Poema 650: Los cielos imperfectos

Los cielos imperfectos

Estás aquí en medio del mes de agosto

tirado en la playa nudista de difícil acceso.

En el cielo hay un águila o un escorpión,

según el viento marino que en la bajamar 

se desordena en el itsmo, aquí llamado tómbolo.

Placidez, soledad, cuerpos desnudos 

de la forma más natural posible.

Ruido de olas, un libro, unos frutos secos,

un poema recitado en voz alta,

contrapesos para una felicidad al sol,

equilibrios en los que buscas cada día 

un resquicio elocuente, una fantasía.

No fui consciente del komorebi en la tormenta,

hasta que el relato construyó un poema.

El cielo es la medida de mi insignificancia,

la caída en las márgenes del río casi fue alivio,

dejarme ir como si eso amortiguase mi peso 

la expiación de todas mis faltas.

Falto donde tengo que estar y estoy donde no debo,

entre rocas y desconocidos iconoclastas desnudos.

La periferia alejada del fuego, los días imperfectos.

Poema 644: Las olas compartidas

Las olas compartidas

Las playas asturianas tienen nombres míticos,

Playa del Silencio, La Caladoria, La Concha de Artedo,

igualan al arrojado y al tímido,

los convierten en guiñapos arrastrados por el mar.

En medio del fragor sonoro del oleaje

aparece un rostro reconocible y amigo,

la confianza de poder atacar juntos los terribles embates,

el disfrute tras cada revolcón marino.

En esos instantes en el agua no existe antes ni después,

el olor de la sal y el yodo, la alerta continua,

la posición del resto de bañistas o de algún surfero

centran toda tu atención.

Nadar y tenderse boca arriba tras atravesar la ola,

sonreír al grupo que te rodea,

verdeazul-sonoro-táctil-salado,

ya nada importa salvo la cumbre momentánea

y enseguida, saber que ese instante es irrepetible.

Compartir las olas activa sentimientos de pertenencia

establece pequeños vínculos anímicos

seguramente etéreos o sumativos en el largo plazo impredecible.

Los días míticos se suceden cual motas puntillistas,

comunican las crestas de las olas compartidas

con otros momentos estelares veraniegos pasados

creando un subconjunto de amistad de alto valor emocional.

Poema 636: Las amigas

Las amigas

Murmullo del mar, risas crecientes

adolescencia en vena,

cierta vanidad de lector-poeta.

Las amigas se han reunido en el spa

hablan sin parar acercándose,

se bañan libres disfrutando de su edad

caminan, ríen, bailan,

planifican lo justo y coreografían

canciones de su juventud.

Según avanza el día recuperan la intimidad

el roce, la costumbre que un día tuvieron.

Los roles se perfilan ante la imparcialidad del poeta:

una dormilona que conserva un cuerpo atractivo,

la voz cantante de la coreógrafa,

la seriedad de quien relata sus asuntos laborales.

Bailan y disfrutan desinhibidas, sin el peso familiar.

Se han concedido un permiso que moldea su plano vital,

una deformación atractiva y animada llena de vida.

Los hombres esto no lo entienden–, dirán en un instante,

antes del ocaso y de la fiesta, cargadas del deseo

del sol y la sal marina en la piel.

El poeta es un ser invisible en su jolgorio colectivo,

más allá de algunas miradas individuales de reconocimiento.

El lunes la deformación plástica de su universo

volverá a su configuración original,

mas quedará el recuerdo mitificado y desinhibido

la energía amical profunda en suma amplificada

el sonido del mar de suaves olas en la ribera de la ría.

Poema 586: El canto del mar

El canto del mar

Lejos, en el itsmo de la playa

atisbo una mujer desnuda;

camina, se oculta en la cueva,

se baña, se seca al sol como una diosa.

El acceso es complicado,

subir y bajar por rocas húmedas,

resbaladizas, líquenes centenarios.

Comienza el año con una bajamar

como la que yo recordaba de antaño,

un día frío y ventoso, solitario,

en el mismo lugar, en el metaverso.

