Poema 655: Flores

Flores

En el jardín ganado poco a poco al cemento

surgen flores inesperadas,

geometrías clásicas, pentágonos, círculos,

espirales en el crecimiento de las suculentas,

nopales preparados para su arraigo,

brácteas capaces de arropar pétalos llamativos.

Feraz el terreno, el cuidado exquisito

luz y agua, convierten las paredes desnudas

en un santuario verde donde despuntan uvas e higos.

Cada fruto es un éxito en el cultivo mimado,

una celebración de la vida

en medio de trampas antiparásitos de jardín.

Crecen los nogales y avellanos buscando la madurez,

alumbrados cada día por flores efímeras y vistosas,

por el olor intenso de las lavandas,

por los ensayos, a menudo exitosos, de la jardinera.

Dalias, pasifloras, maracuyás ornamentales,

orbeas variegatas que se cierran misteriosas

en sus bolsas carnosas,

un pequeño edén en los detalles múltiples:

trepadoras, zarzamoras sin apenas espinas,

cada una con su procedencia memorizada,

el membrillo solitario que se hace gigante,

y un rincón contemplativo de visión múltiple

desde el que disfrutar del quehacer cultivador

mientras se hojea un libro de teatro clásico.

Poema 599: ¿Cuánto tiempo puedo pasar mirando la luna?

¿Cuánto tiempo puedo pasar mirando la luna?

El amanecer se ha disfrazado de luna llena

en el punto cardinal opuesto a la aurora.

Hipnotizado por el tamaño y el color

acodado en la ventana privilegiada

contemplo ese instante de hermosura efímera.

Aún consciente de la fugacidad de la escena

no tengo paciencia para la consumación.

Es el sino de los tiempos, apresuramiento,

prisa, fugacidad, ausencia de recogimiento.

La velocidad de la bicicleta no parece suficiente,

tampoco ese audio escuchado a velocidad normal,

el tiempo no se multiplica por subdividirlo en mónadas,

tampoco el disfrute profundo de la vida.

Ciertamente el encuadre de la escena callejera

es repentino: lugar, luz, circunstancia, presencia,

después el caos y la vulgaridad persistente

abierta en canal un instante para tu ansiosa mirada.

Leo cada día una suma intensa de titulares periodísticos,

la nada vacía y matemáticamente discreta

de unos fuegos artificiales remotos y ajenos

que se cuelan en las mentes desprevenidas

crean emociones básicas, arcaicas e insanas

en aras de la huida hacia adelante consumista.

¿Cuánto tiempo puedo dedicar a la luna?

¿Y cuánto tiempo a la lectura y a la cultura?

Poema 587: Lluvia cantábrica

Lluvia cantábrica

Monotonía, liquen, torre fortaleza,

proyecto de visitar un museo,

danzan las anjanas en el cielo,

cielo gris, sin esperanza inmediata.

Los espíritus y la desesperanza

vuelan bajo, planean sobre la costa

llena de fractales y musgo,

agua que cae en cascadas bajo el abrigo,

lugar de vida prehistórica.

La humedad comba los libros y la madera,

oxida el hierro y carcome la voluntad,

también hace apreciar de manera infinita

los días soleados tan escasos.

La escritura se hace densa e insoportable,

también la lectura con la baja presión.

Cartarescu quizás no es una buena elección

de prosa para estos días opresivos.

Echo de menos la lumbre y su puchero,

los amaneceres dorados y los ocasos violáceos,

echo en falta la risa sin motivo,

los juegos de palabras ocurrentes,

la luz en mis ojos vivos, inquietos,

plenos de ansia de gozar cada instante.

Monotonía y volumen monocorde

en tejados gris pizarra de reflejo celeste.

Poema 527: En el aire

En el aire

En el aire estuvieron las acrobacias,

llegaron a toda velocidad tras una tarde de lectura,

las cervicales, el esfuerzo por no tener gafas de cerca,

el orgullo de atravesar raudo la ciudad en bicicleta.

Pasan los acontecimientos apresurados,

con una leve percepción de la intensidad,

del momento tan especial que supone cada acto.

