Poema 670: Máximo placer

Máximo placer

La luz de la mañana, el aire frío de esta borrasca,

la silueta brillante de la luna menguante

y una colección de libros, papeles, erudición

tras el olor exuberante del café

convierten esta hora en un disfrute de los sentidos.

Ya no existe un trávelin del amanecer

mientras escuchaba pomposos relatos musicales:

se imponen algunos poemas de contraste,

el terrible siglo veinte en el este europeo,

la tesis profunda y documentada

sobre la igualdad natural o la historia revisada.

Despido a mis hijos que caminan con energía

hacia su propia captación del saber,

escenas memorables con fondo otoñal

de un paseo de árboles caducifolios en decoloración.

Mi conciencia solo me permite unos minutos de placer;

antes de reintegrarme al flujo laboral

observo el lejano brillo de un sol naciente,

unas nubes rosadas, un comando de jardineros

afanándose en la recogida de las hojas incontables.

El boli Bic me llama desde la portada de un Moleskine:

mínimas reflexiones personales de cada día,

la oscilación trigonométrica del estado de ánimo,

las novedades meditadas o improvisadas,

la vida revisada meses o años después.

El placer tiende a su fin según se aclara el día

y el enfoque se vuelve pragmático desde la poesía:

un elevado punto de partida para la lucha cotidiana.

Poema 662: El movimiento está en las sombras

El movimiento está en las sombras

El movimiento está en las sombras

allí, nada me pertenece.

En la luz del foco sonrío y celebro

la vida, la juventud, la compañía silente,

observo el paisaje marino tan añorado,

la luz poniente, el revés de la historia.

Animales en cautividad placentera,

¿quién los cuida? ¿Quién nos cuida?

Detrás del espejo hay un mundo de sombras,

delante estás tú y el hogar que te acoge,

la rutina que unas veces pesa y otras alivia,

una suma de instantes fáciles de olvidar

en aras de los siguientes abrazos.

Caminan con una seguridad renovada,

protegidos aún por varias capas generacionales;

los recuerdo aún titubeantes, cargados de libros

dispuestos a una rutina llena de deberes

de aprendizajes básicos, de competencias que no son.

Aprietan el paso, sonríen a la ventana iluminada,

llenan mi mundo de ilusión y novedad.

El movimiento se detiene, opaca su alegría,

rechaza el presente en aras de un futuro edénico,

calma la ansiedad y alimenta una burbuja impar

de hermosa proyección personal y solitaria.

Expulsado de las sombras permaneces inmóvil,

llenas tu tiempo de intrascendencia cultural

antes de intentar rehacer un presente existencial.

Poema 594: Rutinas de la mañana

Rutinas de la mañana

Despedir a mis hijos camino del instituto

desde la ventana panorámica

es el acto más importante de cada mañana.

En ese observar unos minutos la calle

atisbo el caminar indolente de dos bancarios

en busca de su primer café,

la masa imponente del río Pisuerga

cargado por las lluvias y la nieve del norte,

otros escolares bajo el peso de sus mochilas,

la procesión de automóviles ruidosos en el semáforo.

Hay días en que aún la luna no se ocultado,

otros en los que llueve o hace un viento gélido;

hay días que invitan a no salir demasiado de casa

y otros en los que la luz se expande e incita a la exploración.

Los minutos siguientes en los que leer un poema,

escribir en pocas líneas las sensaciones matinales,

organizar los asuntos pendientes del día a día,

recoger la cocina y acaso cocinar algo sencillo,

constituyen una base de la felicidad cotidiana

que solo la enfermedad o el malestar perturban.

Algún día terminará esta sucesión indefinida de presentes,

las rutinas serán otras, las expectativas también.

Ahora buscaré entre las fotos azarosas o premeditadas

alguna con la que publicar esta especie de poema

en el blog que se acerca a las seiscientas entradas.

Después el trabajo me absorberá por completo

y ya la vorágine docente-administrativa

engullirá cualquier forma de pensamiento baladí.

Poema 529: Días de calma

Días de calma

Mis hijos están disfrutando de vacaciones

lejos de sus padres,

un pequeño vacío y mucha comodidad

en estos días de gran carga laboral.

A veces me alejo de la mirada poética

otros días enfoco en ciertos problemas matemáticos,

una novela leída en sus tres cuartas partes,

el asunto de un libro melancólico sobre el trance

o los patrones musicales de Arvo Pärt.

La vida es también estos momentos no estelares,

los intersticios entre eventos planificados

de gran resonancia mental y alto prestigio,

el paseo en bicicleta bajo el calor que ignoro.

Cuando nada pasa, al fin llega a mi mente

la óptima solución que oscilaba incierta,

el anhelo oculto, los recuerdos más rutilantes

de este año veinticuatro que hemos mediado.

