Poema 415: Arqueología del verano

Arqueología del verano

                        “Ese pequeño brazo que

sujeta el horizonte y lo retiene…”

                  Aurora Luque

Llueve. Sentado en el porche

de la casa familiar

observo el desastre del final del otoño:

troncos de los árboles llenos de hongos,

verdín por todas partes,

hojas secas y retorcidas en el solárium,

el huerto apocado y abonado,

colgajos de hojas macilentas en la higuera.

Cae una lluvia fina inmisericorde,

casi un continuo de agua que alabea el papel

de los libros que me hacen compañía,

grata compañía–.

Sale vaho de mi boca, va el frío húmedo

calando mis huesos:

los secaré más tarde en la lumbre.

Escucho a mi padre afanarse con hierros,

ordena, limpia, siempre inquieto,

siempre buscando una obra nueva,

una reparación, una mejora.

Pienso en la mortalidad,

en la longevidad de que disfrutó mi abuela.

El trampantojo constructivo de lustros

podría ser invadido por la maleza en meses,

las plantas liberadas competirían por el espacio,

el agua y la luz, sin árbitro posible,

toda la geometría humana borrada en un tris.

Leo en Aurora Luque

–De lo infinito que contiene un verano–

y ahí está toda la fuerza del poema,

el ser errante que hay en mí

fijado a la tierra que he cavado con mis manos,

el deseo de permanecer aquí

mientras voy viajando a todas partes.

Poema 412: Otoño mágico

Otoño Mágico

Conversan palabras con imágenes

en el valle horadado por el Ambroz,

diríase un baile en el que otoño danza

un vals lento con partitura de hojas,

mientras la niebla desciende húmeda

desde las moles pétreas legendarias.

Arroyos cantarines rebosantes de agua,

surten de regenerador dinamismo

a los ríos de lecho muerto en el estío

que desaguan veloces en el embalse reseco.

Un vate pastor podría sentarse

a declamar sus versos al viento

sobre las rocas ascendentes del cordel,

o ventilarse unas migas o una torta

bajo el alcornoque centenario de la Vía.

Una pastora descolgada del Cántico

podría triscar por los montes y espesuras

pasar los fuertes y fronteras,

lamentarse en el espejo de estas aguas

del amado que mil gracias iba derramando.

Chisporrotea la calbotá entre la bruma,

arrejunta los espíritus caminantes,

dispersa vientos y enemistades antiguas,

actualiza la quietud del caminante por el valle.

Centenares de personas afinan sus sentidos,

hollan el bosque húmedo,

elevan su umbral de belleza cotidiana,

hasta niveles de compleja absorción,

santifican la diosa  Naturaleza

y la feracidad mítica y hortícola del valle.

Poema 346: Contrapesos

Contrapesos

–Qué cansado es ser feliz– dijo mi hija

en uno de esos momentos de inspiración poética

que tiene desde muy pequeña.

¡Cuánto pesa la belleza!, leo en Louise Glück

y entonces me asomo al ventanal del salón

y observo el paseo de la alcoholera

el cielo gris y las hojas alfombrando el césped

una hora después de haber amanecido

en esta víspera de Todos los Santos.

Ahí está la belleza, aquí está la felicidad.

Llovizna y las copas arbóreas se mecen suavemente;

un señor corpulento, quizás octogenario,

camina con una bolsa de tela en la mano,

indiferente al peso del otoño.

La felicidad puede haber sido leer un poema

o terminar este.

Puede haber sido recordar el cariño que has sentido

en tus días de fiebre,

o la fuerza global de un diálogo ideológico con tu hijo.

Narras buscando palabras que acaban conformando

historias en tu cabeza,

y esa realidad es más potente que el ruido de los coches

o la suciedad del asfalto

o los tóxicos tejados de fibrocemento.

En el cielo gris del otoño destacan las escuadrillas de pájaros,

también las grúas;

un perro dálmata corretea por entre las hojas,

busca rastros y marca el territorio;

el dueño con pantalón rojo, recoge sus excrementos.

Todo se ha llenado de luz tras la lluvia,

en unas horas los árboles protagonizan cada paisaje,

el aire húmedo y oloroso es una medicina natural.

Sonrío de forma idiota apoyado en el alféizar.

Poema 343: El pruno

El pruno

El otoño del pruno es una maravilla,

el gran chopo se alza por encima y lo protege.

Sin embargo el sauce joven se entremezcla

entre sus ramas y lo asfixia.

El sauce, vigoroso ahora, morirá pronto

y el pruno huésped vivirá una viudez intensa

llena de mirlos juguetones.

Los colores cíclicos denotan su estado de ánimo.

En el canal, los patos violadores

trazan sus flechas acuáticas en la sombra

mientras llueven hojas coloradas.

El sufrimiento del pruno al perder sus hojas

parece tan intenso como un cambio hormonal.

Los runners del camino de sirga junto al canal

admiramos la belleza madura,

la decoloración progresiva de su estructura externa,

el aroma que deja en el aire tras la lluvia nocturna.

Libarán abejas en la primavera,

soportará podas y desnudez

para seguir floreciendo con tanta intensidad

y fragancia

que hará que todas las miradas se posen en él.

Poema 238: La invasión

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Entra frío a borbotones, como si una mancha

de alquitrán invadiera la estancia,

entran también los colores,

la húmeda atmósfera exterior

el ruido obsceno y discontinuo de los coches,

la belleza de las nubes-brujas que cabalgan veloces.

 

Entra un espacio en blanco en mi mente,

se rellena de recuerdos:

niños coloridos pisando y esparciendo

hojas secas en un parque,

una mirada al bies de ojos sonrientes,

la fotografía que tomé hace unos meses.

