Poema 387: Una noche tras otra

Una noche tras otra

Una noche tras otra, en la penumbra de mi habitación,

bajo la luz íntima de una lámpara,

leía un capítulo del Quijote.

Tenía veinte años y diversificaba el tiempo en muchas cosas.

He recordado ahora aquellas noches con nostalgia,

lleno entonces de incertidumbres sobre la vida misma,

sin atreverme a atisbar el futuro,

disfrutando de la lectura como si fuera un placer prohibido.

Cada instante de soledad se convierte ahora en un íntimo lugar,

espectáculo, magia, la posibilidad de escribir o leer

o escuchar canciones que me transportan a otra época.

Un cuaderno, unas líneas oscuras, el aura de la soledad sonora;

la ambientación cobra suma importancia,

más de la que tiene en realidad, o la que tendría a los ojos ajenos.

Ese es parte de mi alimento, de la consolidación del buen humor,

de la relativización de los problemas que no suelen ser tales.

Después vinieron muchos libros cómplices,

algunos por el lugar en el que eran abiertos sistemáticamente,

otros por su contenido perturbador:

Flores del año mil y pico de ave, en Creta,

El cielo a medio hacer en el otoño de Liencres,

o mi primer Saramago, Memorial del Convento, en La Bañeza.

Una noche tras otra encontré caminos en la lectura

y el inmenso placer en la escritura oculta que apenas nadie leerá.

Poema 382: Abundancia

Abundancia

Abundancia, comida, libros, noticias, estímulos,

haga lo que haga no tendré tiempo para todo,

el polvo se posará mansamente en capas

sobre los libros no leídos para mostrarme

mi infinita insignificancia.

Y sin embargo no me detengo, degusto poemas

uno a uno, dos a dos, cada día,

sigo escrutando con mirada poética el árbol viejo,

los restos que dejó la tormenta tan aparatosa,

el deambular brillante hacia el quiosco

de quienes han madrugado un domingo de mayo.

Vibra la ventana al paso de los motores de explosión,

surgen nuevas grúas en el horizonte constructor,

todo el mundo parece ajetreado

quizás para ignorar las llamadas de auxilio de su conciencia.

Llegan imágenes terribles de la guerra,

un videojuego ajeno que me perturba un instante

antes de conectar la radio para constatar la estulticia

de los comentaristas deportivos.

El mundo es un juego de equilibrios mentales,

un ajuste de cuentas continuo contigo mismo,

una suma de discontinuidades: palabras, gestos,

la complicidad de tus iguales, a veces compasivos.

El sueño de algunos deviene en arte

y en activación de resortes placenteros,

en trabajo y en ocio, en lecturas optimistas de la realidad.

La abundancia aquí será un agujero de carestía en otra parte,

o quizás sea solo una ilusión temporal

que no todo el mundo está dispuesto a reconocer.

Poema 378: Tremenda ficción

Tremenda ficción

Tremenda ficción contemporánea

esta vida nuestra,

cameos constantes de actores secundarios.

La productora gestiona las escenas

con férrea mano,

crea un clima general de desasosiego,

eleva al estrellato a vulgares políticos

y condena al silencio al filósofo erudito.

Hay un director muy aparente,

un equipo de guionistas experimentados,

detalles exquisitos muy cuidados:

moda, libros, complementos,

bárbaros que cometen atrocidades

al otro lado de la pantalla sagrada.

Voces que vuelven y siembran dudas,

la sensación de inminencia de lo inesperado,

la tensión épica de un silencio in crescendo,

todo trampantojo, espectáculo, ocultación.

Tremenda ficción que enrasa, iguala y desprestigia.

Poema 344: Tardes de octubre

Tardes de octubre

Las tardes de octubres son maravillosas,

verdes, amarillas, de todos los colores,

la gente pasea

recordando cuando no podía pasear

por el confinamiento,

a lo lejos los campos son arados

tras la lluvia que el fin de semana

comenzó a degradar las hojas.

Hay una necesidad oculta que me impele

a salir a caminar o a sentarme en un banco

a leer durante unos minutos un libro

sintiendo los rayos ya oblicuos,

sintiendo el privilegio de respirar sin mascarilla.

