Poema 570: Imágenes, belleza cotidiana

Imágenes, belleza cotidiana

Incluso en los días oscuros

puede surgir la belleza cósmica,

el olor del otoño al pisar las hojas secas,

una instantánea del río entre los árboles.

Hay que mirar afuera, olvidar tus conflictos,

dolores, enajenaciones, fracasos,

elevar la vista al cielo casi siempre es estimulante.

La cúpula se alza de nuevo majestuosa,

trece metros de altura, liviana y traslúcida;

es un momento único, –me digo–,

mientras leo al menos una página perturbadora

de La Vegetariana.

Belleza, cultura, historia, algunas rutinas

se oponen al dolor, al cansancio,

al lento decrecer de los días novembrinos,

cuando el mundo parece abocado al extremo

en el que no te encuentras tú.

Eres una hormiga obrera más, un instante

en los eones etéreos del universo,

con el único objetivo de fluir sin memoria

y sin embargo deseas aprehender cada átomo

cada partícula aromática que puedes oler,

cada instante que puedas convertir en belleza.

Poema 566: Nubes blancas

Nubes blancas

Las nubes blancas parecen buques de imaginación,

dirigibles de gran profundidad,

una escuadra de guerra celestial.

Ensombrecen la tierra yerma, recién arada,

los surcos marrones e infinitos

brillan tras las lluvias desordenadas.

El espíritu se refleja en ellas, se amansa

entra en un estado de serenidad,

se detiene el tiempo sostenido en los confines

de la unión de cielo y tierra.

Durante esos instantes no importan las noticias,

los muertos por el temporal o por los drones,

solo el viaje solitario adquiere entidad,

laxitud emocional intensa, ya trance, ya éxtasis.

Esas nubes blancas, profundas, vigorosas

son efímeras e inusuales

tras ellas hoy se ha serenado el cielo azul

y ha llegado el silencio del ocaso.

Poema 512: Soledad

Soledad

El canto de los pájaros es indescifrable aún,

se llamarán, expondrán sus virtudes

como un pavo real que muestra su esplendor.

El mar, la marisma, una barca solitaria,

anclada en medio del fango

que deja la marea al descender en la bahía.

Camino por la acera de sol, tiendas y reclamos,

una cola de jóvenes esperando su turno

en un concepto comercial que no comprendo.

Velocidad de las nubes, transatlánticos blancos,

densidad incógnita salvo por el parte meteorológico,

hoy no lloverá, podré ver el sol entre las formas cambiantes.

Una casa abandonada, las plantas

fueron elegidas, cuidadas, observadas, contempladas,

quizás sobrevivan un tiempo, a otras miradas, a otra luz.

La elevación al meditar me convierte en un punto,

una sombra cenital, la irrelevancia de una hormiga,

intrascendencia suma entre anclajes sociales.

Belleza y esa tela de araña que has ido construyendo,

con la que te alimentas de unas páginas borrosas,

mientras compartes luz, reflexiones y evanescencia.

Poema 492: Abrimos las nubes

Abrimos las nubes

Abrimos las nubes

en la mañana disfrazada de rock,

en el antro-centro del saber,

aún resonando Kant en los oídos adolescentes.

Hordas de coreógrafos, de cuerpo de baile,

atenta la mirada al cielo, risa y diversión,

redes sociales afilando sus colmillos,

y la letra acompasada al dinero para nada.

Llueve a mares y la lluvia es una forma de memoria.

Tres edades saltan al unísono en ritmos y letras

que solo ellos entienden.

El diluvio opaca las olimpiadas y el billar,

riega los claveles y churretea los rostros

enmarcados en tanto trabajo.

Las miradas se cruzan ya satisfechas:

recordaremos el carnaval pasado por la lluvia.

Poema 418: Misa de Navidad

Misa de Navidad

Las nubes se alojan en mi cráneo como errores que no debí cometer.

Plúmbeo, musgo, hongos en la corteza.

