Poema 498: Espectáculo natural

Espectáculo natural

No sé si es un pescador o un suicida

en la orilla opuesta del Duero.

Desafían las nubes el reflejo en el agua

y los patos se dejan llevar lateralmente.

Permanece en la orilla mirando hipnótico

la corriente de aguas turbias,

la crecida de un río que anega ya las riberas.

El espectáculo natural es enorme:

las aguas habitualmente verdosas y calmas

se expanden entre remolinos y oquedades

a una velocidad asombrosa.

Si no fuera por una prenda de abrigo llamativa

que ha posado en los juncos ribereños

diríase metamorfoseado con el gris de la orilla.

Imagino lo que yo haría si el hombre salta:

gritar, llamar, señalar, nunca emular.

Si no fuera su intención abandonar el mundo

sentiría envidia del paisaje a pie de caudal que percibe,

de la fuerza fluvial penetrando en cada sentido,

de esta mañana de invierno aún cruda y luminosa

 mimetizado con la divinidad milenaria de las aguas.

Poema 494: La hermética belleza

La hermética belleza

La hermética belleza es el estado de ánimo

al contemplar una flor,

el deseo de vivir en un lugar por el que transitas,

una silla vacía en una terraza con vistas,

poder mirar al mar o a la montaña

(paisajes siempre cambiantes, siempre hermosos).

Llueve en estos días de transición

aún el invierno resistiéndose,

el dios Marte campando a sus anchas por el mundo.

Ese ladrillo no me gusta y ahí habrá mosquitos,

las ventanas son estrechas y oscurece pronto,

el ruido de los automóviles en la autopista,

lejos de todo, lejos de todo.

Solo hay un banco no recién pintado;

ahí leo el poder colectivo de los sueños,

la función social en los clanes y tribus,

la belleza imaginada, soñada, compartida,

el proceloso proceso de abstracción

y la incansable búsqueda de lo sublime

plasmado esquemáticamente en un santuario.

Capturo la imagen de la flor, la edito levemente,

desaparecen los contornos,

deja de existir el mundo y solo quedan palabras

la voz que expresa ese sueño oscuro,

la mente inteligente que lo analiza y exprime,

esa tarde diáfana y cálida ya memorable.

Poema 484: Paisaje desde mi ventana

Paisaje desde mi ventana

Las últimas hojas de los plátanos se resisten a caer

ya no son doradas, ni amarillas, no brillan con el sol,

tienen un color cobre decadente y mate

a la espera de una nevada o del viento del norte

que las haga por fin parte del compost y de la tierra.

Esa es mi visión de cada día en un paisaje con continuidad,

el abeto infiltrado entre las ajadas copas platanáceas

está a punto de ser devorado como lo fueron los almendros;

la masa incalculable de hojas oculta las grúas redivivas,

aquellos edificios blancos de terrazas crecientes

hijos de la reclusión pandémica y de la fábrica alcoholera.

Lejana y oculta queda ya la silueta del centro comercial,

el punto geodésico que visite con mis hijos hace años,

esa pequeña visión agreste de libertad.

Paseantes con perros que buscan los parvos rayos de sol

completan la visión matinal surgida del frío y de la noche,

permiten que mi vista se expanda más allá del ladrillo

y de los periódicos semáforos reguladores del tráfico.

Poema 418: Misa de Navidad

Misa de Navidad

Las nubes se alojan en mi cráneo como errores que no debí cometer.

Plúmbeo, musgo, hongos en la corteza.

El frío llega a la vejiga y ahí ya no hay dilación posible.

Aúllan los perros en sus casetas, varios patios más allá.

Titilan las hojas en espera de la lluvia. Llevan un ritmo sostenido.

Unas campanas invitan a la misa de Navidad.

Todo está recogido y solo las plantas soportan la intemperie.

Debieron ser muy duros los inviernos aquí antaño.

