Poema 663: Este veranillo eterno

Este veranillo eterno

Este veranillo eterno se desvanece

en tardes soleadas de octubre,

en olvidados paseos en bicicleta,

en pequeños dolores que amplifican

un nudo interno impenetrable.

Devoro la primera hora de escritura

cual yonqui de su tiempo productivo

por obra y gracia del maestro hacedor

de horarios, gran filósofo conversador.

No hay proyección micológica en el horizonte

y las labores agrícolas van con retraso,

los caminos áridos y polvorientos

dejan en el ciclista pulmones resecos,

mientras observa disgustado las máquinas pesadas

que convertirán un valle arqueológico

en un productor desmesurado de fotovoltaica.

En los amaneceres observo la luna poniente,

más tarde el bidón encendido o el río estático

en el que se divisan las piedras del cauce.

Los poemas se volverán húmedos y otoñales

en cuanto aparezcan las primeras lluvias,

como corresponde a la melancolía naciente

que bebe en estas mañanas de la lecto-escritura.

Poema 659: El otoño del ciclista

El otoño del ciclista

Una suave llovizna impregna la tierra seca,

huele a petricor en un horizonte plúmbeo

sin apenas movimiento en el campo visual.

Pedaleo contra el viento, entre ocres y amarillos,

dejando que la llanura penetre en mí,

vacíe mi mente, consiga integrarme con el paisaje.

Mínimas mariposas blancas sorprendidas

alzan el vuelo desde los cardos resecos de la cuneta,

cruje el suelo, saltan las piedras,

respiro, olfateo, fotografío, me embeleso con todo.

Soy un ser mínimo entre viñas y girasoles renegridos,

rastrojos, lavajos vacíos de fondo seco y cuarteado,

un redil desierto y la inmensidad de un rayo de sol

que asoma en el confín del planeta.

La velocidad de contemplación ideal de la bicicleta

es ahora un ritmo meditativo,

una aproximación al trance alejándome del vértigo.

Vacío por fin la mente y el cuerpo suda con el esfuerzo

solo existe el camino en esta levedad otoñal.

Poema 646: San Martiño de Mondoñedo

San Martiño de Mondoñedo

Ahí está el compendio de la imaginación poética

del gran escritor en lengua gallega Álvaro Cunqueiro:

el obispo Gonzalo Froilaz fue en busca de la ballena

que se amansaba al toque del campanario,

toda la estirpe de San Rosendo con su genealogía

o los nombres míticos de Bretoña o Mendunieto.

Gonzalo entró en la boca del cetáceo

y salió de allí con la imagen de la Virgen de Vilaestrofe

antes de que la ballena volviese al mar de San Cibrián.

Cunqueiro inauguró la renovación basilical

el día de san Martiño, un lustro antes de su muerte.

Los canecillos cuentan muchas historias medievales:

el “hombre martirizado” auto retorciéndose el cuello

nos hizo reír casi tanto como el músico onanista.

Llegar a la catedral en bicicleta, ascenso-descenso intenso,

predispone al visitante a recibir una emoción inmensa,

los enormes contrafuertes, las defensas,

la maravilla expositiva en un itinerario delicado y excelso

interpretando una construcción emblemática.

Todos los milagros eran allí posibles,

una zapatilla hace brotar una fuente,

o un gesto obispal con la mano

hunde barco tras barco del invasor normando.

Se hizo la luz en las lecturas de mis veinte años.

Poema 645: La casa del limonero

La casa del limonero

La fotografía de la contrapuesta de sol

alcanzó a recibirme enmarcando la casa amarilla,

un limonero feraz y una extensión enorme ajardinada.

Me maravilló el silencio.

También la luz, el aroma a hierba recién cortada,

La casa nos absorbió como si fuésemos hormigas

minúsculas, coordinadas, ordenadas,

pareció cobrar vida al limpiar las bajantes

de donde surgió imperial un hermoso sapo atrapado.

Crecen las hortensias de color azulado

en vivo contraste con los colores circundantes,

movimiento, luz, algarabía expectante en el desayuno,

un centro de operaciones acogedor muy cuidado

por unos anfitriones que se mimetizan con la estructura.

