Poema 412: Otoño mágico

Otoño Mágico

Conversan palabras con imágenes

en el valle horadado por el Ambroz,

diríase un baile en el que otoño danza

un vals lento con partitura de hojas,

mientras la niebla desciende húmeda

desde las moles pétreas legendarias.

Arroyos cantarines rebosantes de agua,

surten de regenerador dinamismo

a los ríos de lecho muerto en el estío

que desaguan veloces en el embalse reseco.

Un vate pastor podría sentarse

a declamar sus versos al viento

sobre las rocas ascendentes del cordel,

o ventilarse unas migas o una torta

bajo el alcornoque centenario de la Vía.

Una pastora descolgada del Cántico

podría triscar por los montes y espesuras

pasar los fuertes y fronteras,

lamentarse en el espejo de estas aguas

del amado que mil gracias iba derramando.

Chisporrotea la calbotá entre la bruma,

arrejunta los espíritus caminantes,

dispersa vientos y enemistades antiguas,

actualiza la quietud del caminante por el valle.

Centenares de personas afinan sus sentidos,

hollan el bosque húmedo,

elevan su umbral de belleza cotidiana,

hasta niveles de compleja absorción,

santifican la diosa  Naturaleza

y la feracidad mítica y hortícola del valle.

Poema 346: Contrapesos

Contrapesos

–Qué cansado es ser feliz– dijo mi hija

en uno de esos momentos de inspiración poética

que tiene desde muy pequeña.

¡Cuánto pesa la belleza!, leo en Louise Glück

y entonces me asomo al ventanal del salón

y observo el paseo de la alcoholera

el cielo gris y las hojas alfombrando el césped

una hora después de haber amanecido

en esta víspera de Todos los Santos.

Ahí está la belleza, aquí está la felicidad.

Llovizna y las copas arbóreas se mecen suavemente;

un señor corpulento, quizás octogenario,

camina con una bolsa de tela en la mano,

indiferente al peso del otoño.

La felicidad puede haber sido leer un poema

o terminar este.

Puede haber sido recordar el cariño que has sentido

en tus días de fiebre,

o la fuerza global de un diálogo ideológico con tu hijo.

Narras buscando palabras que acaban conformando

historias en tu cabeza,

y esa realidad es más potente que el ruido de los coches

o la suciedad del asfalto

o los tóxicos tejados de fibrocemento.

En el cielo gris del otoño destacan las escuadrillas de pájaros,

también las grúas;

un perro dálmata corretea por entre las hojas,

busca rastros y marca el territorio;

el dueño con pantalón rojo, recoge sus excrementos.

Todo se ha llenado de luz tras la lluvia,

en unas horas los árboles protagonizan cada paisaje,

el aire húmedo y oloroso es una medicina natural.

Sonrío de forma idiota apoyado en el alféizar.

Poema 344: Tardes de octubre

Tardes de octubre

Las tardes de octubres son maravillosas,

verdes, amarillas, de todos los colores,

la gente pasea

recordando cuando no podía pasear

por el confinamiento,

a lo lejos los campos son arados

tras la lluvia que el fin de semana

comenzó a degradar las hojas.

Hay una necesidad oculta que me impele

a salir a caminar o a sentarme en un banco

a leer durante unos minutos un libro

sintiendo los rayos ya oblicuos,

sintiendo el privilegio de respirar sin mascarilla.

Cada octubre quiero aprehender estos días,

los colores de membrillos, arces, árboles de Judas,

la calma con que los patos reposan en el río.

Hay una luz dorada;

alguien recordaba en la radio esta mañana

el poema de Baudelaire Invitación al viaje,

la necesidad de escapar hacia la luz poniente

sobre los canales de Amsterdam.

Cae la tarde como un velo y con ella el relente

que refresca y obliga a cubrirse los brazos

aún tostados por el sol del verano.

Un perro negro corretea por el verde césped

indicando tal vez la fugacidad de la vida;

caen algunas hojas y no cesa el ruido en las calles

de vehículos cuyos conductores nada saben

de esta felicidad octubrina.

