Magritte
Me sitúo delante de un cuadro
y en ese instante el cuadro es mío,
puedo obtener todo de él:
lo miro con avaricia, con gula,
con soberbia y un punto de lujuria.
Siento un instante de admiración fugaz,
me fundo en una fotografía secreta en él.
Nadie interfiere en mi relación carnal
con la pintura,
puedo entrar allí y observar la silueta
o la luna delante del árbol,
las nubes o la manzana tan verde,
puedo casi sentir el tacto en la piel de esas mujeres
que se difuminan en el horizonte.
La fusión es tal que me olvido de la realidad,
las leyes físicas son las que ha diseñado el artista,
los gestos y los objetos me mimetizan en el óleo
cual camaleón que allí habita con disimulo.
La filosofía del arte modifica mi mirada,
la arrastra hasta extremos insospechados,
transmuta las palabras en vivencia desordenada,
antes de ser absorbido por el cuadro siguiente.