
Contrapesos
–Qué cansado es ser feliz– dijo mi hija
en uno de esos momentos de inspiración poética
que tiene desde muy pequeña.
¡Cuánto pesa la belleza!, leo en Louise Glück
y entonces me asomo al ventanal del salón
y observo el paseo de la alcoholera
el cielo gris y las hojas alfombrando el césped
una hora después de haber amanecido
en esta víspera de Todos los Santos.
Ahí está la belleza, aquí está la felicidad.
Llovizna y las copas arbóreas se mecen suavemente;
un señor corpulento, quizás octogenario,
camina con una bolsa de tela en la mano,
indiferente al peso del otoño.
La felicidad puede haber sido leer un poema
o terminar este.
Puede haber sido recordar el cariño que has sentido
en tus días de fiebre,
o la fuerza global de un diálogo ideológico con tu hijo.
Narras buscando palabras que acaban conformando
historias en tu cabeza,
y esa realidad es más potente que el ruido de los coches
o la suciedad del asfalto
o los tóxicos tejados de fibrocemento.
En el cielo gris del otoño destacan las escuadrillas de pájaros,
también las grúas;
un perro dálmata corretea por entre las hojas,
busca rastros y marca el territorio;
el dueño con pantalón rojo, recoge sus excrementos.
Todo se ha llenado de luz tras la lluvia,
en unas horas los árboles protagonizan cada paisaje,
el aire húmedo y oloroso es una medicina natural.
Sonrío de forma idiota apoyado en el alféizar.