Hoy me he reído un instante bajo el sol

y ese tesoro me ha llenado el alma de alegría.

Poema 343: El pruno

El pruno

El otoño del pruno es una maravilla,

el gran chopo se alza por encima y lo protege.

Sin embargo el sauce joven se entremezcla

entre sus ramas y lo asfixia.

El sauce, vigoroso ahora, morirá pronto

y el pruno huésped vivirá una viudez intensa

llena de mirlos juguetones.

Los colores cíclicos denotan su estado de ánimo.

En el canal, los patos violadores

trazan sus flechas acuáticas en la sombra

mientras llueven hojas coloradas.

El sufrimiento del pruno al perder sus hojas

parece tan intenso como un cambio hormonal.

Los runners del camino de sirga junto al canal

admiramos la belleza madura,

la decoloración progresiva de su estructura externa,

el aroma que deja en el aire tras la lluvia nocturna.

Libarán abejas en la primavera,

soportará podas y desnudez

para seguir floreciendo con tanta intensidad

y fragancia

que hará que todas las miradas se posen en él.

Poema 241: Recuerdos otoñales

Recuerdos otoñalesIMG_20191206_174259

En la luz decreciente de la tarde

veo danzar el fuego;

un encapuchado perpetra su modus vivendi,

otro parece huir del frío castellano.

 

Protestas y manifestaciones históricas,

miedo y ofuscación,

la retórica política es desoladora,

no así los futuros cíclicos de esperanza.

 

Estoy rodeado de objetos cuyo significado

son la memoria de mi vida,

un búho francés, una piedra volcánica insular,

aquella caja hecha a mano en la Praga comunista.

 

Están los libros que leía con avidez en mi juventud,

trofeos, la máquina de escribir,

cuadernos escolares que apenas recuerdo,

un cajón que atesora minúsculos tesoros.

 

Este espacio, esta silla, esta mesa,

me anclan a un pasado de formación y dudas,

a la inocencia que quizás ya he perdido,

al tiempo de los graves estudios y el deporte.

 

Es mi otoño, las hojas de múltiples colores,

el viento frío y la condena del frío a borbotones,

con horas soleadas y heladas nocturnas,

el tiempo maduro de tanta belleza.

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Poema 238: La invasión

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Entra frío a borbotones, como si una mancha

de alquitrán invadiera la estancia,

entran también los colores,

la húmeda atmósfera exterior

el ruido obsceno y discontinuo de los coches,

la belleza de las nubes-brujas que cabalgan veloces.

 

Entra un espacio en blanco en mi mente,

se rellena de recuerdos:

niños coloridos pisando y esparciendo

hojas secas en un parque,

una mirada al bies de ojos sonrientes,

la fotografía que tomé hace unos meses.

 

Ha llegado de repente la magia de noviembre,

el frío que sostiene las calefacciones,

las masas de hojas que no fui capaz de calcular,

un chapoteo infantil en cada charco,

el brillo del sol oblicuo en las ventanas rojas.

 

Me quedo solo un momento suspendido en el tiempo:

voraz leo un poema extenso,

escribo unas líneas sin ton ni son,

aprovecho para ver el último capítulo de la serie televisiva

que comencé a ver sin respiro dos días atrás.

 

Todo es color, extensión, viento, un haz de luz deconstruido,

la esperanza del azul en un intersticio cenital,

una suma de imágenes hermosas,

la embriaguez que aparece tras el dolor capital,

el dulce reposo extinguida toda ambición estética.

 

En un instante la luz ha cambiado,

he fotografiado el poniente por una hendidura en la nube,

se ha detenido el tráfico en una ráfaga de semáforo,

he creído escuchar el cántico espiritual de San Juan de la Cruz,

quizás ha aullado un perro en la Ronda de la Noche.

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Poema 184: Llueven flores de otoño

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Apenas existe el aire que respiras,

apenas las nubes dibujan formas

en el cielo o muestran su belleza,

apenas percibes el frescor de la mañana.