Comienza la poda, el diseño, la aleatoriedad del crecimiento.

Grises y enjutos desfilan sobre las losas húmedas de la iglesia.

Tumbas antiguas, escayolas venidas a menos por las goteras.

Alguien debió trabajar mucho para decorar el templo.

Aún quedan vestigios de los años de dictadura. Feos restos extemporáneos.

La misa es un ritual que otrora debió ser un espectáculo:

música, boato en las vestiduras de los oficiantes, incienso,

retablos dorados llenos de historia, multitudes.

La voluntad de muchos guiada por un sacerdote.

El rito social encauzado, el dinero y la apariencia de riqueza. Opulencia.

Despojos en el templo y en la vida del pueblo menguante.

Poema 416: Cielos de invierno

Cielos de invierno

Estos cielos fríos de diciembre son muy hermosos.

Pasamos de puntillas al lado de la felicidad y la belleza.

No conseguimos fijarlas ni un instante. Llegará ese momento en el recuerdo.

Allí estarán tus seres queridos, algunas palabras –que como jirones–

se enganchan en tu memoria; una sonrisa beatífica que repetiste.

Los cielos superpuestos de tantas fotografías, el día en que Messi

ganó el mundial en invierno.

El poema leído al amanecer me desasosiega:

olores de cada estación, fotografías, nostalgia de otros inviernos.

Soy un gran coleccionista de imágenes icónicas,

de un laúd muy antiguo, desafinado, azafranado a la luz de la chimenea,

aquella escalera con la que salíamos a buscar a los pajes reales…

La luz del sol desnuda los árboles y la escarcha matinal blanquea los tejados.

La melancolía me agarrota el pensamiento, detiene mis dedos.

El árbol navideño está repleto de viajes, mercadillos, bazares.

Los ritos son repetidos cada año para atenuar el dolor,

el rostro que deja entrever una tristeza sin fondo en el espejo.

Poema 252: Dispositivos

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El móvil oculta la poesía que está a la altura de tus ojos,

desbarata la concentración de tu mirada,

la vuelve rastrera y opaca,

solo capaz de ser aumentada y pixelada.

 

De repente lo ves todo nítido,

recuerdas la luna de anoche, lúbrica y erótica,

las motos que resonaban en la niebla hace unas semanas,

la bandada de pájaros migratorios en la curva del Pisuerga.

 

El vecino se apresura a deshacerse de su cigarro,

como si escondiera una infidelidad,

el más chulo de la clase desapareció absorbido

por el cruel humo del que tanto fardaba.

 

Has dejado de fijarte en los árboles esqueléticos,

en los muñones visibles tras la poda,

en el sufrimiento de las cortezas retorcidas por el hielo,

en el aparente holocausto dejado por el invierno.

 

Más de cien veces al día consultas tu dispositivo,

prolongas tu mano, te conectas a un mundo virtual

alejado de la pincelada maestra del arte que te rodea,

cada estímulo es un hilo que te une al mundo.

 

Necesitas pausa y concentración, meditación,

escritura reposada y arduas tareas físicas para olvidar,

soledad y multitud, consciencia metafísica

del tiempo en el que vives y sueñas y disfrutas.

 

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Poema 245: Lotería Nacional

Lotería NacionalIMG_20191221_123112

Llueven bolas de la Lotería Nacional,

a punto está de desbordarse el río:

sale en las noticias de portada

y eso le da empaque al río y a la ciudad.

 

La lluvia no es un accidente,

ni la riqueza espiritual que puedas adquirir

en el proceso de búsqueda de hilos

o de negación de la suerte monetaria.

 

La riqueza está en la energía y en la esperanza,

ambas adquiridas lentamente,

en un proceso de superposición paciente

de capas calizas de escaso aporte cultural.

 

Hojas volanderas arrebatadas por el viento

la fotografía imposible de la luz matinal,

aceleran el proceso eléctrico de toma de decisiones

de elevar la barbilla unos centímetros y despertar.