Me demoro en la escritura de algunos detalles,

un paseo soleado por el canal, una piña verde,

el final del curso sostenido durante varias semanas,

celebraciones, conciertos, lecturas, palabras,

un diálogo de vital importancia en una minúscula vida,

la nimiedad de la propia existencia.

El equilibrio de la mente, del peso de cada acontecimiento,

quitarte los asuntos de encima como piezas de un tetris,

encajar absurdos y huecos lo mejor posible

aquellos hechos sobrevenidos, veloces, imparables.

En el aire comprendes el riesgo, la habilidad extrema,

el peso psicológico de cuanto sujetas en tierra,

te esfuerzas por la estética y el ritmo y la música,

despejas todo lo accesorio, te encuentras a ti misma.

Entrevés las nubes extrañas en el cuasi solsticio,

te preparas para captar ese instante de belleza fotográfica,

e inmediatamente incorporarte a la corriente cotidiana:

cenas, logística, aprovisionamiento;

desearías estar en el círculo del arcaico sepulcro de corredor

apenas marcado ya con unas piedras,

visible desde el valle, olor a cereal y a tierra húmeda,

sentir la luz, la caída de la tarde, la noche, la soledad

e incluso el miedo atávico a cualquier alimaña.

Poema 460: Llover, leer

Llover, leer

Llueve,

tras más de dos meses llueve,

huele a lluvia;

aquel calor del verano ya se ha olvidado.

En mis ojos llovió casi toda la mañana;

estuve leyendo,

hacía meses o años que no llovía así.

Y en medio de toda esta lluvia interna y externa

algún mecanismo intrínseco empezó a analizar,

a recordar, a interpretar,

a buscar modelos de aprendizaje que imité,

a intentar entender mis miedos y los de los demás.

La lluvia vista y olida desde casa

me recordó el confinamiento,

las horas asomado al balcón o a la ventana,

el silencio de los coches que no pasaban,

el sordo golpeteo en el asfalto del agua,

la feracidad que provocó en el reino vegetal

aquella primavera.

Eché de menos la calma humana,

sin griterío,

sin alterar con gestos exagerados el curso del tiempo:

sin violencia a la vista, sin egoísmos en directo.

Surgen decenas de preguntas tras la lectura,

¿Estaré repitiendo patrones machistas?

¿De quién he aprendido? ¿Cuánto miedo tengo?

¿Estoy a gusto con mi vida? ¿Están a gusto conmigo?

La lluvia aporta la permanencia, la reflexión, cierta nostalgia:

gris profundo instalado en el cielo, verde fulgor

en las copas de los árboles, en el césped,

un rumor: tráfico lejano, algunas voces de adolescentes

que pasan mojados por la acera,

la masa de agua haciendo espuma sobre el suelo.

Cada cuál posee silencios, evidencias de discrepancias,

dolor, luchas de poder que ni sabe que existen.

Cada uno tiene su propia novela familiar,

anécdotas, toboganes vitales, tristeza y más miedo.

Pasan más adolescentes caminando, capuchas negras,

pañuelos, indiferentes a la lluvia o a la humedad;

sus preocupaciones están en otros sitios;

sus modelos somos nosotros, padres, adultos,

feministas reconvertidos por puro razonamiento.

Se comban por humedad, los libros dispuestos en montaña,

libros que son como el cuerpo:

los observas cada día, quieres leerlos, poseer su sabiduría,

los miras, como te miras las manos,

las piernas, los antebrazos:

reconoces la belleza de tu piel, el bronceado.

Casi todos poseen alguna marca de lectura,

esa impronta que te dejarán marcada si los terminas.

Arrecia la lluvia, anunciada, proclamada, avisada,

todo se detiene, también tú te detienes.

Poema 383: Los pájaros muertos

Los pájaros muertos

El primero lo encontré al pie de la terraza lectora;

habían desaparecido la dueña y  la butaca,

todo el invierno aguantando el hielo

con la rebeca en las rodillas.

Será un mal augurio, un pájaro muerto.

Moriría por un golpe de calor

o por la gripe de los pájaros.

