Poema 448: Rebelión

Rebelión

No parece la misma materia,

ni la misma vida.

Corre otra sangre más atrevida,

agresiva, palabras que destilan odio,

amenaza a una cámara que podría matarlo.

Cuando disparas, puedes ser alcanzado,

y sin embargo no me creo nada,

pequeños vídeos caseros, información sesgada,

minúsculas perlas controladas

que se abren y esparcen su esencia

como si fuera un videojuego o una simulación.

La vida de los soldados hiperequipados

es solo un trasunto de película,

una construcción mental.

La poesía alcanza suavemente las cabezas,

cual pluma que se balancea

en un descenso gravitatorio inesperado.

Drones, y amigos y enemigos cambiantes:

nadie está a salvo,

los supervivientes son producto del azar.

La selección natural elimina a los agresivos

o los enreda y dispersa.

Tras las explosiones lejanas en apariencia,

se inicia la música, una canción

cuya letra se adaptará al lugar y la circunstancia.

El campo de batalla es una pantalla

y la desinformación apenas interesa a nadie,

conscientes de que nada nos llega gratuitamente.

Elijo nadar en la piscina y cocinar unos muslos de pollo,

a la espera de ver quien filtra las mejores noticias,

las más terribles o las más increíbles.

El periodista-guionista se afana en acceder

al núcleo límbico del pensamiento medio del espectador.

Guerras de pacotilla,

luces que son hogueras de San Juan.

Poema 447: La delicadeza

La delicadeza

Arrojan a la basura todo lo conquistado,

pacientemente conquistado.

La destrucción no es sutil,

como no es sutil la fuerza física

o la opresión de una masa enardecida

por apelaciones reptilianas.

Las palabras,

conceptos que significan voluntad,

consentimiento, aspiración legítima y ética

a la igualdad real.

–Siempre ha sido así–, dirán encumbrados,

elevada su miseria intelectual por el auge del grito.

Delicados razonamientos, medidas, impulso ecuánime,

todo mezclado en una bola de papel

que se cubrirá con sangre animal, –ancestral–,

dirán amparados por una falsa perspectiva histórica.

Borran palabras incómodas, llenas de matices:

patriarcado, machismo, sumisión,

en aras de un status quo marcial,

lleno de testosterona.

Permanecen, dada su incapacidad,

incumpliendo sus propias promesas anacrónicas,

anuncios y desmentidos, vergüenza ajena,

verdadero obstáculo social, ralentización, en suma,

a las necesarias políticas públicas educativas.

Una pareja sentada en un banco detrás de la iglesia

desgrana confiadamente la delicadeza,

la voluntad y la evolución de su propio pensamiento.

Poema 446: Llueve en la mañana de junio

Llueve en la mañana de junio

Llueve en la mañana de junio,

los heraldos destructores están llegando;

en apenas un mes

todo el poder se concentrará en el engaño

en mentiras aprovechadas,

en la ruina del pensamiento colectivo.

Vuelve la lógica del mentecato:

igualar a todos en la ignorancia,

sepultar las flores y la sutileza.

En los días infinitos cabe el solsticio,

crece la luna y alguna risa inesperada,

parece que no puedo detenerme

por miedo a que no me guste lo que veo.

Me cuesta mirar con intensidad poética,

me cuesta leer análisis políticos,

incluso en mis fuentes de información más cabales.

Cada uno construye su realidad

en forma de burbuja informativa;

ahora mismo estoy alejado de la masa,

por asepsia y por lógica, por prudencia.

Comprendo la pragmática económica

de los grupos privados mediáticos,

el ansia desmedida de capitalización pública,

el sistemático embeleco de mediocres

elevados a la fama por cualidades vulgares.

Nada nuevo en la cara vista de la Historia,

argucias, estrategias, imposiciones,

hoy más psicológicas que físicas.

Quizás existen inteligentes voces discordantes

a las que recurrir cuando el castillo de naipes

cae sin orden y sin culpabilidad aparente.

Todo es olvido y desmemoria,

destrucción y reconstrucción,

ciclos genéticos ascendentes pese a todo.

