Poema 673: Danza Volandera

Danza Volandera

La danza que provoca el viento en las hojas

nos conduce irreversiblemente al invierno.

El sol de San Andrés tras la lluvia de ayer

es un trampantojo, un falso decorado

en un mundo que asume la esclavitud:

omnipotencia de la riqueza sobre las personas.

Las conversaciones durante la celebración

del falso santón matemático Bourbaki

aún colean en la mente de los verbeneros:

efervescencia juvenil en las aulas,

jornadas eternas de trabajo incipiente,

el lenguaje reestructurador de cerebros

o recuerdos de un viaje remoto y dudoso.

La noche es patrimonio de los patines eléctricos,

la juventud marginal cambiando el rumbo,

la fuerza inveterada de los aspirantes al trono,

capaz de reorientar gobiernos empero no poderes.

El mismo viento volandero revuelve las nubes,

las condena a un infierno de colores en el ocaso,

un horizonte que atrapa la vista y te engulle.

Poema 616: Imágenes futuras

Imágenes futuras

El ascenso hacia el ocaso es arduo, sudoroso, vital,

pesan las piernas y pesa el cúmulo de recuerdos,

la edad y algunas desgracias colaterales

en las que puedes ver reflejada tu propia imagen futura.

Asciendes en pos de la juventud, de tu propia juventud,

elevas la vista y atisbas una cumbre panorámica,

flores de brezo, el océano a la izquierda, rumor de olas,

un verano futuro en el que nada era imposible.

El poso de la desmemoria llama insistentemente,

desaloja las imágenes presentes, ese encuadre magnífico

que consigues como trampantojo de tu presencia,

la belleza programada y mostrada como trofeo de viaje.

Acumulas vivencias, aventuras, ejercicio, fuerza,

bulle tu mente en busca de sendas lunares, cielos rosáceos,

una cierta individualidad creativa entreverada de diálogos,

la pausa que simula inmortalidad en un engaño holístico.

Conviven las tradiciones autárquicas con el bullir turístico,

vacas al sol de los pastos coloreados por el pintor,

que copulan, paren, enferman, son exprimidas

cuando el voyeur desaparece en sábanas pasteurizadas.

La naturaleza en la que simulas licuarte es hirsuta y espinosa,

muestra flores y coloridos señuelos antes de engullirte,

es parte de ti y tú eres parte de ella, en una amalgama

ineludible, mística, evolutiva, consentida y esencial.

Cierras el ciclo de la senda zigzagueante y escabrosa

tomando una cerveza en la pradera marítima y animada:

decenas de semejantes burlando la subsistencia remota,

un humano acompañarse en una intimidad resplandeciente.

Poema 591: El club de los vecinos muertos

El club de los vecinos muertos

La vida a veces dura una novela,

o menos.

Nos toleramos, nos queremos, nos acariciamos,

ese reconocimiento crea un hueco,

un espacio vital en el que leemos, razonamos,

nos reímos todo lo que podemos, ¡a veces tan poco!

La cultura o los proyectos, o las maquinaciones,

cada cual posee un motor más o menos contaminante.

El club de los vecinos muertos aumenta cada año:

reflexiono sobre mis recuerdos de ellos,

su voz, el impacto de su presencia, algunas frases,

la bondad o no de sus presupuestos.

–En este banco conversamos–, –el tiempo pasó volando–,

–siempre sonreía mientras hablábamos–,

–me lo crucé muchas veces, pero nunca intimamos–.

Un día desaparecieron y no lo supe hasta semanas después,

o meses, sin apenas circunstancias explicativas.

El club se extinguirá conmigo, como idea, como poema,

no la realidad de la muerte, no los huecos,

ni los espacios mentales o el rastro de las voces

grabadas en un subconsciente que tratamos de ignorar.

Mis descendientes no sabrán apenas nada de mí,

menos de lo que conocieron esos desaparecidos

a los que tangencialmente saludé o reconocí

en el paisaje diario, en la cordialidad vecinal.

