Poema 450: Nada es fácil

Nada es fácil

Ni el amor, ni el olvido, ni la secuencia

finita de las rutinas diarias

esas que te enorgullecen o te envilecen,

los hitos a modo de máximos relativos

que te hacen soñar con lo extraordinario.

Nada es fácil.

Las órdenes mentales que tu cerebro dicta,

algunas automáticas, otras dulcemente pesadas

en la balanza de perjuicios y beneficios,

decisiones mínimas sobre el empleo del tiempo

o sobre las servidumbres laborales,

el veneno de la responsabilidad y el del placer

que te encumbra o envilece.

Nada es fácil.

En una mañana del verano creciente

se dilucidan decenas de decisiones juguetonas,

laberinto del que eres incapaz de escapar.

La recomendación psicológica es crear

una burbuja de presente continuo

en la que nadar y bucear y explorar,

ir sumando puntos vitales de gozo y dicha

con las menores restas posibles.

Nada es fácil.

Ni los beneficios esperados a corto plazo

por el peso del deporte en tu smartphone,

ni la dieta escasa en grasas, alcohol y proteínas,

ninguna de esas decisiones insoportables

te hará más sabio, más feliz, más longevo.

Nada es fácil.

El olvido, la contemplación de la ruina

en personas con las que has compartido risa,

mesa, el milagro de la amistad liviana,

eliminar el polvo y enfocar en primer plano

montones de libros, palabras, recuerdos,

símbolos de otras décadas ya amortizadas.

Nada es fácil.

Solo la armonía recóndita de estas palabras

libera un sustrato de bienestar;

cierto deseo y ciertas esperanzas mundanas

hacen que el resto del día se arrastre

en los caminos hollados por la masa,

en la música que anoche te sonrió un instante.

Poema 417: El arte

El arte

El arte está más allá de los sentimientos.

A veces son un motor de inspiración.

Otras veces el desencadenante es la inconsciencia,

la temeridad sin freno ni censura.

El miedo es una sentencia cierta.

Los días grises permanecen como una condena mental.

Duelen y atenazan.

Te encadenan a rutinas inesquivables.

La inteligencia puede convertir la nube en dragón,

el respirar aún, en una micro oportunidad única.

Hormigas en las calles siguen a sus teléfonos móviles,

hipnotizadas por la luz.

Por las noticias insignificantes amplificadas.

Cualquier movimiento más allá de la rutina es arte.

Produce placer.

Te eleva un instante cual trampantojo de hermosura.

Somos conscientes del camino de luz.

Y por él transitamos sin esperanza.

La sabiduría consiste en saber que la oportunidad llega.

En soportar el trabajo duro de cada día.

Aparecerá la risa o el encuadre inesperado,

esa luz en el cielo más compleja que toda creación humana.

Una historia que supera a la tuya en tristeza.

O la emoción de un verso en medio de las tinieblas.

Poema 398: La amistad del corredor

La amistad del corredor

Se desvanece el ruido y la música de la fiesta

en las sendas estrechas del pinar;

correr es un acto de purificación

una hermosa ínsula en la vida cotidiana.

Huele a decorado recién regado

a pesar de la sequía que no nos abandona,

pinos que han rezumado resina todo el verano,

esparragueras fractales de millares de agujas.

La amistad de los corredores es un vínculo potente,

ha sobrevivido a paternidades varias,

al agotamiento de la edad o la desmesura alimenticia

y persevera en confidencias ahogadas por la respiración.

Ya no hay registros, ni marcas, ni tiempos,

el acto social ha superado al deportivo,

solo el orden, la fuerza o la forma física prevalecen

cuando todo lo demás ha sido olvidado.

Ciertas rutinas de calentamiento, estiramiento,

detenernos en los mismos pinos,

recordar anécdotas, risas, despistes,

sostienen ampliamente el esfuerzo deportivo.

Nadie tiene dudas de la recompensa tras la fatiga,

ni del público que escucha con interés hipótesis

y disertaciones varias en torno al fútbol

o a las estadísticas de cualquier disciplina humana.

Lazos, familia, vacaciones, vivencias,

incluso tras ausencias prolongadas

parece que no ha transcurrido el tiempo

que todo vuelve a comenzar mientras corremos.

Poema 361: El árbol seco

El árbol seco

Miro sin cuidado ninguno la escarcha de la helada;

presto más atención a la luna creciente de las cuatro de la tarde.

Me sorprende esa niebla densa que conduciendo

me hace sonreír mientras avanzo hacia el trabajo.

Arvo Pärt me pone triste:

demasiada belleza roza mis nervios expuestos.

Los nueve discos de The Collection van a ser un desierto de tristeza.

Y todo lo mediatizan ojos y risas.

Un mediodía soleado por el que discurre un sendero

hacia el majestuoso árbol seco lleno de pájaros.

Algunas rutinas me proporcionan sensación de continuidad,

días que pueden repetirse hasta el infinito, iguales y distintos:

las tierras de la falda de la montaña, el río apenas entrevisto,

el fuego domesticado dentro de un bidón.

Dentro de unos años los lugares que ahora me son familiares

serán extraños, sonreiré de camino a otra parte:

niebla o mar, o niebla marina o el sol que crea espejismos,

un campo gótico o una tierra entreverada de ríos.

Debería singularizar cada instante, darle máxima importancia,

abrir los ojos, los oídos, absorber todo con mucha concentración,

en ningún caso dejar pasar el tiempo o renegar de alguna acción.

El ruido de las motos de fondo es molesto en la noche,

y sin embargo el campamento motero me llenó de fantasía:

hogueras, fraternidad, amor, cuentos en el alcohol noctámbulo,

cómo combatir los seis grados bajo cero en una tienda de lona.

He leído una magnífica entrevista llena del deseo de la edad,

la sabiduría del éxito y la fluidez escritora,

un modelo de mujer para seguir creyendo en la igualdad.