Canta el mar sobre las rocas,

en las que ella se oculta para vestirse

e integrarse, ya mortal, entre los caminantes.

La luz, el azul del cielo, todo coadyuva

para crear un idílico paraíso en la playa:

una cascada, reflejos, gaviotas planeando,

un hermoso perro que juega con las olas.

Didáctica, ha explicado a una pareja

el camino posible hasta la playa;

después ha continuado su ruta.

La imagino con una sonrisa en el rostro

tras la fusión natural con el mar

en estas primeras horas del nuevo año.

Poema 550: Vivir aquí

Vivir aquí

Caminar por el playón algunos días,

traspasar la muralla de las rocas apiñadas

–podría entrenarme a caminar sobre ellas–

acceder a las calas desiertas, nunca del todo vacías,

depositar la ropa y mis zapatillas nuevas de montaña

a resguardo de las olas, sobre una roca

quizás de las que se desprendieron antaño

en el ascenso, –trípode con polea y acero–,

de mercancía contrabandista.

Fusionarme con el mar, integrar mi cuerpo

con el movimiento suave o violento de las olas,

tumbarme boca arriba y flotar.

Salir del agua sin consciencia del tiempo,

de la hora, de que nadie me espere,

secarme al sol, caminar desnudo como caminaron

casi todos mis antepasados,

pensar en ellos, en el ocio de que no dispusieron

como dispongo yo ahora.

Poema 482: Rituales de año nuevo

Rituales de año nuevo

Claridad, el cielo empedrado de los refranes,

otro clima, el deseado pero complejo;

rituales, una piedra erosionada por el mar,

algunas repeticiones año tras año en este día primerizo

en el que parece que todo vuelve a comenzar.

Los ritos son tan antiguos como la consciencia de la especie,

supersticiones reincidentes, emular la felicidad de ese instante,

aquel baño joven de divinidad en la playa dividida

quizás ya no se repita en mis años de madurez.

Voltean campanas en alguna iglesia remota

en la que se adorará una efigie niña;

acudirán los fieles conservadores con sus mejores galas,

dejarán unas monedas como símbolo de estatus,

rezarán y repetirán oraciones como instrumento de meditación,

la estructura ordenada antes del posible desenfreno.

La playa y un libro son una forma hermosa de inauguración,

el deseo de vivencias y lecturas, de transporte

más allá de los límites rígidos que la vida diaria nos impone.

Un paseo, sentir el viento en el rostro,

observar la belleza natural de los acantilados horadados y esculpidos

por la aleatoriedad de las olas marinas,

esos placeres ceremoniales, elevan el espíritu hacia la eternidad.

La fuerza de los versos bimilenarios de Safo, traducidos y cantados de nuevo,

constituyen el hito-guía para navegar entre incógnitas y esperanzas

en el año que comienza bajo el signo del viento y el sol

que asoma ávido bajo el cielo empedrado de los refranes castellanos.

Poema 461: El cielo, los cielos, septiembre

El cielo, los cielos, septiembre

La puesta de sol detrás de la ventana abierta

es un escándalo naranja, violeta, azul,

el final de un día anodino

en el que la vuelta ciclista lo impregnó todo.

Hay imágenes que ruedan y ruedan

que aparecen de repente en un texto poético

y te recuerdan que una vez las absorbiste:

una pradera en un día de primavera

por la que corretean perros y niños,

incluso tu hijo pequeño corría por allí.

Una playa de cuerpos desnudos,

podría ser un cuadro de Sorolla

pero es un recuerdo de un verano en Cantabria,

días efímeros en los que no fijaste el tiempo,

no lo pudiste clavar en tu recuerdo

y lo mitificaste para poder vislumbrarlo.

Los cielos transmiten paz y ganas de vivir,

también dolor:

el sol que parece morir y se resiste en sus reflejos,

la noche baldía,

el inicio del declive horario que nos llevará al invierno.

Pasan los veranos, –el número finito de veranos–

que escribió Aurora Luque,

todas las posibilidades que dejaste escapar,

también las que conseguiste coleccionar en tu piel,

imágenes que aún no has asimilado,

días hermosos, amaneceres, caminatas, bicicletas,

algunos poemas que surgieron por necesidad,

palabras que alguien te dirigió,

los libros que has leído y dejaron una impronta triste

o deliberativa.