 

Vagamente recuerdas la pertinaz sequía

de hace justo un año,

o la visita a la playa de hace dos semanas

embebido en fórmulas y compromisos.

 

Podría acabarse el mundo hoy,

podrían cesar tus privilegios:

tus hijos caminando contigo

o esos besos infantiles de felicidad.

 

La lluvia que tanto esperas

llevará asociado un decaer del ánimo,

una falta espeluznante de luz,

el regreso de monstruos que crees olvidados.

 

Todo es provisional, tu sonrisa también,

el libro que postergas o la música

que has proyectado escuchar;

también el poema que no vas a escribir.

 

El aroma de un jardín que no es tuyo

te embelesa, perturba todos tus recuerdos,

excita tus deseos hasta límites insospechados,

llueven flores de otoño durante unos minutos.

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Poema 146: Otoño en Oporto

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El humo de la castañera de Sao Bento

se confunde con la niebla y la llovizna,

tráfico absurdo por entre las estatuas,

una multitud aguarda en la cola de Lello.

 

Libros, bicicletas y suspensorios,

azulejos para ilustrar al pueblo,

un mercado cerrado que parece un cementerio,

todo sorprende en la bocana del Duero.

 

Una voz maravillosa acompaña al órgano en la Sé,

el sonido vocálico nasal me resulta erótico,

como las uñas rojas perfectas de la dependienta

del centro comercial llegado del futuro.

 

Los nombres de las calles adoquinadas

están llenos de prohombres, clérigos, escritores,

alcaldes, políticos y santos.

¿Dónde están las mujeres?

 

En el faro rayado de colores, unos pescadores

flirtean con turistas de impolutos pantalones blancos;

la suciedad se desvanece con la lluvia,

solo el verde de la bajamar permanece.

 

Apenas quedan unas hojas amarillas,

y el hueco vital de miles de turistas,

el fantasma de los vinos en el puerto

y la luz mortecina del puente en la niebla.

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Poema 144: Un día te quitas las gafas

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Un día te quitas las gafas

y ves un cielo lleno de nubes,

las luces de las farolas al atardecer

son enormes puntos difusos brillantes,

la luna es una mancha

de imposible descripción geométrica.

 

Eres un inválido en medio del parque,

los árboles son fantasmas y las personas

no tienen contorno, solo movimiento.

 

La belleza de los colores otoñales es insufrible,

Impresionismo en estado primigenio,

colores puros, algo de lluvia en mi rostro,

mágica percepción de pequeñas pinceladas.

 

No subsistirías en ese mundo borroso,

quizás necesitaras un lazarillo y mucho ingenio,

o te desprenderías de servidumbres tecnológicas;

la fealdad del asfalto sería un recuerdo

y el tacto de las cosas cobraría vida.

 

Te acercas a un tronco verdoso,

recuerdas que el musgo de la corteza indica el norte,

pasas la mano por la rugosidad del tronco

tratas de fusionarte con el árbol,

los asteriscos de luz y color del entorno se difuminan,

alcanzas un instante de paz y levedad.

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Poema 137: Sequía

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Las tierras altas calizas, aparecen descarnadas,

hay urracas famélicas:

asustadizas de natural, apenas se mueven.

 

El suelo cruje cuando avanzas campo a través,

los lavajos están cuarteados:

una vez hubo agua de lluvia aquí.

 

Docenas de palomos picotean el césped ralo,

en las aceras, regateras y orines se suceden,

una cierta pestilencia lo invade todo.

 

Aún hay belleza en la luz y en el cielo,

los árboles se decoloran deshojándose,

un riachuelo moribundo serpentea en el ocaso.

 

El arado se desvanece en una cortina de polvo,

cuesta respirar,

los ojos se secan sin alcanzar el horizonte.

 

Sigue saliendo agua del grifo,

ignorantes, olvidamos conductas preventivas,

la historia de la lucha por la subsistencia.

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