Regresar al final de un día esplendoroso

de playas peligrosas, de acantilados horadados,

de sendas casi ocultas por las que peregrinan solitarios

y también estirados en columna, los numerosos invitados.

Cada cuál ocupa su rincón con sus alforjas,

halla enchufes, colchones, se defiende de los mosquitos,

encuentra momentos escuetos de soledad entre la masa.

La morada amarilla es un punto de referencia imantado,

un hogar mítico en medio de días de bicicletas soleadas

de bromas y referencias que llevarán a la risa instantánea,

de sufrimiento físico y olvido de las terribles noticias externas.

Días de limones y convivencia y pedaleo gastronómico.

Poema 643: Acantilados de la costa Astur

Acantilados de la costa Astur

Sopla un nordeste descomunal

sobre la inmensa pradera de la Regalina,

verde por doquier, risas y ocurrencias amicales,

ansia viva de la alegría de espíritus afines y festivos.

El clima y el paisaje configuran el ánimo ciclista:

incluso tras la avería mecánica todo es alborozo,

fotografías desde distintos ángulos, poses,

juegos de palabras y repeticiones jugosas.

La belleza serena excede la belleza real

pero no la esconde ni minimiza,

tampoco exorciza el resto de pensamientos,

ni las cargas habituales de la vida cotidiana.

El esfuerzo del pedaleo en subidas constantes

se compensa con iguales bajadas,

con olores a heno recién segado o a eucaliptos invasores.

Los cortados sobre la costa empequeñecen al individuo,

lo transportan a mundos ignotos en los que sobrevivir

es el único espectáculo permitido,

nos protege la colectividad sumativa de ideas y destrezas,

el pequeño trance de la pertenencia organizada

a grupos cohesionados con diversas estrategias.

La belleza obnubila y concentra el pensamiento

en píldoras poéticas, como el chupito de cielo

observable en la noche estrellada cenital

a través del tragaluz descubierto del coche impronunciable.

El camino continúa con nuevas aventuras.

Poema 637: La caída

La caída

En el momento más anodino acontece

lo inesperado,

ves pasar tu vida, no antes ni durante,

después.

Imaginas tu hueco vital, el desorden

Se acabaron mis problemas–, dirás

mientras evalúas los daños del vuelo ciclista:

el casco con la visera colgando,

las rodillas ensangrentadas, el labio,

un guante desgarrado, los nudillos en carne viva,

nada roto, ¡a galopar!

El efecto del pedaleo irriga la rodilla y desinflama,

menos mal que no te he atropellado–, dijo el conductor.

Reconstruyo las imágenes, la ausencia de sonido

de un vehículo demasiado veloz,

la compasión de los espectadores, la frontera

con un futuro inexistente,

el acto reflejo de clavar el freno delantero erróneamente.

El relato variará en intensidad y coloratura

tras la improvisada ducha y la auto terapia.

Los cactus del camino me distraen un instante

antes de llegar de nuevo al lugar del percance.

He sobrevivido con suerte en esta mañana de verano.

Poema 634: Hay demasiada luz en el pedalear poético

Hay demasiada luz en el pedalear poético

Hay demasiada luz en ese pedalear poético,

campos rebosantes, agua

el espectáculo de la velocidad apropiada.

Se divisan manchas rojas aquí y allá,

amapolas adueñándose de un terreno baldío

o de una cuneta libre de glifosato.

La extensión rojiverde en el acceso al centro comercial

se ha convertido en atracción turística instagramera.

El caudal de agua del canal rima en asonante creciente

con los días previos al solsticio

en coyuntura prebélica de asesinatos selectivos.

El antihéroe inductor de tal desorden

huye precipitadamente de las instituciones,

aumenta sus réditos bursátiles con anuncios ridículos,

promete resolver lacónicamente los conflictos que alienta.

Esa clarividencia matinal amanece rodando

por canales y vías anónimas,

puentes clausurados preventivamente,

lugares privilegiados de observación deforestadora

de extracción de áridos en circuito cerrado,

de un continuo de camiones voladores inmunes.

Esa clarividencia es productiva e intensiva,

permite hollar caminos mentales obstruidos,

se llena de alegría en el trino matutino de las aves

o en el correteo alegre de un corzo en el camino.

