Penuria poética
Por alguna razón que no comprendo
estoy enganchado a un libro
que no me convence ni eleva,
poemas de los que no extraigo
si no la levedad lectora vertiginosa,
algunos giros sorpresivos indignos,
la elongación triste de mi rostro en el espejo.
Lo combino con otro extravagante,
casi pornográfico,
en el que se adivina prostitución pasada,
la lujuria en su esplendor juvenil
una y otra vez, como un martillo que repica,
inagotable,
que recuerda las manchas de la edad en las manos,
el fin próximo de los días amorosos.
Melancolía de los textos jugosos,
abiertos, expansivos,
esos que producen luz e impulsan, impúdicos
la velocidad escritora y la lentitud lectora.
Bajo esta cúpula marciana llena de presagios,
de temperaturas ascendentes,
de ausencia de lluvia, de una guerra que no cesa,
contemplo los párpados caídos de un verso
que no remonta,
desahogos poéticos personales
alejados de la belleza, de la sorpresa aprendiz
de quien moldea, hiende, altera o distorsiona.
Me sorprendo a mí mismo en mi disgusto,
sin poder cambiar el aura lectora,
alejado del optimismo levitante propio,
de esa búsqueda incesante del lado hermoso.