Poema 639: El ojo atlántico

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El ojo atlántico

Entre las miríadas de lagunas geográficas o culturales

estaba este archipiélago luso,

lugares de resonancias meteorológicas,

de resonancias de infamias prebélicas,

una bruma de localización indefinida y ajena.

Ojo, huracán, anticiclón, volcán,

un vocabulario expandido y mítico,

flora y fauna extraídas de relatos navegantes,

formas de vida locales y no turistizadas.

Se aproxima el observador-poeta en carne viva,

se apresta al conocimiento, al viento marino en la faz,

expectante ante las aguas termales o las cumbres volcánicas,

analista impío de la superficialidad observable.

Entre las indefiniciones conceptuales existen bases militares,

cuevas inexploradas, laurisilvas, cetáceos observables,

la sospecha habitacional antes del siglo quince.

Hacia allá nos dirigimos cual visitantes privilegiados,

punta de lanza, viajeros inquietos y observadores.

Confío en la luz atlántica, en la imaginación,

en la intensidad vital de la madurez contemplativa,

analítica, perceptiva.

Comienza un viaje de apertura atlántica,

de expectativas difusas en medio de la neblina ignorante.

Poema 609: Vuelta a casa

Vuelta a casa

Llegó como un lucero en medio de la lluvia

encendiendo los charcos con su sonrisa

dividida entre la alegría del reencuentro

y la pérdida de una amistad profunda.

Se adaptó a la nieve y a las circunstancias,

liberó un torrente de verbalidad atrapada

en días de intensidad memorable.

Su fuerza narrativa fue desgranando hechos,

sentimientos, análisis de causas y consecuencias,

un viaje soñado, planificado, esperado,

la velocidad con que se sucede la realidad.

Su presencia llenó de risa y de burbujas la casa,

quería ser escuchada en cada detalle:

mi hija desafiaba al sueño y al agotamiento

alternando entre la alegría y el desconsuelo adolescente.

La fuerza radical de decisiones volanderas

se acoplaba con el amparo de la escucha materna:

ojos repletos de ilusión vital, ávidos de experiencias,

precavidos ante la volubilidad de sus semejantes.

Dormirá múltiples horas seguidas en su cama,

asentará sus sensaciones y reinventará significados,

modelará su memoria y su consciencia,

fortalecerá su paso firme en la protección devota

de su centro de gravedad adolescente.

Su presencia completa de nuevo este hogar.

Poema 608: Planificación

Planificación

La idea fue suya, antes incluso de subir al Pinajarro.

Debía de llevar meses siguiendo desplazamientos de auroras,

estudiando la ubicación de cascadas y lagunas glaciares.

Examinamos juntos un rango de fechas y ciclos lunares,

un calendario escolar que fuimos postergando

hasta encontrar unos vuelos decentes y asequibles.

Cuando cerramos la primera fase en agosto

mi hijo ya tenía señalada en un mapa cada visita,

cada punto de interés en una zona acotada de la isla.

Hubo que enfocar para reservar alojamientos,

trazar un plan de viaje y alquilar un coche,

promediar distancias y visualizar emplazamientos.

Al acercarse las fechas indicadas observamos el clima,

un temporal de viento y nieve dificultaría el viaje.

Eligió tres alojamientos estupendos:

la cabaña del lago, que amaneció nevada y casi aislada,

un cubo en medio de una pradera despejada,

y un bungalow de madera con un jacuzzi exterior.

Perseveramos en la observación de las auroras boreales

hasta que en la última noche se manifestó el prodigio:

destellos que asomaban entre las nubes,

formas caprichosas, el baile voluble de los fotones,

una clausura apoteósica en medio de la nieve.

Poema 604: Iceland

Iceland

Ventisca de nieve, dolor de frío en la piel,

conduzco un coche que aún no es mío,

automatismo de supervivencia: lo que hay que hacer.

La ciudad nevada duerme,

códigos numéricos facilitan la impersonalización,

luz blanca y calor interior.

Caballos islandeses inmunes al frío,

agreste es la palabra elegida.

Granjas reconvertidas en alojamientos turísticos

vertebran el territorio

y mantienen algunos animales domésticos.

Sagas, epopeyas, un jinete que atraviesa Gullfoss

para unir dos familias de pastores míticas:

se vieron desde ambas orillas de la catarata

y la falla natural nada pudo contra el deseo sexual.

Los pingüinos inexistentes

rivalizan en ocultación con las auroras boreales

entre cielos cubiertos y costas azotadas por el viento.

La ventisca de nieve es efímera y periódica,

también el viento que abre puertas y desata locura.

Los cazadores de reflejos magnéticos

recorrieron decenas de kilómetros en busca de estrellas;

les sonrió la suerte cósmica, verde, improbable y magnífica.

Fue a causa de la perseverancia y la tenacidad.

La aventura es opuesta a la tecnología,

libera sustancias mentales impagables

pese a los inconvenientes físicos.

Sueño con una nieve en polvo volandera

que se desprende de las ruedas de invierno

y aterriza aleatoriamente en el centro auditivo.

