Poema 346: Contrapesos

Contrapesos

–Qué cansado es ser feliz– dijo mi hija

en uno de esos momentos de inspiración poética

que tiene desde muy pequeña.

¡Cuánto pesa la belleza!, leo en Louise Glück

y entonces me asomo al ventanal del salón

y observo el paseo de la alcoholera

el cielo gris y las hojas alfombrando el césped

una hora después de haber amanecido

en esta víspera de Todos los Santos.

Ahí está la belleza, aquí está la felicidad.

Llovizna y las copas arbóreas se mecen suavemente;

un señor corpulento, quizás octogenario,

camina con una bolsa de tela en la mano,

indiferente al peso del otoño.

La felicidad puede haber sido leer un poema

o terminar este.

Puede haber sido recordar el cariño que has sentido

en tus días de fiebre,

o la fuerza global de un diálogo ideológico con tu hijo.

Narras buscando palabras que acaban conformando

historias en tu cabeza,

y esa realidad es más potente que el ruido de los coches

o la suciedad del asfalto

o los tóxicos tejados de fibrocemento.

En el cielo gris del otoño destacan las escuadrillas de pájaros,

también las grúas;

un perro dálmata corretea por entre las hojas,

busca rastros y marca el territorio;

el dueño con pantalón rojo, recoge sus excrementos.

Todo se ha llenado de luz tras la lluvia,

en unas horas los árboles protagonizan cada paisaje,

el aire húmedo y oloroso es una medicina natural.

Sonrío de forma idiota apoyado en el alféizar.

Poema 345: La máquina aleatoria

La máquina aleatoria

Tengo preparada la máquina de hacer poemas,

la engraso cada día,

busco los ingredientes, las imágenes,

y sin embargo no siempre funciona.

–Es random–, diría mi hijo,

inspiración, decían los antiguos,

predisposición mental o estado de ánimo,

puede llegar a pensarse,

y sin embargo hay un trabajo oculto, soterrado,

y existe el instante en que prenden unos versos

y una línea clara abre el poema.

Después, a veces en forma de avalancha

y otras de paciente construcción

fluyen las palabras, la prisa, la máquina,

se encienden los motores

y el torrente es ya imparable.

Quizás el poema que leo cada mañana

es una pieza de la maquinaria,

o la mirada atenta al espectáculo cotidiano

dentro y fuera de los muros del hogar.

Otras veces se llenan los ojos de color, de belleza

pero nada fluye,

no hay ruptura, ni corriente, ni vocación,

los estímulos y la motivación son minúsculos,

la batería de la máquina parece agotada.

Y repentinamente la ola sube y sube,

las palabras se agolpan, las metáforas,

algunas exageraciones y la fuente cantarina

del interior vuelve a manar,

corre ya imparable por la pradera

reverdece cuanto toca y lo dota de vida.

La tecnología de la máquina es cada vez

más avanzada,

simplifica los procesos, depura insustancialidades,

suaviza los ruidos y acorta los tiempos,

proporciona satisfacción en el proceso

y alegría tras el resultado final.

Poema 344: Tardes de octubre

Tardes de octubre

Las tardes de octubres son maravillosas,

verdes, amarillas, de todos los colores,

la gente pasea

recordando cuando no podía pasear

por el confinamiento,

a lo lejos los campos son arados

tras la lluvia que el fin de semana

comenzó a degradar las hojas.

Hay una necesidad oculta que me impele

a salir a caminar o a sentarme en un banco

a leer durante unos minutos un libro

sintiendo los rayos ya oblicuos,

sintiendo el privilegio de respirar sin mascarilla.

Cada octubre quiero aprehender estos días,

los colores de membrillos, arces, árboles de Judas,

la calma con que los patos reposan en el río.

Hay una luz dorada;

alguien recordaba en la radio esta mañana

el poema de Baudelaire Invitación al viaje,

la necesidad de escapar hacia la luz poniente

sobre los canales de Amsterdam.

Cae la tarde como un velo y con ella el relente

que refresca y obliga a cubrirse los brazos

aún tostados por el sol del verano.

Un perro negro corretea por el verde césped

indicando tal vez la fugacidad de la vida;

caen algunas hojas y no cesa el ruido en las calles

de vehículos cuyos conductores nada saben

de esta felicidad octubrina.

Hoy me he reído un instante bajo el sol

y ese tesoro me ha llenado el alma de alegría.

Poema 343: El pruno

El pruno

El otoño del pruno es una maravilla,

el gran chopo se alza por encima y lo protege.

Sin embargo el sauce joven se entremezcla

entre sus ramas y lo asfixia.

El sauce, vigoroso ahora, morirá pronto

y el pruno huésped vivirá una viudez intensa

llena de mirlos juguetones.

Los colores cíclicos denotan su estado de ánimo.