 

Cantan niñas emocionadas por el premio,

en una rutina que te devuelve al tiempo del laúd,

de la lumbre de paja familiar,

de cierta belleza y armonía infantil inolvidables.

 

La idea de aligerar tu vuelo despojándote de peso,

de quitarte asuntos listados de encima,

de un sol que hace brillar el invierno tras la lluvia,

te hace vulnerable hasta la extenuación.

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Poema 68: En lo alto del centro comercial

En lo alto del centro comercialIMG_20160305_184456

En lo alto del centro comercial

huele a comida rápida.

Atisbo el vuelo de una cigüeña

a través de los ventanales.

Asoma el sol entre nubes,

una pareja de ancianos en un banco,

contempla el cielo cambiante,

se detiene el tiempo, no el ruido.

Yo no estoy contento, nadie lo parece,

mi visión subjetiva del mundo,

decolora objetos y personas,

los envuelve en una pátina grisacea.

Ni objetos, ni la belleza de un cielo

plagado de nubes zoomorfas,

nada me aleja del color invernal,

quizás solo la lectura de un poema.

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Poema 63: Días grises de invierno

Días grises del invierno     FB_IMG_1456224423824

El árbol mágico no tiene nidos,

contiene en su interior una farola;

su silueta en la niebla muestra

varias ramas amputadas,

es gris como todo bajo el espeso manto

de la diosa pucelana.

 

Un gato se ovilla al lado del río;

una pareja de joviales ancianos

desmigaja y esparce cuscurros de pan

ante la atenta mirada de las palomas

carroñeras y las inteligente urracas.

 

Las comadres más enteradas,

se aprestan a cargar con los problemas

ajenos, oralidad que ya no se frena,

el poder social de organismos desocupados,

una salida gris a la  cotidianeidad.

 

El quiosquero feo ya no me saluda:

no compro allí el periódico, no escucho

sus comentarios misóginos, su pesimismo

flota en el aire cargado de juguetes

de escaparate desvaídos por el sol.

 

La fachada del ángulo inverosímil

se ha agrietado; varios coches aparcan

inmisericordes sobre el césped

reseco por la helada y las roderas,

los municipales silban mirando al sol

impotente, embobados por el rítmico

taconeo de una madre joven.

 

Hay días en que la mirada poética

se regenera en la feladad mecánica,

verbaliza flujos catárticos de miseria,

se apresta al contraste de la luz,

del ciclo hormonal que redime e inspira.

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Poema 61: El invierno del poeta

El invierno del poetaIMG_20160119_180227
Las redes sociales, obstaculizan
el mirar delicado del poeta,
en una tarde fría de niebla y colores grises.
Un tuit, una foto del trabajo en grupo
para conmemorar el día de la paz,
el espejismo de cientos de amigos
sociales, pequeñas píldoras de conocimiento,
ideas que almacenas en el magín
para proyectos futuros,
y sin embargo puedes sentir el aroma
de la superficialidad, la liviandad y el olvido.
Basta sin embargo la lectura de un poema
sintético, un laberinto de curiosidad,
citas de un pasado elegante,
para que se despierten los sentidos:
observas y recuerdas el muñón de unos árboles,
los colores que ya describiste,
un orador que inventaste sobre una marquesina,
la magia precaria de una pareja enamorada,
identificas algunos de tus versos
extraídos en una noche de graves estudios
por alguno de tus seguidores sociales;
sientes entonces un calor amigo,
elevas tu mirada a los cielos dolorosos
del invierno, buscas dentro de ti el milagro
de un comienzo para un poema, una idea,
una imagen, el círculo que cierre el día
con la precisión de unos versos, la sonrisa
satisfecha de un creador ante su obra,
el ansia contenida ante un comentario
o una interpretación inédita. Quizás
un reflejo de inteligencia en unos ojos hermosos.

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