Poema 662: El movimiento está en las sombras

El movimiento está en las sombras

El movimiento está en las sombras

allí, nada me pertenece.

En la luz del foco sonrío y celebro

la vida, la juventud, la compañía silente,

observo el paisaje marino tan añorado,

la luz poniente, el revés de la historia.

Animales en cautividad placentera,

¿quién los cuida? ¿Quién nos cuida?

Detrás del espejo hay un mundo de sombras,

delante estás tú y el hogar que te acoge,

la rutina que unas veces pesa y otras alivia,

una suma de instantes fáciles de olvidar

en aras de los siguientes abrazos.

Caminan con una seguridad renovada,

protegidos aún por varias capas generacionales;

los recuerdo aún titubeantes, cargados de libros

dispuestos a una rutina llena de deberes

de aprendizajes básicos, de competencias que no son.

Aprietan el paso, sonríen a la ventana iluminada,

llenan mi mundo de ilusión y novedad.

El movimiento se detiene, opaca su alegría,

rechaza el presente en aras de un futuro edénico,

calma la ansiedad y alimenta una burbuja impar

de hermosa proyección personal y solitaria.

Expulsado de las sombras permaneces inmóvil,

llenas tu tiempo de intrascendencia cultural

antes de intentar rehacer un presente existencial.

Poema 650: Los cielos imperfectos

Los cielos imperfectos

Estás aquí en medio del mes de agosto

tirado en la playa nudista de difícil acceso.

En el cielo hay un águila o un escorpión,

según el viento marino que en la bajamar 

se desordena en el itsmo, aquí llamado tómbolo.

Placidez, soledad, cuerpos desnudos 

de la forma más natural posible.

Ruido de olas, un libro, unos frutos secos,

un poema recitado en voz alta,

contrapesos para una felicidad al sol,

equilibrios en los que buscas cada día 

un resquicio elocuente, una fantasía.

No fui consciente del komorebi en la tormenta,

hasta que el relato construyó un poema.

El cielo es la medida de mi insignificancia,

la caída en las márgenes del río casi fue alivio,

dejarme ir como si eso amortiguase mi peso 

la expiación de todas mis faltas.

Falto donde tengo que estar y estoy donde no debo,

entre rocas y desconocidos iconoclastas desnudos.

La periferia alejada del fuego, los días imperfectos.

Poema 644: Las olas compartidas

Las olas compartidas

Las playas asturianas tienen nombres míticos,

Playa del Silencio, La Caladoria, La Concha de Artedo,

igualan al arrojado y al tímido,

los convierten en guiñapos arrastrados por el mar.

En medio del fragor sonoro del oleaje

aparece un rostro reconocible y amigo,

la confianza de poder atacar juntos los terribles embates,

el disfrute tras cada revolcón marino.

En esos instantes en el agua no existe antes ni después,

el olor de la sal y el yodo, la alerta continua,

la posición del resto de bañistas o de algún surfero

centran toda tu atención.

Nadar y tenderse boca arriba tras atravesar la ola,

sonreír al grupo que te rodea,

verdeazul-sonoro-táctil-salado,

ya nada importa salvo la cumbre momentánea

y enseguida, saber que ese instante es irrepetible.

Compartir las olas activa sentimientos de pertenencia

establece pequeños vínculos anímicos

seguramente etéreos o sumativos en el largo plazo impredecible.

Los días míticos se suceden cual motas puntillistas,

comunican las crestas de las olas compartidas

con otros momentos estelares veraniegos pasados

creando un subconjunto de amistad de alto valor emocional.

Poema 617: Allí estaba Ray

Allí estaba Ray

Allí estaba Ray, pero yo no estaba del todo,

merodeaba entre mesas de novedades

y de clásicos reeditados con portadas increíbles.

Llegaba desde otra no-concentración estética:

Maruja Mallo charlando con Paloma Chamorro

en la bahía.