Sentarme en un banco a leer o conversar

es un placer que se fija en la memoria,

el sólido afianzar de los momentos despreocupados,

la mitificación de los días en calma.

Poema 467: En las mañanas felices

En las mañanas felices

En las mañanas felices garabateo unas palabras

en un cuaderno de tapas negras

mientras me asomo a la ventana

para ver a mis hijos andar hacia el instituto.

Parecen días que se suceden sin fin,

terminarán como terminó la guardería y el colegio,

y la consciencia de otro tiempo caerá de golpe.

No todo es felicidad ni calma:

cada día hay centenas de luchas, domésticas, ideológicas,

algunas físicas y otras mentales,

búsquedas y estrategias, decisiones rápidas,

marejadas de fondo y lunas que asoman o se esconden.

Tras esas palabras a menudo repetitivas y vacías

leo uno o varios poemas;

esas lecturas abren ventanas mentales,

a veces me traen de vuelta a la escritura

o a notas que me servirán más adelante.

Es nuestro tiempo de padres en una alta meseta,

en la que a veces hay tormentas mezcladas con abrazos,

restricciones y normas que cuesta cumplir.

Se mezclan los libros por leer con la adolescencia,

reafirmación de personalidades incipientes,

imitaciones y modelos, palabras y una forma de contar

y de interpretar el mundo.

A veces una perturbación en el trampantojo

hace la realidad aún más hermosa en su estabilidad:

Bansky sigue pintando bajo la lona, anónimo y genial,

ajeno a las vicisitudes y los accidentes.

Caminan inmersos en sus problemas

esos que a veces rozan los de los adultos y siempre son otros.

Salir de sus pensamientos y esbozar una sonrisa es aún sencillo,

igual que los abrazos y las risas en familia.

Las rutinas de cada día ensanchan mi mundo,

incluso cuando recorto o minimizo mis tareas laborales.

La mañana se pierde ya en prisas,

en el tráfico de la ruta elegida

entre Sinfonía de la Mañana y Música a la Carta.

Permanece la imagen de los adolescentes caminando.

Poema 356: Navidad

Escucho retazos del violín de mi hija,

se abre la niebla y ha salido, tibio, el sol.

Lo que parecía un titubeo violinístico

es ahora una melodía continua.

Se han levantado llenos de energía,

tras pequeñas riñas, abrazos y movimientos

se han dirigido a sus instrumentos musicales

y han llenado la casa de notas,

de cálida alegría.

La frontera exterior se difumina lentamente,

dentro de unas horas nos integraremos

en una corriente más grande:

amplias tradiciones, el fuego de otro hogar,

cánticos, regalos y sorpresas,

las múltiples presencias reconfortantes.

Cada instante sigue siendo una maravilla

una suma de recuerdos, de burbujas

de múltiples hilos que convergen o divergen,

los logros del esfuerzo vital y los sacrificios.

Vuelvo a la melodía que se ha afinado,

a los golpes sordos en las teclas del piano silenciado

y por un instante no existe nada más en el mundo.

Poema 300: Mis hijos

Mis hijos

Todavía puedo verme en los ojos de mis hijos,

inquietos burlones, ilusionados,

pletóricos de pequeñas tonterías

atentos al lenguaje desaforado e irónico.

Pasará esta unidad, el tiempo de la protección,

de la calma familiar ante la pandemia,

días en los que la muerte de Maradona

parece la única noticia que oscurece el ocaso del sol.

Ulises sigue vivo y su vuelta a Ítaca

consigue captar la atención de los niños

durante el relato hiperbólico y desenfrenado

fruto de la mala memoria y de la improvisación.

Diego Armando Maradona no era de su tiempo,

no aparece ya en sus cromos, ni en su Olimpo,

la edad de las mitificaciones parece haberse consumido

tras las derrotas democráticas de los populistas.

No sé quien soy. Cada día me reinvento

sin perder toda la predictibilidad de mis hijos,

me asomo al espejo sonriendo tranquilo,

soportando los crujidos corporales del tiempo.

La serie Gambito de Dama me hizo llorar de emoción,

abrió la compuerta para mover las piezas

sobre un tablero del que nunca me alejé del todo;

hoy, bajo demanda infantil, vuelvo a jugar con ellos.

Cada día me sorprendo por las habilidades que han adquirido,

música, estrategia en los juegos de mesa,

idiomas, lógica social, sutilezas del lenguaje,

un desarrollo exponencial del conocimiento.

Mi vida es una doble hélice con ellos,

a veces mi cara opuesta se aleja sin alejarse

cual goma elástica que vibra en la tensión

diluida en cada abrazo de buenas noches.