Vislumbras personas bronceadas por la calle

de las que imaginas otros veranos diferentes,

esos que no has conocido y fantaseas con que existen.

No caben todos los detalles que querrías recordar,

traer al primer plano de tu pensamiento:

momentos captados en fotos o en aquella frase

que escribiste en un cuaderno que no vas a mirar.

El cielo, los cielos, señalan toda la belleza aleatoria

de nubes vulgares iluminadas por el sol cautivador,

de momentos estelares en días insustanciales.

La nada aparece cuando menos te lo esperas

y tienes que llenarla con los cielos de septiembre.

Poema 359: Estático

Estático

Dicen las fotos antiguas

que mi ropa tiene mas años que mis hijos.

Amalgamas de recuerdos se trenzan

en hélices invisibles,

piedras, playas, cuerpos,

el sonido de las olas sobre las ondas tristes

que hoy emito.

Absorbo el sol con el ansia del condenado,

creo ver aún el chapapote bajo el verdín de las rocas

permanezco sentado en una playa cualquiera.

Solo, sacudido por fuerzas amigas

me abstraigo contemplando

catedrales esculpidas por el mar.

Percuten en segundo plano

imágenes de La mano De Dios,

el delirio plástico de Sorrentino.

La meditación es una fuerza intensa

una nube a la que se añaden capas ligeras

hasta que empieza a llover en mi rostro:

hipo, catarsis estremecida, lamentos

de inutilidad mundana.

Mi presencia es frágil en este entorno frágil,

fútil, soportada apenas por la vanagloria

de las líneas que escribo.

Llega el mar ascendente hasta mí

y podría decidir no moverme.

Poema 333: Día de playa


Día de playa

No hace sol, es un día nublado de agosto.

Los hombres desnudos se mimetizan con la arena.

Hay pocas mujeres.

Con la marea baja puedes caminar decenas de metros

dentro del agua.

De camino a la playa has visto a las vacas tumbadas rumiando.

Una joven con el torso desnudo

trata de hacer malabares con unas mazas.

No lo consigue, es un desastre.

Una pareja en bañador entrecruza sus cuerpos sobre la toalla.

He seguido el planear de dos gaviotas,

una se ha posado en el mar y allí permanece como una boya;

la otra vigila atentamente desde una roca cercana.

Una mujer de apariencia musulmana

desciende los doscientos escalones de acceso a la playa;

se despoja del vestido. 

Ya desnuda, se quita con cuidado el pañuelo del cabello.

No hay dos personas iguales. Tampoco dos distintas.

El caracol que viste a la ida ya no está cuando vuelves.

Poema 331: Fotografía

Fotografía

La contraluz de la puesta de sol

ilumina los rostros,

muestra la serenidad de la contemplación,

unos minutos de silencio voraces

la repetición milenaria de ese instante.

El mar rompe suavemente contra la arena,

durante un instante parece detenerse el sonido;

es de una regularidad rítmica desconcertante

aunque sepas de sus leves cambios por las mareas.

No estás solo, otros clanes semidesnudos

aguardan con paciencia la maravilla de la luz:

una hermosa joven se tumba sobre su amado,

unos niños corretean por la orilla,

algunos adultos disimulan la herida de la belleza.

Tratas de memorizar la escena en tus ojos,

fotografías aquí y allá, buscas planos y panorámicas,

despojas el paisaje de todo lo humano en el encuadre,

han llegado las gaviotas que se posan en la arena

y forman un círculo amenazante a tu alrededor.

No eres joven y has contemplado otros ocasos,

rememoras sin pausa algunas escenas,

los perfiles sobre los que se acostaba el sol,

tienes suerte de haber olvidado el dolor.

La geometría que dejan las olas en la arena

invade toda la fotografía del litoral,

esas formas suaves, derivables, fugadas

hacia la desembocadura del río frontera

producen éxtasis, olvido y una cierta felicidad.