La luz azulada, grisácea, a veces verdosa del mar

se fundía en la geometría tan estudiada de la composición,

en desnudos perfectos, en rostros de trazo-secuencia

como si quisiera simplificar la apariencia de cada persona.

Ray decía cosas interesantes, algo capté en un altavoz

que se enseñoreaba de libros de todos los colores:

–Las nuevas IA podrían confundirse con un escritor malo–, decía,

mientras el presentador evocaba sus propias lecturas.

A Ray no lo he leído todavía, aunque tengo un libro suyo

adquirido al principio de los tiempos: El hombre que inventó Manhattan,

supongo ahora que escrito aún en sus tiempos con Cristina.

Ray tiene un parche en un ojo, cicatriz de un tumor que casi lo mata,

enuncia con voz grave su ausencia tecnológica,

el alivio de que aquella pelota cerebral no era culpa suya.

La librería era un hormigueo de ávidos lectores eruditos,

dependientes nerviosos por las ventas,

por el cómputo de la montaña de libros del autor disponibles.

Afuera resonaban los ecos de tambores pascuales

que la brisa del mar transportaba por las rúas comerciales.

Poema 616: Imágenes futuras

Imágenes futuras

El ascenso hacia el ocaso es arduo, sudoroso, vital,

pesan las piernas y pesa el cúmulo de recuerdos,

la edad y algunas desgracias colaterales

en las que puedes ver reflejada tu propia imagen futura.

Asciendes en pos de la juventud, de tu propia juventud,

elevas la vista y atisbas una cumbre panorámica,

flores de brezo, el océano a la izquierda, rumor de olas,

un verano futuro en el que nada era imposible.

El poso de la desmemoria llama insistentemente,

desaloja las imágenes presentes, ese encuadre magnífico

que consigues como trampantojo de tu presencia,

la belleza programada y mostrada como trofeo de viaje.

Acumulas vivencias, aventuras, ejercicio, fuerza,

bulle tu mente en busca de sendas lunares, cielos rosáceos,

una cierta individualidad creativa entreverada de diálogos,

la pausa que simula inmortalidad en un engaño holístico.

Conviven las tradiciones autárquicas con el bullir turístico,

vacas al sol de los pastos coloreados por el pintor,

que copulan, paren, enferman, son exprimidas

cuando el voyeur desaparece en sábanas pasteurizadas.

La naturaleza en la que simulas licuarte es hirsuta y espinosa,

muestra flores y coloridos señuelos antes de engullirte,

es parte de ti y tú eres parte de ella, en una amalgama

ineludible, mística, evolutiva, consentida y esencial.

Cierras el ciclo de la senda zigzagueante y escabrosa

tomando una cerveza en la pradera marítima y animada:

decenas de semejantes burlando la subsistencia remota,

un humano acompañarse en una intimidad resplandeciente.

Poema 587: Lluvia cantábrica

Lluvia cantábrica

Monotonía, liquen, torre fortaleza,

proyecto de visitar un museo,

danzan las anjanas en el cielo,

cielo gris, sin esperanza inmediata.

Los espíritus y la desesperanza

vuelan bajo, planean sobre la costa

llena de fractales y musgo,

agua que cae en cascadas bajo el abrigo,

lugar de vida prehistórica.

La humedad comba los libros y la madera,

oxida el hierro y carcome la voluntad,

también hace apreciar de manera infinita

los días soleados tan escasos.

La escritura se hace densa e insoportable,

también la lectura con la baja presión.

Cartarescu quizás no es una buena elección

de prosa para estos días opresivos.

Echo de menos la lumbre y su puchero,

los amaneceres dorados y los ocasos violáceos,

echo en falta la risa sin motivo,

los juegos de palabras ocurrentes,

la luz en mis ojos vivos, inquietos,

plenos de ansia de gozar cada instante.

Monotonía y volumen monocorde

en tejados gris pizarra de reflejo celeste.

Poema 586: El canto del mar

El canto del mar

Lejos, en el itsmo de la playa

atisbo una mujer desnuda;

camina, se oculta en la cueva,

se baña, se seca al sol como una diosa.