Los días de magnificencia natural terminan,

vuelve la rutina laboral y placentera

de máxima exigencia mental.

Poema 603: En medio del caos

En medio del caos

Dice mi hija:

–Un viaje así no lo organiza cualquiera–

Todo era más difícil antes de la era tecnológica,

también más simple e incierto.

Veo cientos de imágenes en las pantallas

verdes pastos, glaciares, arenas negras,

volcanes amenazantes, geiseres,

un atisbo verde difuminado de aurora boreal.

El contraste anunciado de intenso frío

y el calor humeante de las aguas termales.

Paisajes inhóspitos desiertos de humanos,

la luz escasa del invierno aún vigente,

y el vigor de una naturaleza nórdica

que hizo a los vikingos fuertes y agrestes.

Dicen las estadísticas que son gentes amables,

sin apenas población reclusa,

proclives a la igualdad de género,

un pueblo abierto y orgulloso de su naturaleza.

Veo mapas, alojamientos, distancias,

puedo sentir esa sensación térmica en el rostro,

el frío intenso y el viento que llega desde el mar

como una fuerza envolvente inevitable.

El caos está en la mente del viajero

que imagina todas las posibles adversidades,

también todas las maravillas visuales y estéticas.

Comienza la aventura de transitar por la vorágine.

Poema 420: Balance y final

Balance y final

Y la guerra es un bulbo,

exportable, lozano, un oscuro tubérculo

que arraiga en cualquier lodo.

                                    Aurora Luque en “Un número finito de veranos

Empezó el año con el mar

y unas temperaturas nunca esperadas.

Después fue El Viaje,

prepararlo, rememorar veinticinco años atrás,

planos, lugares, el Danubio.

Aún no había viaje, pero ya estaba viajando.

Entre tanto hubo música, conciertos, variaciones,

un pianista arrebatado,

una visita importante que se plasmó en el poema

sobre los pájaros que huyen del lúpulo.

Corrimos entre los pinos y la amistad una vez más.

Los castillos del Loira nos invitaron a soltar mascarillas,

a enmudecer ante el lujo y la magnificencia.

Despertaba la primavera y con ella la guerra,

el horror tan cerca, la incongruencia,

el beneficio de pocos y el desastre de todos.

En mayo descubrí los Zumacales, la magia

de un enterramiento prehistórico, el lugar sagrado,

la naturaleza en el valle de las Batuecas,

los pequeños eremitorios diseminados por la montaña.

Toda la naturaleza se llenó de amapolas y calor;

leí Como guardar ceniza en el pecho,

un festín literario lleno de feminismo y resistencia.

El Rey León en el que actuaba mi hija

creció lleno de baile y color.

Safo en Mérida entre el calor asfixiante

me llegó como un relato lleno de deseo y amor.

Hubo lesiones, fiebre, permanencia,

y sin pausa aparecieron las bicicletas rojas y amarillas,

la consciencia del viaje multitudinario,

días felices en los que todo salía mejor de lo planeado.

Permanecí en agosto mirando cielos, ruinas romanas,

ríos en los que apagar el calor inconmensurable,

un teatro y otra vez el mar nudista entre brezos violetas.

Hubo muertes mediáticas y cambios en el paisaje,

de nuevo la Amistad del corredor poema atemporal,

conversaciones sobre futuros inciertos, música india,

una campana y llegó, luctuosa, La herida matemática.

Noviembre fue un mes de belleza extrema en el Otoño Mágico,

lleno de acontecimientos, de ruido político, de poesía vital y setas.

Se termina el año con arte, con cielos, con fútbol,

lecturas, documentales que son una maravilla de hitos culturales.

Todo se sostiene por hilos invisibles, emoción poética,

formas que son miradas por ojos enfocados y atentos,

las sorpresas de cada día y la esperanza optimista

de fuerza incalculable, inmerecida y deslumbrante.

Poema 391: El final del viaje

El final del viaje

Todavía veo bicicletas rojas y amarillas

y la amplitud como un mar del río Danubio,

aún creo ver siluetas familiares en las calles

de los compañeros de aventuras.

El viaje se ha vuelto liviano

ante el quehacer diario;

irá adquiriendo su peso como una celebración,

un momento idílico en estos años,

risas, conversaciones en paralelo, confidencias,

el alma austriaca analizada en sus campos y jardines,

la belleza de unos cisnes o la sorpresa de un lago,

un café delicado a la vera de una abadía,

la suma de recuerdos veinticinco años después

y las miradas incrédulas de los jóvenes.

Quedará en el recuerdo el primer baño en el río,

las cervezas del final de cada jornada ciclista,

algunas pequeñas ascensiones por rampas empinadas,

o los albaricoques al alcance de la mano.

El viaje ha tenido una velocidad ideal,

la mirada limpia de quienes lo hacían por vez primera,

las risas de cada noche sentados a una mesa,

junto a recuerdos y pequeñas erudiciones.

Una siesta junto a un campo de calabazas

nos descubrió el territorio Alevita;

el mecanismo de una esclusa nos hizo detenernos:

admirar la fuerza hidráulica,

entender las complicaciones de la navegación,

poner un pie en un país y otro en Alemania.

