Nada es fácil
Ni el amor, ni el olvido, ni la secuencia
finita de las rutinas diarias
esas que te enorgullecen o te envilecen,
los hitos a modo de máximos relativos
que te hacen soñar con lo extraordinario.
Nada es fácil.
Las órdenes mentales que tu cerebro dicta,
algunas automáticas, otras dulcemente pesadas
en la balanza de perjuicios y beneficios,
decisiones mínimas sobre el empleo del tiempo
o sobre las servidumbres laborales,
el veneno de la responsabilidad y el del placer
que te encumbra o envilece.
Nada es fácil.
En una mañana del verano creciente
se dilucidan decenas de decisiones juguetonas,
laberinto del que eres incapaz de escapar.
La recomendación psicológica es crear
una burbuja de presente continuo
en la que nadar y bucear y explorar,
ir sumando puntos vitales de gozo y dicha
con las menores restas posibles.
Nada es fácil.
Ni los beneficios esperados a corto plazo
por el peso del deporte en tu smartphone,
ni la dieta escasa en grasas, alcohol y proteínas,
ninguna de esas decisiones insoportables
te hará más sabio, más feliz, más longevo.
Nada es fácil.
El olvido, la contemplación de la ruina
en personas con las que has compartido risa,
mesa, el milagro de la amistad liviana,
eliminar el polvo y enfocar en primer plano
montones de libros, palabras, recuerdos,
símbolos de otras décadas ya amortizadas.
Nada es fácil.
Solo la armonía recóndita de estas palabras
libera un sustrato de bienestar;
cierto deseo y ciertas esperanzas mundanas
hacen que el resto del día se arrastre
en los caminos hollados por la masa,
en la música que anoche te sonrió un instante.