 

Ha llegado de repente la magia de noviembre,

el frío que sostiene las calefacciones,

las masas de hojas que no fui capaz de calcular,

un chapoteo infantil en cada charco,

el brillo del sol oblicuo en las ventanas rojas.

 

Me quedo solo un momento suspendido en el tiempo:

voraz leo un poema extenso,

escribo unas líneas sin ton ni son,

aprovecho para ver el último capítulo de la serie televisiva

que comencé a ver sin respiro dos días atrás.

 

Todo es color, extensión, viento, un haz de luz deconstruido,

la esperanza del azul en un intersticio cenital,

una suma de imágenes hermosas,

la embriaguez que aparece tras el dolor capital,

el dulce reposo extinguida toda ambición estética.

 

En un instante la luz ha cambiado,

he fotografiado el poniente por una hendidura en la nube,

se ha detenido el tráfico en una ráfaga de semáforo,

he creído escuchar el cántico espiritual de San Juan de la Cruz,

quizás ha aullado un perro en la Ronda de la Noche.

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Poema 237: Quietud

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Quietud. Luz opaca esta mañana.

Todos los Santos se ha vestido de gris cálido,

apenas algún amarillo  en las hojas,

capota térmica de manga corta.

 

En mi niñez había niebla y frío,

castañas y hogueras, desapacibilidad.

El húmedo penetrar del viento en los huesos.

Nada permanece.

 

Un gato campa a sus anchas por la orilla del río,

hay otro en una foto de desaparecidos,

la anciana de rostro arrugado los cuida,

forman parte del paisaje ribereño.

 

Mansamente flotan en el aire las hojas diminutas

del árbol mágico,

una urraca confiada se posa al pie de un olivo,

las flores del jardín se han mudado al cementerio.

 

Me gustaría leer un periódico en el parque,

saltarme toda la política y las noticias,

llegar a la cultura como un naufrago friki,

demorarme como la mañana en las palabras.

 

El día traerá otra belleza y un viaje,

sorpresas llenas de color y cierta aventura,

quizás con suerte el sonido del mar

pero nada comparable con esta quietud matinal.

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Poema 191: La palma de la mano

La palma de la manoIMG_20181116_173151

Una hoja perenne, curtida

por años de utilidades múltiples,

nido y escritorio, dibujos,

anticipo de humanidad.

 

Tu mano es tu tarjeta de presentación,

el envés es un misterio,

dibujos Nazca o líneas de vida.

 

El haz es la mancha de tu edad,

la fuerza de las nervaduras,

el color de tu salud.

 

Puedes hallar iniciales o augurios,

o usarla como instrumento de medida,

el patrón cercano que mueve el mundo.

 

Tacto y huella, una sinfonía de pliegues,

caricias , cercanía o amor.

 

Tu mano es un compendio de concavidad,

un centro de tu mundo,

una definición de normalidad.

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Poema 189: Hojas en la calle

Hojas en la calleIMG_20181107_090250

Las hojas estrelladas tras la lluvia

son una anormalidad en las calles asépticas,

el asfalto no tolera intrusos,

son cicatriz en un cuerpo desnudo,

color indescriptible en la vida gris.

 

El escape visual desata imágenes,

el color de las playas atestadas en movimiento,

un centro comercial abigarrado y ruidoso,

una desconexión ancestral con la tierra.

 

La costumbre de pulcritud cromática

hace llamar sordamente al barrendero,

al meteorólogo para que no permita la lluvia,

a convertir las frondas arbóreas en muñones.

 

Una invasión así de formas y humedad

puede llevar a éxtasis indeseados,

abrir las compuertas del sueño y el deseo,

despertar los sentidos abotargados,

desencadenar una revolución de masas.

 

Quizás haya regresiones a la infancia,

el deseo potente de chapotear en un charco,

miradas de nuevo atraídas por el color

o el potente caminar ensayado de una mujer

en el espejo infalible de los ojos de un hombre.

 

La locura colectiva se desatará en las calles

en un ensayo sobre la fealdad reinante:

¡Retiren con premura la materia orgánica,

devuelvan la neutralidad al asfalto anodino!

 

Los ojos de los viandantes seguirán sometidos

a los férreos patrones cuadriculados de las aceras,

al mobiliario urbano que apenas se despeina

cada día en un ejercicio de supremo inmovilismo.

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Poema 130: Hojas amarillas

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Se cayeron las hojas de los árboles

antes del otoño,

torrentes horadaron la tierra,

dormiste dos días seguidos,

al despertar el polvo no dejaba respirar.

 

En el cielo atronaban aviones invisibles,

el ruido que emitía la radio

parecía la radiación cósmica de microondas,

hojas de papel volanderas

cubrían las calles, vacías de color.

 

Sombras humanas cruzaban deprisa,

embozadas y siniestras,

te sentías observado por ojos diferentes,

una luz intensa unía el día y la noche,

confusión y terror, quizá no estés vivo.

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Poema 94: Rumor de hojas

    Rumor de hojas img_20161029_183502

Rumor de hojas que caen,

sol, el parque mágico

en la soledad de un mediodía

paz, niños y perros.


En un traveling abrupto, niebla,

bruma marina, húmeda oscuridad,

los fantasmas de las hojas

reencarnados en olas de blanca espuma.


Miedo. Noches de difuntos y espectros,

voracidad, anacrónicos cascos

de caballo con jinete descabezado en la playa,

una risa sardónica amplificada por la niebla.


Sientes la humedad en tu piel,

el temor frío alcanza el tuétano

de tus huesos fuertes, tiemblas,

la luna acunada ya no va a aparecer.


Toda la leyenda colectiva pasea

esta noche por tu mente,

altera el razonamiento lógico

lo somete al ritmo paralizante del miedo.

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