
Tres saludos a la ventana en la despedida
Cada mañana vuelan sin libertad
esclavos de la hora, del tiempo estructurado,
de un aprendizaje ascendente en la estabulación.
Tres saludos a la ventana o uno austero e insomne,
el legado educativo de un acompañamiento paterno,
rutinas de sostén y confianza.
Ella taconea segura, marca la línea recta de la prisa;
él se esconde bajo una capucha anónima,
rearma su dispositivo móvil y camina con fuerza
pese a la apariencia de indiferente levedad.
Algunos días transitan en paralelo
hermanados por el camino y las circunstancias,
despiertan la sonrisa del observador en la ventana
y completan un hábito placentero.
El espectador predice los giros de cabeza automáticos
mientras de forma poética absorbe la luz auroral,
la escarcha de los amaneceres helados de noviembre,
el color maravilla del ocaso de los plátanos ornamentales.
Minutos más tarde, finalizado este poema,
el autor recordará los saludos rituales de esos adolescentes
al paso veloz de su vehículo por el templo educativo:
–ahí está el núcleo de mi felicidad–, se dirá de forma ampulosa,
esclavo a su vez de cumplir decentemente con su faena.


















