores sin freno,

de risas bastas y enormes masas de carne.

 

Un atractivo turístico o un reducto del pasado,

una ignominia o la conquista de algunos derechos,

preguntas que nos definen como humanidad,

que nos alejan del ideal de justicia y bondad.

 

Pero no es un espectáculo para los ojos del turista,

es una realidad de carne y hueso

que al caer la noche mueve dinero y voluntades,

convierte el sexo en oficio y lo despoja de humanidad.

 

La ciudad es un zoológico de múltiples visitantes,

demasiada población flotante para museos y arquitectura,

el reclamo de drogas y sexo

acerca a la humanidad al machismo ancestral.

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Poema 217: Lorca no descansa

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Lorca no descansa en Granada,

la ciudad le da la espalda,

vive para el turismo de la Alhambra.

 

Lorca tiene lectores extranjeros,

lenguas encendidas con sombrero,

hermosas muchachas que le velan

al pie de su centro viajero.

 

Turistas de las tapas admirados,

curiosos de cuentos alhambrinos,

contemplan el fulgor de cada ocaso,

se miran en ojos anodinos.

 

Lorca clama su obra en cada calle,

su vida truncada en cada esquina,

rosal, jardín, naranjo o mandarino,

honda amargura de piel mezquina.

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Poema 216: En los tejados de Granada

En los tejados de GranadaIMG_5326

En los tejados de Granada

hay una gran farsa de ruinas y antenas,

aires acondicionados y tejas desblanquiñadas;

también hay barro, cables, adobes y miradores.

 

Hay restos de construcciones árabes,

lavaderos y callejuelas, el abrigo del viento,

el ladrillo mudéjar.

 

Hay un aire de culpa en la muerte de Lorca.

Granada está colonizada por hordas de cristianos

vencedores, plazas de santos, beatos y conventos,

turistas pelirrojos y escotes de estudiantes aventureras.

 

Hay un centro escondido de Lorca,

tan oscuro como sus sonetos de amor

en esta ciudad volcada en la Alhambra.

 

Hay cuestas y frío y calor.

Pequeñas procesiones familiares y enormes

comandos limpiadores de cera,

limpios sepulcros pulidos en las aceras.

 

En los tejados de Granada refulge el sol

y la nieve de Sierra Nevada.

Granada tiene un aura de ciudad conquistada.

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