Cada octubre quiero aprehender estos días,

los colores de membrillos, arces, árboles de Judas,

la calma con que los patos reposan en el río.

Hay una luz dorada;

alguien recordaba en la radio esta mañana

el poema de Baudelaire Invitación al viaje,

la necesidad de escapar hacia la luz poniente

sobre los canales de Amsterdam.

Cae la tarde como un velo y con ella el relente

que refresca y obliga a cubrirse los brazos

aún tostados por el sol del verano.

Un perro negro corretea por el verde césped

indicando tal vez la fugacidad de la vida;

caen algunas hojas y no cesa el ruido en las calles

de vehículos cuyos conductores nada saben

de esta felicidad octubrina.

Hoy me he reído un instante bajo el sol

y ese tesoro me ha llenado el alma de alegría.

Poema 341: Las puertas de Tannhäuser

Las Puertas de Tannhäuser

Era una y eran tres,

eran la entrada a los valles, Placentia.

En mi sueño eran mil puertas,

libros que se abrían, pórticos medievales,

la libertad del galope sobre el valle fluvial

en un caballo blanco.

Bajo el puente de Trujillo las obras

derriban vestigios incómodos

casas pasadas de moda.

Hay un molino y una voz suave,

entonces unas puertas enormes

azules con símbolos cósmicos se abren

suenan timbales y otros instrumentos

desconocidos;

un séquito avanza majestuoso

la luna en cuarto creciente se alinea con Venus

el chambelán porta un libro sagrado

lleno de dibujos que son letras

lee con una voz gutural nunca escuchada

infunde temor y temblor en quienes lo escuchamos.

Allí había una imprenta,

ahora se ha abierto un portal

un viaje onírico en el tiempo.

La divinidad está ceñida por telas blancas

parece flotar mientras camina

aparto los ojos ante la majestad y la belleza.

Susurra y sisea frases rituales que no comprendo

pero que me envuelven en un halo de aturdimiento,

su volumen aumenta poco a poco, como un zumbido,

mientras los fieles repiten y recitan los salmos

amplifican los sonidos de la vestal.

Una racha de viento agita las hojas cosidas

que porta el maestro de ceremonias.

El viento de la Historia se lleva las voces

los hechos, las procesiones;

están a punto de cerrarse las puertas

llenas de libros.

Poema 320: Libros

Libros

Abro un libro triste, de despedida,

con la alegría primordial

de encontrarme el marcapáginas de mi hija.

El escritor maldito dejó un libro

terrible y sin embargo fascinante.

Leer un poema me cambia el tono del día.

Los miro, apilados, algunos con polvo,

son un tesoro, una promesa de buenos ratos.

Me vigilan, su presencia es estética,

orden, la estructura del mundo que me rodea,

múltiples ventanas, caminos, esperanzas.

En un tiempo recobrado de primavera

ansío encontrar un hermoso lugar en el campo,

desplegar mi silla y sentarme a leer,

levantar la vista un instante y absorber el verde,

llenarme los pulmones del despertar del cereal.

Poema 309: La llamada de los libros

La llamada de los libros

Hubo un tiempo en que leía con tiempo por delante.

Retazos del final de un libro.

Un poema interrumpido por una idea.

Voces de vecinos que se filtran familiares.

Me siguen llamando.

Una escena me abre a la intensidad de un olor

insoportable.

Al frío en las orejas en días en la calle.

Lejos los libros, lejos el ahora.

En ese condenado poema larguísimo

no sobra nada,

ni una coma, ni una sensación:

está construido con tales retazos que te atrapa

en la semioscuridad erótica del cuarto.

Engaño, autoconocimiento, un regalo para la inteligencia.

Levanto la vista y sale Babilonia o Cheever.

Ahí está el futuro y todo mi capital.

Los colores, el papel, los recuerdos.

Poema 298: Los ejecutivos viajan en moto

Los ejecutivos viajan en moto

Los ejecutivos viajan en moto

a la conquista del espacio urbano.