La suma de los días excede con creces a lo imaginado,

pues el calor de esta vez o la lluvia del viaje original

trastocan el modus intinerantur.

Las despedidas nos dejan hilos invisibles,

enlaces, nervaduras, amistad y alegría,

incluso para los que habitamos en la periferia.

Recuerda Raquel la generosidad y el disfrute

en estos día terapéuticos de julio.

Que las lágrimas de la despedida

se conviertan en vínculos imperecederos.

Poema 366: Preparación del viaje

Preparación del viaje

No hay reglas, solo recuerdos:

he encontrado fotografías y resguardos,

un plano y un cuaderno de notas

ondulado por la humedad que debió soportar.

El plano general del recuerdo omite los detalles,

el cansancio tras pedalear una jornada bajo la lluvia,

la incertidumbre de dónde descansar,

todos los futuros posibles que entonces podía imaginar.

Recuerdo historias contadas en corro al atardecer

en una ciudad húngara junto a un lago,

el castillo derruido en el que estuvo prisionero un rey,

la angustia de la inundación que nos perseguía.

También la biblioteca medieval bien conservada

en un monasterio de resonancias literarias,

un atardecer atravesando viñedos y campanarios

y un castillo con literas al que nos costó ascender.

Han pasado veinticinco años y aquello ha sido mitificado

por el recuerdo y por las sucesivas narraciones,

por la incipiente lectura de otros viajeros;

ahora volvemos a revisitar una parte de aquella aventura.

El mundo ha cambiado y también nosotros,

hemos sido alcanzados y sucedidos

aunque cada cual jurará que en esencia es el mismo

que viajó en aquel verano del noventa y siete.

Planificamos cómodamente minimizando riesgos,

duplicamos el número de viajeros,

nos asomamos a una melancolía incómoda

para poder disfrutar de cada instante presente.

Y sin embargo la ilusión crece con los días,

con cada preparativo imaginado o real,

vistas las caras en la distancia, los ánimos,

las preguntas y los pequeños milagros de la voluntad.

Poema 361: El árbol seco

El árbol seco

Miro sin cuidado ninguno la escarcha de la helada;

presto más atención a la luna creciente de las cuatro de la tarde.

Me sorprende esa niebla densa que conduciendo

me hace sonreír mientras avanzo hacia el trabajo.

Arvo Pärt me pone triste:

demasiada belleza roza mis nervios expuestos.

Los nueve discos de The Collection van a ser un desierto de tristeza.

Y todo lo mediatizan ojos y risas.

Un mediodía soleado por el que discurre un sendero

hacia el majestuoso árbol seco lleno de pájaros.

Algunas rutinas me proporcionan sensación de continuidad,

días que pueden repetirse hasta el infinito, iguales y distintos:

las tierras de la falda de la montaña, el río apenas entrevisto,

el fuego domesticado dentro de un bidón.

Dentro de unos años los lugares que ahora me son familiares

serán extraños, sonreiré de camino a otra parte:

niebla o mar, o niebla marina o el sol que crea espejismos,

un campo gótico o una tierra entreverada de ríos.

Debería singularizar cada instante, darle máxima importancia,

abrir los ojos, los oídos, absorber todo con mucha concentración,

en ningún caso dejar pasar el tiempo o renegar de alguna acción.

El ruido de las motos de fondo es molesto en la noche,

y sin embargo el campamento motero me llenó de fantasía:

hogueras, fraternidad, amor, cuentos en el alcohol noctámbulo,

cómo combatir los seis grados bajo cero en una tienda de lona.

He leído una magnífica entrevista llena del deseo de la edad,

la sabiduría del éxito y la fluidez escritora,

un modelo de mujer para seguir creyendo en la igualdad.

Poema 360: Cuadro

Cuadro

He montado un cuadro:

una lámina de una obra de Magritte

que traje de Bruselas,

un marco grande que encontré en los chinos,

tacos, escarpias, dos agujeros en el muro maestro.

En la pared pintada destaca sin par,

dejaré un papel en la parte de atrás

que dirá: traído por mí de Bruselas

en un viaje familiar en tiempo de pandemia,

cinco de diciembre de dos mil veintiuno.

Luna, silueta, bola, la casa iluminada al fondo:

cabe un paisaje dentro y cabe un hogar

hacia el que ningún sendero te conduce.

El muro bajo quizás sea el pretil de un puente;

puede que el caballero esté valorando

arrojarse al río.

El hombre del sombrero abre un boquete,

posa el contrapeso en la baranda esquinada

quizás lo llevará en su bolsillo al lanzarse

o es el corazón que ahora late en la casa encendida.

Hiela bajo la luna menguante y las estrellas,

un infinito dentro del infinito,

la sombra de René es un boquete en el espacio,

su propia presencia reflejada en lo banal

simple y característico.

En torsión cuatridimensional el cerebro fuga

hacia las ventanas anaranjadas,

sortea sabinas y pinsapos

hasta llegar a un nuevo abismo

en el que la oscuridad fluye

silueteada de estrellas.