Poema 324: El tiempo que nos queda

El tiempo que nos queda

Hemos tenido el privilegio de ver pararse el mundo,

de escuchar el silencio en una autovía,

de reconocer el canto de los pájaros,

de poder leer a deshoras asomado al balcón exiguo

y subir y subir escaleras sin parar.

Después redescubrimos la flores, su aroma,

la belleza de la naturaleza a su antojo

el éxtasis de un paseo en bici enmascarados,

las benditas vitaminas del sol en la piel

y el ancestral gusto por caminar pegados a la tierra.

Cada pequeño espacio de libertad era una maravilla,

de la que muchos han disfrutado:

se agotaron las bicis en las tiendas,

y han surgido caminantes a borbotones en las sendas.

Ahora la cigüeña subida en su atalaya eléctrica

contempla el ruido horrísono del tráfico en la autovía

cuál saurio evolucionado de perfil extraño

mientras me acerco sigiloso para captar una instantánea

de su vuelo elegante y sagital.

Ya no contemplamos el cielo cada tarde

ni miramos con extrañeza al caminante desenmascarado,

los perros ya no son un privilegio

ni la noche está vedada a los noctámbulos de fiesta.

Los años veinte se repetirán de forma sarcástica,

apurar la vida, las sensaciones, el tiempo que nos queda,

ignorar lo aprendido, huir hacia delante en el espacio,

sin olvidar la especie a la que pertenecemos,

aún recién salidos de las cuevas para transitar el mundo.

Poema 323: Humanos

Humanos

Los platillos volantes se han adueñado del cielo

que parece sujeto por unas grúas de obra,

tiempos descreídos y lunáticos

en los que hay cristales rotos y naves abandonadas.

Ciclón, terremoto, desastre o miseria simple,

cualquier circunstancia desarraigó a aquella pareja

cuyo refugio es una primera planta enorme

en la nave enorme y esquinada, antes buque insignia.

Entra frío por los vidrios abatidos por las piedras,

el humo los delataría.

Se apañan con los desechos de la sociedad

desechos ellos mismos, excluidos por enfermos,

inmigrantes, inadaptados o visionarios.

Han colmado su capacidad de susto y acumulan

el desprecio de las voluntades humanas tan amplio,

eso les ayuda a sobrevivir, el rencor enorme y justo,

la rabia contra los privilegiados inútiles,

afortunadamente mortales como ellos.

Son los auténticos descendientes de las tribus nómadas,

los que quizás puedan dar continuidad a estos Sapiens

como ya lo hicieron en otras crisis silenciadas,

bombas individuales cargadas de razón.

Migrarán en verano para ver el mar,

quizás esta nave será ocupada por otros sin techo

gente sin voz y sin rastro, animales sin puerta

con más humanidad que las envolturas plásticas

y los cosméticos que rellenan los huecos de la especie.

Poema 314: Sala de exposiciones

Sala de exposiciones

Miseria y luz, o ladrillo evolutivo

como si fuera un cerebro humano,

el peligro que siempre viene de los otros,

y entre tanta maraña de humanidad

el arte, el juego geométrico,

el pensamiento elaborado y poético

de un fotógrafo mago, creador

de caminos neuronales ambiguos,

allá donde el reflejo

aporta un punto de vista propio

y la fotografía es ya tu fotografía,

e incluso el marco eres tú.

En una capilla reconstruida

se han tejido hilos sobre ruinas;

en ellos juguetea la luz en haces

de líneas proyectadas en seda.

El visitante busca ángulos y vislumbra

planos formados por familias de rectas

indiferente a los morados de los focos.

En un árbol florecen letras y su significado

te habla a ti en ese instante de paz,

en el hueco mental que abres a la belleza

y al arte visual.

Destaca sobre todos los montajes el color,

la ropa tendida, los cables

el desorden urbanístico superpuesto,

ese ladrillo que ocupa todos los espacios

de una fotografía modesta y llena de vida

en la que la única persona parece una estatua.

Al salir, el toque de queda obliga a conectar

la lluvia con tu rostro sonriente.

Subes la capucha de tu sudadera y aprietas el paso.

Poema 306: Dejo constancia

Dejo constancia

La vida nos ha deparado un año extraño,

nada nuevo en el devenir histórico humano:

pestes, guerras, epidemias, barbarie,

la constatación de nuestra evolución inteligente,

ahora capaces de afrontar desastres globales.

Hemos revalorizado pequeños gestos cotidianos:

besos, abrazos, miradas, el aire libre,

la práctica docente sin barreras espaciales,

comidas, cenas, celebraciones,

un asomarse al balcón al anochecer.

Música, libros por leer, un acopio de cultura,

de evasión, de creatividad en tiempos difíciles,

ejercicio y más tiempo para disfrutar en familia,

son oportunidades recuperadas durante el confinamiento.

También poder respirar sin mascarilla en un bosque,

o escuchar el canto de los pájaros

en una avenida vacía de vehículos sonoros.

La banalidad de muchos actos cotidianos

se ha presentado como una visita inesperada,

engaños y trampantojos, estrellas del deporte

auténticos monstruos ineptos y acaudalados,

tantos objetos innecesarios en el día a día.

Una cierta comunicación inteligente y los equilibrios,

la información que llega desde múltiples ángulos,

las palabras obscenas interesadas en crear opinión,

insultos de desalmados con suerte evolutiva:

dejo constancia de todo eso en este año tan mortífero.

Poema 256: Coronavirus

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El mecanismo de la evolución acelerada

es un espectáculo fascinante,

la miseria y la avidez de algunos

frente a la dignidad mantenida de muchos,

miedo irracional y desconfianza ignorante,

frente a la calma científica y racional.

 

En la era de la información

cada cual crea una burbuja cerrada;

aún no se ha detenido el movimiento

y la amenaza invisible parece no existir aquí,

solo las precauciones y los memes de múltiples colores.

 

Las ocupaciones cotidianas se vuelven banales,

huye el dinero y las bolsas adelantan las fechas

en las que se atisba o no el final del contagio masivo,

nada es decisivo, nadie imprescindible,

solo los científicos aportan datos sostenibles.

 

La estructura del mundo está hilvanada,

sostenida por hilos frágiles e invisibles,

casi todas las certezas son banales,

salvo la lucha increíble de la supervivencia humana.

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