El acceso es complicado,

subir y bajar por rocas húmedas,

resbaladizas, líquenes centenarios.

Comienza el año con una bajamar

como la que yo recordaba de antaño,

un día frío y ventoso, solitario,

en el mismo lugar, en el metaverso.

Canta el mar sobre las rocas,

en las que ella se oculta para vestirse

e integrarse, ya mortal, entre los caminantes.

La luz, el azul del cielo, todo coadyuva

para crear un idílico paraíso en la playa:

una cascada, reflejos, gaviotas planeando,

un hermoso perro que juega con las olas.

Didáctica, ha explicado a una pareja

el camino posible hasta la playa;

después ha continuado su ruta.

La imagino con una sonrisa en el rostro

tras la fusión natural con el mar

en estas primeras horas del nuevo año.

Poema 550: Vivir aquí

Vivir aquí

Caminar por el playón algunos días,

traspasar la muralla de las rocas apiñadas

–podría entrenarme a caminar sobre ellas–

acceder a las calas desiertas, nunca del todo vacías,

depositar la ropa y mis zapatillas nuevas de montaña

a resguardo de las olas, sobre una roca

quizás de las que se desprendieron antaño

en el ascenso, –trípode con polea y acero–,

de mercancía contrabandista.

Fusionarme con el mar, integrar mi cuerpo

con el movimiento suave o violento de las olas,

tumbarme boca arriba y flotar.

Salir del agua sin consciencia del tiempo,

de la hora, de que nadie me espere,

secarme al sol, caminar desnudo como caminaron

casi todos mis antepasados,

pensar en ellos, en el ocio de que no dispusieron

como dispongo yo ahora.

Poema 537: Pirinexus

Pirinexus

El camino de ronda sobre la iglesia 

muestra el territorio fronterizo y defensivo,

en un lugar de la historia codiciado y cambiante.

El camino del exilio hace ochenta y cinco años

convierte estos parajes montañosos 

en míticas rutas de salvación.

El camino ciclista circular atraviesa la frontera 

a más de mil quinientos metros de altitud,

serpentea hasta Prats de Molló,

lugar inexpugnable de entrada a los Pirineos.

Coinciden todas las rutas mentales en planos paralelos,

en vidas diferentes, el metaverso del espacio compartido.

Los ciclistas han colmado sus retinas de verdes pastos,

de perfiles montañosos en planos superpuestos,

de un agradable sol de julio.

Descenderán siguiendo el curso de ríos pirenaicos,

llegarán al mar en una mañana calurosa de julio,

cerca de las excavaciones veraniegas de Ampurias.

Antes se habrán alojado en una casa de apariencia provenzal,

se habrán bañado en una cala preciosa y masificada,

y, agotados, planificarán la ruta del día siguiente.

Poema 534: Casa de Pilar y José

Casa de Pilar y José

Tal y como imaginaba el lugar era fascinante,

vistas sobre la costa y calma, mucha calma.

La censura del Evangelio Según Jesucristo los trajo aquí

a la isla diferente:

Pilar buscó esta casa y la adaptaron para ellos

antes de que llegara el Nobel y el enorme reconocimiento.

La vivienda es ahora un museo, una memoria, un santuario,

una incitación a la imaginación de cómo vivieron

estos escritores eruditos y sus allegados:

sencillez, arte y muchos libros ordenados.

Ella modeló al escritor y vertió al castellano sus novelas,

le regaló tiempo para que pudiera escribir,

detallar, imaginar, sobrevivir.

Creó una biblioteca que es envidia y modelo,

un rincón de mujeres ordenadas alfabéticamente

para que sus libros no convivan con quienes las desdeñaron.

Vivienda blanca con carpintería verde,

jardín de membrillos, algarrobos y olivos,

recuerdos rocosos de su paso por el mundo,

cerámicas alentejanas, retratos, relojes y caballos,

todo un universo de seguridad en la fértil vejez literaria.