
Lo excepcional
“Todo ángel es pavoroso. Y, sin embargo, ay de mí,
sabiendo de vosotros, casi mortíferos pájaros del alma,
os dirijo mi canto.”
Rilke, Elegías de Duino
Cada día es la mirada la que interpela,
la que convierte cada acto o hallazgo
en una explosión de conexiones festivas.
Una visita a las Urgencias al amanecer
tras una tormenta desatada y desbordante,
el espectáculo del baile de mi hija en una feria,
un erudito que conferencia sobre Lou Andreas Salomé
revelando detalles, cifras, datos y dictámenes.
Comienza la ruptura de la rutina protectora,
la suma de actos nimios, refugio y sosiego
antes de que la apisonadora Tiempo iguale y nivele.
El colorido de la narración, ya lírica hiperbólica,
se nutre de lo excepcional, a veces excelso,
de la escucha reiterada de las veintidós canciones
de Jesucrista Superstar,
de ese poema, Baedeker Lunar, que tanto me impresionó,
del enorme carro de combate exhibido en la ciudad.
Caminar en la noche de finales de mayo
cuando el aroma del campo invade calles y plazas,
alegrarte por un encuentro inesperado,
sentir al fin el frescor en el rostro
antes de profundizar en el hilo poético decimonónico,
o debatir las acepciones de la palabra raro
suponen un ejercicio contra la levedad consuetudinaria.
Los eventos sorpresa pasan a ser incorporados
a la épica aventurera, excesiva y vital.