En el canal, los patos violadores

trazan sus flechas acuáticas en la sombra

mientras llueven hojas coloradas.

El sufrimiento del pruno al perder sus hojas

parece tan intenso como un cambio hormonal.

Los runners del camino de sirga junto al canal

admiramos la belleza madura,

la decoloración progresiva de su estructura externa,

el aroma que deja en el aire tras la lluvia nocturna.

Libarán abejas en la primavera,

soportará podas y desnudez

para seguir floreciendo con tanta intensidad

y fragancia

que hará que todas las miradas se posen en él.

Poema 342: Adrenalina

Adrenalina

Adelanto a dos camiones en la carretera comarcal,

se acerca un coche sin luces,

piso el acelerador todo lo posible,

la sangre entra en mi cabeza a borbotones

expande y amplifica el dolor.

El riesgo es una luz en la monotonía

pienso,

cada vida tiene instantes de lucidez,

los humanos nos expandimos

en contra de todo lo predecible,

la existencia es un hecho dinámico insoslayable.

Cada cual se aferra a toda posibilidad de disfrute

a una individualidad exclusiva

como exclusivos son sus caminos neuronales.

La luz llega de forma inesperada

por incógnitos canales:

un poema, un adelantamiento o un peligro cierto

al adentrarte en el ocaso en un barrio marginal.

Poema 341: Las puertas de Tannhäuser

Las Puertas de Tannhäuser

Era una y eran tres,

eran la entrada a los valles, Placentia.

En mi sueño eran mil puertas,

libros que se abrían, pórticos medievales,

la libertad del galope sobre el valle fluvial

en un caballo blanco.

Bajo el puente de Trujillo las obras

derriban vestigios incómodos

casas pasadas de moda.

Hay un molino y una voz suave,

entonces unas puertas enormes

azules con símbolos cósmicos se abren

suenan timbales y otros instrumentos

desconocidos;

un séquito avanza majestuoso

la luna en cuarto creciente se alinea con Venus

el chambelán porta un libro sagrado

lleno de dibujos que son letras

lee con una voz gutural nunca escuchada

infunde temor y temblor en quienes lo escuchamos.

Allí había una imprenta,

ahora se ha abierto un portal

un viaje onírico en el tiempo.

La divinidad está ceñida por telas blancas

parece flotar mientras camina

aparto los ojos ante la majestad y la belleza.

Susurra y sisea frases rituales que no comprendo

pero que me envuelven en un halo de aturdimiento,

su volumen aumenta poco a poco, como un zumbido,

mientras los fieles repiten y recitan los salmos

amplifican los sonidos de la vestal.

Una racha de viento agita las hojas cosidas

que porta el maestro de ceremonias.

El viento de la Historia se lleva las voces

los hechos, las procesiones;

están a punto de cerrarse las puertas

llenas de libros.

Poema 340: Paraísos

Paraísos

Algunos paraísos duran un instante,

son efímeros

y esa es su gracia y consistencia:

un rayo de sol a principio del otoño,

una ola que te voltea desnudo

en una playa desierta,

el momento exacto en que amanece

con una luz sepia aún contenida

el espectáculo mate de las nubes en el cielo

o el encuentro de una mirada.

A veces una fotografía prolonga

y rememora,

estira y narra o voltea,

recrea, modeliza o idealiza;

otras veces es una conversación

la que te lleva a un punto cumbre,

un máximo local de felicidad.

A veces la pérdida ensalza

aquellas imágenes que has filtrado

convierte en melancolía y deseo

aquello que fue sucinto y prosaico.

Otras veces ignoras la fuerza de la plenitud,

niegas haberte sentido desbordado

por aquel trampantojo vital,

ese gatito que te mira con cautela

esperando tu compasión y caricia.

El paraíso está en ti y volverá cuando tú lo desees,

solo con la condición del olvido

de cuanto ha pasado y pasará.

Poema 339: Destellos de luz

Destellos de luz

Algunas señales son destellos de luz

una combinación favorable de semáforos,

el vuelo sagital de pájaros migratorios,

el bidón cuya llama se adelanta al frío

o este veranillo conocido pero inesperado.

Observas anonadado el volcán,

la corriente roja de lava en la noche,

el contacto tremendo con el mar.

Llevas contigo el libro de poemas

difíciles de entender pero mágicos

en su sencillez aparente:

poemas descriptivos en los que hay sombra

y hay luz y erotismo,

vidas enteras recordadas,

otros mundos que ya no existen.

Me obsesionan las grúas al amanecer,

gigantes de quietud nocturna

que chirrían en la dura jornada laboral.

En la penumbra del ocaso resplandece

un horizonte muy conocido;

abro la ventana y el ruido cíclico de los coches

encuentra el silencio de los intersticios.

Nada dura mucho tiempo,

ni siquiera la reflexión gozosa

sobre la explosión anaranjada de luz.