El frío llega a la vejiga y ahí ya no hay dilación posible.

Aúllan los perros en sus casetas, varios patios más allá.

Titilan las hojas en espera de la lluvia. Llevan un ritmo sostenido.

Unas campanas invitan a la misa de Navidad.

Todo está recogido y solo las plantas soportan la intemperie.

Debieron ser muy duros los inviernos aquí antaño.

Comienza la poda, el diseño, la aleatoriedad del crecimiento.

Grises y enjutos desfilan sobre las losas húmedas de la iglesia.

Tumbas antiguas, escayolas venidas a menos por las goteras.

Alguien debió trabajar mucho para decorar el templo.

Aún quedan vestigios de los años de dictadura. Feos restos extemporáneos.

La misa es un ritual que otrora debió ser un espectáculo:

música, boato en las vestiduras de los oficiantes, incienso,

retablos dorados llenos de historia, multitudes.

La voluntad de muchos guiada por un sacerdote.

El rito social encauzado, el dinero y la apariencia de riqueza. Opulencia.

Despojos en el templo y en la vida del pueblo menguante.

Poema 401: Ventanas

Ventanas

Nubes blancas, cambio de tiempo,

viento, pisadas en medio de la carrera,

un baile, una coreografía de corredores

verdes, multicolores,

el paso síncrono, la belleza del momento,

eres parte de la masa y solo puedes asomarte

durante un instante fugaz.

Grúas en el horizonte, muchas, demasiadas,

ocultan aquel trozo verde del campo

que veías durante el confinamiento,

cruel clima que desgaja hojas y limpia árboles.

Cuadernos por los que te asomas al mundo

oculto o visible,

la respiración de los otros,

el gesto cansado o elegante de gacela,

resistencia, olor a ungüentos para los músculos,

un texto con dos conceptos asidos al vuelo.

Recuerdas un funeral inocuo,

un cuadro de escuela flamenca,

la profundidad de campo sin punto de fuga,

esas noches de estío calurosas

en las que las ventanas permanecen abiertas

en busca de un frescor que se resiste.

En algunas ventanas se asoman los curiosos,

fotografían la sierpe humana

que se elonga según pasan los minutos.

La luz y el recuerdo del profesor difunto

que certificaba el acceso al club nocturno

asomado a su ventana privilegiada,

marcan el final de la mañana corredora

mientras degustamos una buena tortilla de patata.

Poema 340: Paraísos

Paraísos

Algunos paraísos duran un instante,

son efímeros

y esa es su gracia y consistencia:

un rayo de sol a principio del otoño,

una ola que te voltea desnudo

en una playa desierta,

el momento exacto en que amanece

con una luz sepia aún contenida

el espectáculo mate de las nubes en el cielo

o el encuentro de una mirada.

A veces una fotografía prolonga

y rememora,

estira y narra o voltea,

recrea, modeliza o idealiza;

otras veces es una conversación

la que te lleva a un punto cumbre,

un máximo local de felicidad.

A veces la pérdida ensalza

aquellas imágenes que has filtrado

convierte en melancolía y deseo

aquello que fue sucinto y prosaico.

Otras veces ignoras la fuerza de la plenitud,

niegas haberte sentido desbordado

por aquel trampantojo vital,

ese gatito que te mira con cautela

esperando tu compasión y caricia.

El paraíso está en ti y volverá cuando tú lo desees,

solo con la condición del olvido

de cuanto ha pasado y pasará.

Poema 323: Humanos

Humanos

Los platillos volantes se han adueñado del cielo

que parece sujeto por unas grúas de obra,

tiempos descreídos y lunáticos

en los que hay cristales rotos y naves abandonadas.

Ciclón, terremoto, desastre o miseria simple,

cualquier circunstancia desarraigó a aquella pareja

cuyo refugio es una primera planta enorme

en la nave enorme y esquinada, antes buque insignia.

Entra frío por los vidrios abatidos por las piedras,

el humo los delataría.