Poema 445: Bendita Felicidad

Bendita felicidad

Él duerme.

Toca el piano con soltura,

se llena de memoria y de notas,

se mide conmigo cada día.

Ella se relaciona,

queda bien con todo el mundo,

empatiza hasta el tuétano de sus huesos.

Veo pasar sus momentos,

los días llenos de una felicidad muy alta,

repletos de acontecimientos.

Pienso, escribo, disfruto,

leo poco, pero pausado y consciente

del poder evocador de las palabras.

Atisbo la vorágine de cuanto sucede,

la gracia del olvido selectivo,

el engaño colectivo tan reiterado.

Bendita felicidad de libros acumulados,

de conocimiento y belleza,

de contacto intenso con la naturaleza.

No hay tantas rutinas placenteras,

ni tantas extravagancias exquisitas,

solo el cultivo sosegado del bienestar.

No dejo pasar el instante, ni la ocasión efímera,

ni tan siquiera un poema vislumbrado,

ni esa risa –rara avis– tan amiga.

Existen las oscuridades y el dolor,

algunos presagios difíciles de ignorar,

el fin absoluto de los tiempos en que vives.

Y sin embargo suena la música,

coexisten las bellas palabras

con miradas llenas de energía y pasión.

El tiempo nunca dura suficiente,

ni la belleza, ni los rituales, ni el amor,

solo el amplio instante perdura inmarcesible.

Poema 444: Los pinos míticos

Los pinos míticos

En medio del collado que protege el arroyo

de las embestidas furiosas del Duero

más allá de la Historia,

siluetean dos enormes pinos gemelos.

Inventé para ellos historias míticas,

ceremonias varias en tiempos inmemoriales,

anacronismos en el solsticio de verano.

La realidad es más hermosa que la ficción:

se enseñorean de un cultivo de cereal,

junto a una pradera de cañahejas y amapolas.

El sendero arranca incógnito

desde una pequeña cantera abandonada,

serpentea entre retamas y piornos,

ralentiza la bicicleta sobre cantos rodados,

para ascender al túmulo, ya loma o colina

observable desde cualquier punto del valle.

La sensación al estar allí es mágica:

me recupero del resuello ciclista,

fotografío las nubes azulinas de este día de junio,

respondo en mi smartphone, con paciencia,

a la miticidad alegórica de este lugar

recién establecida por mí.

Aspiro el fuerte olor de la cebada mojada

y sonrío para el selfie que acabo de realizar.

Toda la energía del lugar invade mi mente

y la puebla de espléndidos relatos fantásticos

aquellos con los que iluminaré, minutos después,

la tertulia generosa de mi amigo y sus hijos

compartiendo refresco y aceitunas.

Poema 443: El camino de las avutardas

El camino de las avutardas

La tierra no se sujeta en el campo descarnado:

llueve y la escorrentía embarra el camino.

Las huellas de las palmípedas persisten en el barro.

Huele a trigo húmedo y a las flores de las cunetas,

canturrean los pájaros;

una avutarda sale volando pesada y a ras de tierra.

A duras penas levanta el vuelo.

Hay huellas de otros animales: zorros, conejos,

caminos que trazaron las hormigas en su faenar

antes de la lluvia.

En medio de fiestas y romerías,

el disfrute de la naturaleza humedecida

es un oasis de felicidad, de sensaciones ancestrales.

Llegan en tropel los recuerdos y los cómputos:

¿Cuántas veces habré pasado por ahí?

¿Cuántas avutardas he avistado en mi vida?

En una bicicleta infantil recorríamos sendas

durante el mes de junio

con una pandilla que aún sobrevive en la madurez.

Ningún camino de la concentración parcelaria

me es desconocido:

puedo nombrarlos al estilo de los lugareños

si es que yo mismo no soy uno de ellos.

Puedo recordar los nidos de aguiluchos

o a Picachinas trepando por los pinos piñoneros.

La vida está pasando, pero las señales ancestrales

persisten, llenan mi memoria,

me invaden la nostalgia y el gozo

en una mezcla de emociones muy placentera.