Poema 665: Estados de ánimo

Estados de ánimo

Un individuo es un estado de ánimo.

Jorge Valdano

La luz, el viento, el desorden, una sonrisa al levantarse

predisponen el estado de ánimo del día,

también los rostros que encuentras por el camino.

Nada es más volátil ni menos trabajado:

diríamos que es puro azar y, sin embargo

ahí reside el optimismo, cierta felicidad instantánea

el cúmulo de imágenes mentales que proyectamos

en los demás.

Los procesos estocásticos fluyen con continuidad,

aceleran o deceleran,

expectativas a medio, corto y largo plazo se solapan:

un encuentro, una liberación dopamínica, otras sonrisas,

a veces una noticia, lo cambian todo.

Uno es rehén de su propio rostro en el espejo,

de sus horas de sueño, de la calidad de su comida,

de sus lecturas o la ausencia prolongada y eterna de estas.

Un olor a naturaleza recién regada por la lluvia ansiada

de un otoño cálido y multicolor,

nos devuelve la esperanza y amplifica las vivencias.

Voces desagradables y dañinas emponzoñan las ideas

los prejuicios políticos, la sensación de desastre permanente,

y sin embargo esas voces lejanas radiadas o televisadas

no nos atañen apenas en nuestras vicisitudes diarias.

La esperanza a veces está en los cielos fractales,

en un razonamiento lógico-deductivo elegante,

en esa música que tarareas sin parar mientras te contoneas,

en la maravilla exclusiva de cada día que habitas.

Poema 578: La ciudad, sin ritmo

La ciudad, sin ritmo

Atravieso parques y jardines

bajo la bruma gris de otras latitudes,

diríase un día anodino, festivo, otoñal

y en efecto lo es.

La bicicleta eléctrica funciona sin esfuerzo,

aún recuerdo la doble caída bajo la lluvia

y el cuerpo reacciona imponiendo precaución.

Boquean los árboles sus últimos adornos foliares,

transitan las gentes alienadas por la escasa luz,

caminantes inseguros y grises, agotados

por los embates vitales y las noticias infames.

La belleza está ahí, presente y estática,

hilos de conocimiento y verdad, lecturas, imágenes,

anclajes múltiples que elevan la humanidad,

convierten cada día en un oasis de luz y aprendizaje.

La felicidad basada en el comercio, las luces brillantes,

el movimiento permanente,

está hoy de vacaciones muy a su pesar.

Canturreo una canción (o varias) de Batiatto,

la barbilla alta, la mirada poética, la sonrisa puesta

a modo de sostén y equilibrio

tras el enorme descanso nocturno.

Poema 574: Seguimos igual

Seguimos igual

Preocupados por minucias cotidianas,

sorbiendo la belleza de las imágenes

cual moribundo que inhala oxígeno

incapaces de conciliar deseo y realidad.

¡Sujétame culpa ajena!

Se sortean las semanas con una lectura

o un cúmulo de música e imágenes

impermeables a la felicidad de cada hora

eternos figurantes en el infierno dantesco.

Las palabras, las emociones, la perspectiva

que enfoca en el hecho equivocado

para después nivelar los relatos del pasado.

Solo la inevitabilidad de la muerte

otorga un valor absoluto a las vivencias,

cuatro mil días de escritura nocturna

y una soledad que pesa con el mes húmedo.

Si te reconcilias contigo mismo tendrás la paz

dice el sabio, canta el poeta,

mas los murmullos y las voces mentecatas

provocan espejismos tras las lluvias,

desordenan la lógica esperanza de los tiempos.

–Homo homini lupus–, a través de los siglos,

de nada sirve la abnegación individual

frente a la asociación facinerosa.

La luz disminuye y solo queda purgar

el aventamiento de la inmundicia voceada.

Poema 573: Blues de la mañana de un sábado de noviembre

Blues de la mañana de un sábado de noviembre

Inesperadamente cuando me levanto es tarde,

ni el placer del desayuno calmadamente,

ni el desahogo de un poema leído o escrito.

Ha caído un chaparrón de otoño, lucen las hojas,

decadencia en esa belleza efímera.

Solo mis manos enfermas se despellejan sin solución:

he limpiado el baño y aspirado toda la casa,

el polvo se acumula y vuelve a salir enseguida,

tengo el regusto amargo de una serie maravilla,

el peso en la conciencia de siglos de dominación masculina.

La tristeza de baja intensidad se acumula

en las capas superficiales de los muebles,

–son como el polvo en el camino, no son nada

(un hombre solo una mujer)–

clamaba hace un rato en la música del coche

Paco Ibáñez, cuando volvía de comprar un pan magnífico.

Hay una efervescencia imposible, sueños, caminar

en los bosques húmedos, compostándose,

en la vega estrecha de un río de montaña.

Amarga lucidez, otoño de luz y de levedad,

ansia aprehendedora sin ningún objetivo.

Saldré a correr.

Poema 569: Inmune a la belleza del otoño

Inmune a la belleza del otoño

Inmune a la belleza del otoño

corro por las márgenes, –caminos de sirga–,

del gran canal ideado para el transporte de trigo.

Una garza imperturbable aguarda

hasta el último momento;

despega elegante, azulada y altiva

para volver a darme otra oportunidad contemplativa.

No accede a mí la belleza,

no penetra en mis poros o en mi ser intrínseco

no llega a mi intimidad.

La máscara-cúpula protectora está activada,

Sin embargo, he atravesado por el parque

en el que la política plantó su sede,

transversal cual bicicleta sagital,

gotas de lluvia en el rostro, frío,

cumpliendo el reto matinal de la velocidad.