Se apañan con los desechos de la sociedad

desechos ellos mismos, excluidos por enfermos,

inmigrantes, inadaptados o visionarios.

Han colmado su capacidad de susto y acumulan

el desprecio de las voluntades humanas tan amplio,

eso les ayuda a sobrevivir, el rencor enorme y justo,

la rabia contra los privilegiados inútiles,

afortunadamente mortales como ellos.

Son los auténticos descendientes de las tribus nómadas,

los que quizás puedan dar continuidad a estos Sapiens

como ya lo hicieron en otras crisis silenciadas,

bombas individuales cargadas de razón.

Migrarán en verano para ver el mar,

quizás esta nave será ocupada por otros sin techo

gente sin voz y sin rastro, animales sin puerta

con más humanidad que las envolturas plásticas

y los cosméticos que rellenan los huecos de la especie.

Poema 279: Campo de julio

Campo de julio

El campo en julio es de una belleza inusitada,

los labradores se afanan

 en extraer todo el producto posible de la tierra:

hay pacas de paja, patatas a punto de florecer,

girasoles hermosos y amarillos,

un lavajo lleno por las últimas tormentas;

incluso el río Trabancos lleva algo de agua.

Desde la bicicleta se observa todo con detalle,

rastrojos, viñedos, pinares,

algunos centenos aún no cosechados,

nunca he visto tantas aves como este año,

en el camino apenas hollado no hay rastro del virus.

Algunas cosechadoras levantan nubes de polvo,

hay cultivos que no identifico,

plantaciones de almendros y otros frutales,

remolacha, maíz, garbanzos,

mecanización y riego, una cierta normalidad.

Las tormentas alteran el ritmo del trabajo,

nada que ver con otros tiempos:

ya no hay hoces ni levantarse a las cinco de la mañana,

no se trilla ni aventa la parva,

no hay bueyes ni mulas, ni cuadrillas de sol a sol.

Huele a manzanilla y a la paja recién cortada,

busco en la soledad de los caminos

no encontrarme con otros humanos;

miro al cielo y veo la revolución de las nubes,

al menos tanta belleza como la reproducida en el campo.

Poema 265: Geometrías del confinamiento

Geometrías del confinamientoIMG_5227

La línea del renglón se inclina hacia abajo

como lo hace la señora que camina por la calle

con su bolsa de la compra repleta de alimentos.

 

Se cruza con una encapuchada de un azul tenue

que marcha veloz y silenciosa, en línea recta.

 

El perro zigzaguea aleatoriamente,

los ojos envidiosos del observador trazan un camino,

seco y anguloso

el que une su balcón con el cono de luz del movimiento animal.

 

Los palomos se esparcen a sus anchas en la enredadera

planean siguiendo una curva suave de aterrizaje en el césped

plagado de margaritas.

 

Las ondas musicales tras el aplauso a las ocho de la tarde

reverberan en los edificios hasta extinguirse

se acoplan con otros reproductores en curva sinuidal.

 

Enfila recto el vehículo de la policía tan alborotada

por el estado de alarma tras veintisiete días.

 

Subo y bajo escaleras una y otra vez en un circuito helicoide

procurando no tocar las barandas,

concentrado en pulsaciones y tiempo de ascensión.

 

Las pelotas de ping-pong sobre la mesa del salón

describen parábolas invertidas

antes de chocar con los botes de tomate en conserva

que hemos colocado como red.

 

Las piezas del puzzle que hacen mis hijos forman un mapa

de fronteras coloreadas, cabos y golfos que se unen

en un rectángulo final de gran belleza.

 

Mi vista traza diagonales en la lectura de artículos de prensa,

a veces traza círculos en la difícil concentración de un párrafo

del tercer libro de lectura sofisticada.

 

El sol y las nubes diseñan formas caprichosas

vórtices de viento, conos invertidos,

un sumidero que parece absorber todas las almas encerradas.

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