El segundo lo vi desde la bicicleta;

parecía un disparo,

el pecho abierto y la sangre coagulada.

Me invadió una pena extraña:

de surcar el cielo con planeo elegante

a yacer sin vida en el suelo gris.

Los siguientes que vi ya no tenían razón de ser,

demasiados, diseminados aquí y allá

en calles céntricas o en parques concurridos,

ajenos a la mirada de los transeúntes.

Pensé en la guerra lejana o en una epidemia,

en el equilibrio de las especies,

en insecticidas o herbicidas mortíferos.

Solo até cabos cuando la luz sepia de media mañana

se instaló como una losa sobre la ciudad.

Poema 320: Libros

Libros

Abro un libro triste, de despedida,

con la alegría primordial

de encontrarme el marcapáginas de mi hija.

El escritor maldito dejó un libro

terrible y sin embargo fascinante.

Leer un poema me cambia el tono del día.

Los miro, apilados, algunos con polvo,

son un tesoro, una promesa de buenos ratos.

Me vigilan, su presencia es estética,

orden, la estructura del mundo que me rodea,

múltiples ventanas, caminos, esperanzas.

En un tiempo recobrado de primavera

ansío encontrar un hermoso lugar en el campo,

desplegar mi silla y sentarme a leer,

levantar la vista un instante y absorber el verde,

llenarme los pulmones del despertar del cereal.

Poema 221: Las líneas de la felicidad

Las líneas de la felicidadIMG_2930 (1)

Las líneas de la felicidad son débiles,

nada dura más allá del instante o la sensación.

 

Puedes etiquetarte en un estado emocional satisfactorio

capaz de ocultar los problemas estructurales subyacentes,

cual capa de tierra superficial que se lleva el viento.

 

Vuelve la arena, el simún del desierto

descubre tu carne viva, la zurce y desgarra.

 

Hay días sin augurio ni horizonte.

 

Esperas pacientemente, te distraes con un pájaro

o lees más desgarro y más dolor.

 

El equilibrio tarde en regresar, te desequilibras aún más.

 

Las líneas de la felicidad pierden peso,

se difuminan en una puesta de sol bellísima,

en el cálido atardecer de junio, tan ansiado.

 

La vida pasa y no te espera.

IMG_8929

Poema 202: Homenaje

Homenaje

«¿Qué se llevan los muertos en el viaje?
¿Qué se abisma en sus ojos hacia dentro?
¿Hacia dónde cae o sube?»
José Manuel de la Huerga “La casa del poema”

IMG_20190201_105546Días, horas, minutos y segundos,

han pasado con vértigo de actividad,

con opiniones y voces,

protagonistas y ajenos al tiempo.

 

La palabra se hace casa y retorno

en las palabras inocentes de los alumnos,

voces inseguras, auténticas,

alejadas de cualquier impostación poética.

 

La casa del poema es mi tierra,

es tu tierra, el camino de tu infancia,

su voz recordada para sus familiares,

a cada cuál le llega un estímulo de emoción

en la sonoridad de un tiempo perdido.

 

Jóvenes y docentes, autoridades y amigos,

un cúmulo de seres vanidosos

o expectantes en la honra del difunto:

orden estudiado y trabajado,

discursos y alocuciones profundas,

un camino de palabras de serena armonía.

 

Ambiente cálido y de desasosiego contenido,

belleza y sencillez,

una ofrenda a los supervivientes,

símbolos y lentas frases pronunciadas

como ofrenda inmaculada,

quizás protección del viviente.

 

No todos caben por la ancha puerta,

el pudor bloquea más que los cuerpos,

el saludo y la sonrisa se elevan sobre lágrimas

ya serenas en la asunción de la ausencia infinita.

 

Expiación, purificación, catarsis,

decenas de humanos han creado una fraternidad

momentánea de ojos lacrimosos

y recuerdo ya mitificado o embalsamado

de quien perduran sus libros relucientes.

 

El acto es una comunión gloriosa de los presentes,

enaltecimiento y descarga de conciencias,

recuerdos y fijación en la memoria,

también ofrenda y respeto,

la sociedad unida en contra de la muerte.IMG_20190201_182058