Sí me atraviesan en forma de hélice

las palabras de un artículo sobre deidades modernas,

la risa oculta, o la viñeta de la secuencia valenciana

en la que la cúpula de autoridad estuvo ausente.

La catástrofe nos bombardea cada día,

llena de barro nuestra conciencia

mientras soslayamos las lágrimas

en aras de una continuidad familiar y laboral

que equilibra el horror con la belleza.

Poema 565: El tiempo del membrillo

El tiempo del membrillo

En el tiempo del membrillo se fue el sol,

terribles inundaciones,

la súbita caída de las hojas otoñales.

El tiempo de Todos los Santos,

buñuelos, y una escasez de luz

hogareña y de graves estudios.

Permanencia, viajes, castañas,

teatro y declamaciones exaltadas,

la guerra con un velo informativo.

La ironía del encantamiento,

lecturas de autoras epicéntricas

allá donde existió un paraíso,

una convivencia rica y feraz.

Color, botón, hoja, número,

una sombra móvil, incierta,

contraída y menguante,

el color violáceo de noviembre

que espera ansioso esas nieblas

esos diálogos románticos

esos héroes deconstruidos

y la humedad invasora de cementerios.

Poema 559: Otoño de esperanza

Otoño de esperanza

Llueve, se ocultan las noticias cíclicas

sobre la sequía y los embalses,

siguen las guerras asimétricas,

agresiones planificadas, sembradoras de odio,

el trampantojo deportivo audiovisual,

algunos premios puntuales:

nobeles, editoriales, premios nacionales,

las elecciones bipolares de noviembre

en la cúspide del poder mundial,

las noticias siguen el curso esperado.

La lluvia trae consigo esperanza,

verdor en las cunetas, fulgor en los árboles,

la luna llena de octubre acechando.

Comienza la temporada de setas,

la siembra concienzuda del campo de Castilla,

y el colorido impagable de los árboles caducos.

El bidón llameante ilumina el amanecer

desde hace un par de semanas;

retornan los libros apocalípticos y distópicos,

se celebran descubrimientos científicos

y la maquinaria estacional gira sin fin.

Poema 551: Replegarse

Replegarse

Languidecen ya los días estivales,

un verano finito más, consumado,

fin de la vorágine activa, calurosa, lectora,

ritmos circadianos libres de ornamentos.

Conexiones neuronales rutinarias,

un repliegue interior,

el conocimiento exacto de lo que sucede,

aquello que tantas veces ha funcionado.

Disminuyen la luz y las emociones,

se amplía el listado de ocupaciones,

clausuramos circunvoluciones cerebrales,

áreas racionales completas archivadas.

Decae el ánimo y se compensa

con múltiples proyectos y hábitos exigentes,

agotamiento cual medicina holística,

la cíclica esperanza de los hitos periódicos.

Comienza la hibernación atávica,

el tiempo de los graves estudios

los placeres de las noches eternas

y los exiguos rayos oblicuos de sol.

  

Poema 473: Los días baldíos

Los días baldíos

Los días se suceden, enfriándose,

sin más novedad que un poema o un abrazo,

alejándome poco a poco de los bosques,

de las montañas y los ríos del fin de semana.

Cada día que paso sin leer al menos una hora

es un día baldío,

horas llenas del ajetreo laboral en la mañana,

caminar y observar atesorándolo todo, por la tarde.

Continúo fiel a mis referencias en el viaje:

una música que un oyente recomienda,

el bidón que los operarios encienden con el frío,

las aguas turbias y veloces del Duero,

unos chopos que se volvieron invisibles.

El hallazgo de un bolígrafo perdido,

el ¡eureka! del informático que encontró el error,

una ocurrencia que me hizo reír sin medida

en medio de una clase repleta de hormonas,

dibujan días de noviembre históricos,

momentos de convulsión violenta en Palestina,

una guerra pasada de moda en Ucrania,

la formación de un gobierno progresista en España.

Los periódicos gritan a varias columnas,

saltan de un asunto esencial a otro capital,

se rompe el país en medio de la prosperidad,

de la abundancia, del éxito del deporte colectivo.

Tengo más libros de los que puedo leer,

más películas y series de las que puedo visualizar,

más zapatos de los que puedo gastar,

menos tiempo del que puedo perder

vagando por las calles y los caminos sin rumbo.

Noviembre es un trampantojo virtual,

el mes efímero más hermoso del otoño,

los días y las horas de los graves estudios.

Poema 414: La llegada del invierno

La llegada del invierno

La lluvia se apropia del otoño,

deja los parques sembrados de hojas,

una pátina neblinosa por doquier.

Es tiempo icónico de fotografías,

de luces navideñas irreales,

de hordas de caminantes bajo ellas.

Añoramos la lumbre, el fuego,

la fuerza desbordante de la noche

cálida de otras estaciones.

Los sistemas inmunitarios se adaptan

con cierta dificultad al frío,

a virus veloces de trasmisión desmedida.

Ese edificio en construcción me sobrevivirá,

a mí y a mis descendientes,

es un símbolo de permanencia estacional.

En pocos años,

han cerrado comercios emblemáticos

la cara vista de la ciudad se transforma.

Melancolía y añoranza de juventud,

de tiempos irreales, ya solo recordados,

mitificados, envueltos en la niebla del otoño.

Quizás en este pliegue del espacio-tiempo

se ha producido una aceleración imprevista,

algo que solo sienten los poetas y los pájaros.