Nada les importa ya, nada les concierne,

llega la insignificancia tras la apoteosis del sol poniente.

Poema 568: Las tardes memorables

Las tardes memorables

Fueron tres tardes de noviembre

no consecutivas.

Los pinos míticos y esos ocasos dolorosos

cual tallas de la Pasión castellana.

Ejercicio, lugares muy diferentes.

Rehabilitación emocional, física, integral,

belleza, bienestar físico.

El sol de la tarde, oblicuo y filtrado

tiene un aliciente vitamínico,

ilumina el caduco arbolado de ríos y canales.

El vértigo desaparece tras el hallazgo

de un níscalo casi oculto.

Se escuchan solo sonidos naturales,

el crujido de mis pasos sobre una rama,

y súbitamente, iluminado como en una postal,

un corzo distraído pastando.

Hace una temperatura inusual en noviembre,

pedaleo buscando la luz poniente,

atento a las ondulaciones del camino,

sumido en en profundas reflexiones

mas acunado por la belleza de la tarde.

Poema 566: Nubes blancas

Nubes blancas

Las nubes blancas parecen buques de imaginación,

dirigibles de gran profundidad,

una escuadra de guerra celestial.

Ensombrecen la tierra yerma, recién arada,

los surcos marrones e infinitos

brillan tras las lluvias desordenadas.

El espíritu se refleja en ellas, se amansa

entra en un estado de serenidad,

se detiene el tiempo sostenido en los confines

de la unión de cielo y tierra.

Durante esos instantes no importan las noticias,

los muertos por el temporal o por los drones,

solo el viaje solitario adquiere entidad,

laxitud emocional intensa, ya trance, ya éxtasis.

Esas nubes blancas, profundas, vigorosas

son efímeras e inusuales

tras ellas hoy se ha serenado el cielo azul

y ha llegado el silencio del ocaso.

Poema 563: Matando la tarde

Matando la tarde

Hay tardes que mueren por sí mismas

y otras que tienen que ser matadas a conciencia.

En este agonizar de octubre

bandadas de cigüeñas saetean el cielo de paz;

pronto serán sustituidas por drones

por silbidos apenas audibles y mortíferos.

Se comban aún más los cables eléctricos

por el peso inapreciable de decenas de gorriones.

Un hombre deja extinguirse la luz

enfrascado en el juego simple de su teléfono;

descansa a sus pies un perro de ralo pelaje

incapaz, como su amo, de darle la puntilla a la tarde.

Miro al poniente y encuentro un incendio solar

efímero y salvaje, de belleza extrema.

La tarde terminará de morir en una reunión de vecinos,

un espacio ajeno a la Historia y a la Educación,

ring sin reglas ni cortesía, donde se rompen sinapsis

y expira la cooperación humana.

Fin de fiesta, fin de octubre, fin de la tarde vacía.

Poema 545: Ocaso de masas

Ocaso de masas

El espectáculo del ocaso en la Arnía

es de contemplación masiva,

ociosos vacacionales lo incorporan

a sus rutinas diarias gratuitas.

Es una obra de teatro con final previsible:

aplausos ascendentes fluyen desde la playa

hasta los encaramados en riscos y laderas.

No hay dos puestas de sol iguales,

un barco que atraviesa el horizonte,

la gaviota que planea perfilándose en lontananza,

unas nubes que se autoinvitaron a la fiesta.

Hay murmullos y comentarios fugaces,

una sensación de paz ante el deceso del día,

el final de este calor playero y estival.

Una señora de espaldas al sol parlotea sin cesar,

ajena al trance comunal de quienes lo contemplan,

capaz de escucharse sola a sí misma,

la diversidad humana opuesta a la norma.