Tengo una imagen efímera de mí mismo

tomando un verdejo

en la terraza de una calle peatonal.

Otro recuerdo del último día

en que compré un libro.

Solo una mujer puede fotografiar

mujeres desnudas (aunque sean fotos estupendas)

(aunque posen seriamente, sin erotismo aparente).

Las mujeres hermosas se abrigan y ocultan

su sonrisa bajo la mascarilla.

Nunca observé tantas frentes eróticas.

Patinetes eléctricos circulan

cuál saetas que cortan el aire frío de noviembre.

La normalidad soy yo.

Al atravesar el río recordé el poema titulado:

Debería pasar cada día por aquí.

Era otro río y otra estación, pero el flujo de la corriente

y estar suspendido en medio del cauce asociaron las ideas.

Los adictos a la barra del bar sostienen vasos con café

en una mano,

despojan al cigarrillo de su esplendor con la otra.

El mundo nuevo se sustenta en una catedral de luces navideñas,

en aproximarte de nuevo al pequeño comercio.

Un libro nuevo en mis manos es el tesoro de mi sonrisa.

Poema 277: Entre libros

Entre libros

Ayer me devolvieron el Génesis de Robert Crumb,

al colocarlo vi algunas pilas de no leídos,

otros de lectura más o menos reciente,

los más, olvidados, hasta que poso la mirada en ellos:

–ese lo leí estando en Creta hace más de veinticinco años­–,

las portadas, el grosor, el color del papel,

cada cosa me trae un recuerdo, un olor, una sensación,

un viaje, una obsesión;

a veces una frase se desgaja de un capítulo:

Amanecieron otra vez abriles en el aire

y la harina de los días se hizo pan[…]–;

a la antología poética de Claudio Rodríguez 

se le desgaja el lomo al abrirlo con fuerza 

por el principio de Casi una Leyenda:

lo cerré leyendo: –tú no sabías que la muerte es bella,

triste doncella–.

El placer del recuerdo y del conocimiento es exquisito,

hilvano una imagen sobre otra, un instante, 

esa ebriedad de una noche de junio eterna

en la que el viento trae el olor del cereal en sazón,

la envidia que me daban los paseantes enamorados

en la época en la que estaba estudiando:

acribillado a exámenes, 

pasaba de las amapolas de principios de mes

a los ocasos interminables en torno a San Juan.

Tengo libros que no leí y que durante mucho tiempo

me esperaron, me depararon la ansiedad de la abundancia,

libros que hojeé y que ahora yacen amarillentos,

no conseguí abrir el candado psicológico 

que me permitiera adentrarme en ellos

como un amante atento, deseoso de todos sus secretos.

Entre libros encontré la paz y el sosiego

en otras vidas que ya apenas recuerdo;

algunos libros poéticos me dieron el tono vital

cada día, verso a verso, poema a poema,

la nostalgia del autor desterrado

o la hermosura verbal de una polaca de apariencia sencilla.

No sé que hacer con los libros amontonados,

solo sé que entre ellos me siento bien,

aislado y protegido, en otra burbuja de felicidad.

Poema 276: Lentitud

Lentitud7E2E1031-E659-412A-BCFE-521C232D530D

El lujo no es la velocidad si no la lentitud,

la ausencia de prisa, un paseo en bicicleta

acompañado por tus hijos,

las pequeñas cosas de la vida detenida

en la que todo se ha apreciado mucho mejor.

 

La feracidad de la primavera que solo traía el viento,

o el ruido de voces en una terraza de verano,

son las sorpresas ocultas que no estaban

en el radio que alcanzaban tus sentidos,

esa bola de la que no te has movido en tantos días.

 

Extraer quirúrgicamente las preocupaciones

del centro de tu procesador de ideas,

convertir esos huecos en banalidades cotidianas,

es la tarea del psicoanalista en estos días

ahora que el mundo se mueve otra vez tan deprisa.

 

Otra vez se me escapan los libros entre los dedos,

los días se acortan irremediablemente,

el cansancio se apodera de todas mis neuronas,

la belleza de la estación solo me roza al pasar

y los números crecen hasta ocultar la puesta de sol.

IMG_8664