La luz abre la puerta del pensamiento político

aplaude la valentía y el statu quo gobernante,

devuelve la auto esperanza al ingenuo oráculo ciclista.

Poema 625: La belleza de los caminos en primavera

La belleza de los caminos en primavera

Conozco la belleza de los caminos en primavera,

el olor inalcanzable de algunas plantas al despertar,

el colorido en las cunetas donde no llega el herbicida.

Desearía pasar por allí una y otra vez, eternamente.

El ciclista atesora todo eso entre el sudor y el esfuerzo,

siente una vitalidad desbordante,

piensa en su privilegio viajero de esfuerzo improductivo,

en urbanitas que nunca podrán disfrutar de esas ondulaciones

de los valles cerealísticos acompasados por el viento.

El pedalear sin rumbo otorga una falsa sensación de libertad,

una capacidad espejística de elección,

una añoranza de un pasado lejano anti tecnológico.

Al llegar al valle en el que transcurre un riachuelo

por el que serpentea una senda casi invisible

me detengo a escuchar el sonido de los grillos omnipresentes,

aquí no hay guerra, ni injusticia, ni vocingleros del mal,

ni la competitividad humana a veces tan sutil.

Pienso que estar aquí una vez más,

sería un motivo categórico de querer seguir viviendo;

después, consciente de mi egoísmo, pienso en personas

en el hueco relacional que ocupo,

quiero mostrarles la belleza de un día anónimo y soleado

en mitad de ninguna parte.

Aquí, escuchando el zumbido de los insectos polinizadores,

dejo la mente en blanco y me integro con la tierra

en la que un día desapareceré sin apenas dejar rastro.

Poema 624: Murmullos

Murmullos

Sorteo la lluvia en vuelo rodante

sobre calles abandonadas,

apoyo eléctrico inestable e inevitable.

La cita abre un hueco en el espacio-tiempo,

murmullos,

conversación de inteligencia simulada,

conceptos y redes neuronales,

pesos y aleatoriedad

en medio de íntimas anécdotas.

Concatenación azarosa e improductiva

de pensamientos tecnológicos,

la lluvia tan predecible

o el problema resuelto al eliminar los sesgos.

El murciélago con el viento de cara

pedalea evitando las grandes avenidas,

se retrae en su guarida

reposo de ideas, de lecturas antiguas

busca voces divergentes

sestea y tira del hilo finísimo de una provocación.

Los murmullos sobre el intelecto

se han acoplado en una onda formidable:

velocidad de pensamiento, sustancias,

la consciencia del relleno orientado del raciocinio.

Los ojos tan brillantes tenían prisa

habían apurado la intensidad de la tarde

dejando tras de sí un deseo de continuidad

de más palabras, de nuevas ideas armonizadas.

Poema 599: ¿Cuánto tiempo puedo pasar mirando la luna?

¿Cuánto tiempo puedo pasar mirando la luna?

El amanecer se ha disfrazado de luna llena

en el punto cardinal opuesto a la aurora.

Hipnotizado por el tamaño y el color

acodado en la ventana privilegiada

contemplo ese instante de hermosura efímera.

Aún consciente de la fugacidad de la escena

no tengo paciencia para la consumación.

Es el sino de los tiempos, apresuramiento,

prisa, fugacidad, ausencia de recogimiento.

La velocidad de la bicicleta no parece suficiente,

tampoco ese audio escuchado a velocidad normal,

el tiempo no se multiplica por subdividirlo en mónadas,

tampoco el disfrute profundo de la vida.

Ciertamente el encuadre de la escena callejera

es repentino: lugar, luz, circunstancia, presencia,

después el caos y la vulgaridad persistente

abierta en canal un instante para tu ansiosa mirada.

Leo cada día una suma intensa de titulares periodísticos,

la nada vacía y matemáticamente discreta

de unos fuegos artificiales remotos y ajenos

que se cuelan en las mentes desprevenidas

crean emociones básicas, arcaicas e insanas

en aras de la huida hacia adelante consumista.

¿Cuánto tiempo puedo dedicar a la luna?

¿Y cuánto tiempo a la lectura y a la cultura?