Tras los aplausos se disuelve el gentío,

apenas un grupo minúsculo de ascéticos

persevera en la tasación de la hermosura:

el cielo y el mar se confunden en el oriente,

los colores pastel susurran una armonía

indigna de la gran masa devota del astro sol.

La comunión solar ha sido consumada.

Poema 544: Memoriam Omnium Rerum

Memoriam Omnium Rerum

En la velocidad el vértigo oculta la belleza,

–montañas calvas, morrenas, canchales–,

los volcanes y el pavor ancestral heredado,

un lago verde, charco marino, montaña negra,

la calma de unas horas hermosas e incógnitas.

La vista traiciona cuanto anhela,

sin embargo, la piel absorbe, funde, clarifica,

la nariz transporta, evoca, mitifica y desnuda.

El recuerdo de los hitos se posa en una veleta,

el sonido del viento y un clic metálico

que la mano de mi hijo produce en el mástil.

La Ensalada César tras la agotadora jornada,

el cuerpo que busca recuperar sales y energía,

luz verde sobre el estanque trapezoidal:

una pata triangula las aguas con sus vástagos,

cañas, enredaderas, lavandas, césped y un tractor.

Puestas de sol lentas, contemplación,

antes de una cena doméstica y deseable,

días de lectura, de creación de poemas simples,

calma y reposo de todos los sentidos.

El envolvente museo de la igualdad,

reivindicación sutil de los nuevos tiempos

y un viaje de reencuentro ascético del trance.

Poema 483: El sendero de la costa

El sendero de la costa

El sendero serpentea entre tojos y zarzas,

conecta playas y bordea fincas abandonadas,

sigue la orografía de la costa como un fractal

y multiplica las distancias aparentes.

El tránsito por esos lugares tan bellos

simula una metáfora de la vida:

serpentear sin un fin aparente, avanzar

pendiente de las rocas y las raíces,

sentirse un dios en las cumbres,

descubrir playas incógnitas y simas intransitables,

desfallecer y seguir caminando.

La luz del cielo, tan cambiante, hace verdear el mar,

o lo envuelve en una bruma que anuncia lluvia:

desearía vivir en aquella antigua mansión enorme,

pero también en la exigua torre moderna;

de pronto, empapado, me digo que este clima es cruel

al igual que pensaba la semana pasada

bajo la niebla persistente de Castilla.

El fulgor está dentro de cada uno de nosotros,

está en un verso que me ha conmocionado,

en la voz de esa cantante que me obsesiona,

o en ese recodo del sendero que se abre a la luz marina,

a una nada infinita mecida por el ruido constante de las olas.

Regreso por otros caminos más seguros,

mitificando cada paso que di entre el barro,

creando un mapa mental que pronto olvidaré

entre el ruido obsceno de la ciudad y las urgencias laborales.

El atardecer se eterniza como si me tuviera cautivo,

me urge a volver a las minuciosas rutinas innobles,

al calor de un hogar tejido en estos cuatro días.

Poema 339: Destellos de luz

Destellos de luz

Algunas señales son destellos de luz

una combinación favorable de semáforos,

el vuelo sagital de pájaros migratorios,

el bidón cuya llama se adelanta al frío

o este veranillo conocido pero inesperado.

Observas anonadado el volcán,

la corriente roja de lava en la noche,

el contacto tremendo con el mar.

Llevas contigo el libro de poemas

difíciles de entender pero mágicos

en su sencillez aparente:

poemas descriptivos en los que hay sombra

y hay luz y erotismo,

vidas enteras recordadas,

otros mundos que ya no existen.

Me obsesionan las grúas al amanecer,

gigantes de quietud nocturna

que chirrían en la dura jornada laboral.

En la penumbra del ocaso resplandece

un horizonte muy conocido;

abro la ventana y el ruido cíclico de los coches

encuentra el silencio de los intersticios.

Nada dura mucho tiempo,

ni siquiera la reflexión gozosa

sobre la explosión anaranjada de luz.