
Máximo placer
La luz de la mañana, el aire frío de esta borrasca,
la silueta brillante de la luna menguante
y una colección de libros, papeles, erudición
tras el olor exuberante del café
convierten esta hora en un disfrute de los sentidos.
Ya no existe un trávelin del amanecer
mientras escuchaba pomposos relatos musicales:
se imponen algunos poemas de contraste,
el terrible siglo veinte en el este europeo,
la tesis profunda y documentada
sobre la igualdad natural o la historia revisada.
Despido a mis hijos que caminan con energía
hacia su propia captación del saber,
escenas memorables con fondo otoñal
de un paseo de árboles caducifolios en decoloración.
Mi conciencia solo me permite unos minutos de placer;
antes de reintegrarme al flujo laboral
observo el lejano brillo de un sol naciente,
unas nubes rosadas, un comando de jardineros
afanándose en la recogida de las hojas incontables.
El boli Bic me llama desde la portada de un Moleskine:
mínimas reflexiones personales de cada día,
la oscilación trigonométrica del estado de ánimo,
las novedades meditadas o improvisadas,
la vida revisada meses o años después.
El placer tiende a su fin según se aclara el día
y el enfoque se vuelve pragmático desde la poesía:
un elevado punto de partida para la lucha cotidiana.


















