Poema 655: Flores

Flores

En el jardín ganado poco a poco al cemento

surgen flores inesperadas,

geometrías clásicas, pentágonos, círculos,

espirales en el crecimiento de las suculentas,

nopales preparados para su arraigo,

brácteas capaces de arropar pétalos llamativos.

Feraz el terreno, el cuidado exquisito

luz y agua, convierten las paredes desnudas

en un santuario verde donde despuntan uvas e higos.

Cada fruto es un éxito en el cultivo mimado,

una celebración de la vida

en medio de trampas antiparásitos de jardín.

Crecen los nogales y avellanos buscando la madurez,

alumbrados cada día por flores efímeras y vistosas,

por el olor intenso de las lavandas,

por los ensayos, a menudo exitosos, de la jardinera.

Dalias, pasifloras, maracuyás ornamentales,

orbeas variegatas que se cierran misteriosas

en sus bolsas carnosas,

un pequeño edén en los detalles múltiples:

trepadoras, zarzamoras sin apenas espinas,

cada una con su procedencia memorizada,

el membrillo solitario que se hace gigante,

y un rincón contemplativo de visión múltiple

desde el que disfrutar del quehacer cultivador

mientras se hojea un libro de teatro clásico.

Poema 654: Cultura

Cultura

Comparece la nada en fiestas populares

ese elitismo necesario o no en la cultura

un museo patriarcal, o lleno de despojos

la narrativa del vencedor aprehendedor de esclavos.

Las pinturas de hombres mantenidos

en las que reflejan el machismo social,

los poemas que abusan de aventuras heroicas

descriptivos y elípticos, a veces abstrusos

reflejan una irrealidad oscura de silencio femenino.

La fuerza y la virilidad exaltada en los festejos,

diversiones que van siendo anacrónicas

salvo en el enardecimiento de la violencia juvenil.

Formas modernas de culto al alcoholismo barato,

de distorsionar una realidad costosa y permanente.

Incluso la música se eleva a volúmenes estrepitosos,

se deforma y se enaltecen mensajes nada sutiles,

una vuelta a un primitivismo mítico que no era tal.

La nada comparece en el arte deportivo,

entrevistas las costuras y su inutilidad durante la pandemia,

lujos y flujos monetarios innecesarios,

el circo moderno en el que relucen egos juveniles

convenientemente ungidos en aceites aromáticos.

La cultura es elitista o no es,

transita en la elaboración mental del pensador

a la manera de Rodin o del Viaje al fin de la noche.

El receptor lo es todo, Ser o No Ser,

la máquina que transforma, critica y absorbe.

Poema 653: La casa de mis padres

La casa de mis padres

El regreso a la casa familiar está lleno de placeres:

coger higos directamente de la higuera,

comer un tomate recién cortado de la mata,

darse un baño nocturno en una piscina caliente,

disfrutar de una cena en el patio en medio de la familia.

Cantan los pájaros al abrir la ventana por la mañana,

el colorido es indescriptible: geranios, hortensias,

rosales silvestres o delicadas rosas,

ánforas de tiempos inmemoriales, una damajuana,

y el verde frondoso de setos, árboles y céspedes.

El centro de gravedad territorial es este:

las paredes que ayudaste a restaurar, el diseño

de parterres y huertos, el enjalbegado del recinto,

cavar y cavar para convertir un solar en un vergel.

Leer o escribir en este lugar es otro gozo matinal,

tanto como el cariño y el respeto que se respira

en medio del clan familiar siempre dispuesto a acoger

siempre dispuesto a cohesionar a sus individuos.

Poema 652: El reino de Oku

El reino de Oku

A espaldas del conocimiento mundano

en un lugar mítico de la memoria

se hallan los vestigios palaciegos del reino de Oku.

De no existir la sala San Ambrosio en las redes

diríase un reino fantasma,

el reino surgido de la inventiva de algún explorador

decimonónico y olvidado.

Máscaras y rituales, tronos y lechos nupciales,

el saludo y la cesión documentada del monarca

ya desaparecido de este mundo.

La búsqueda del misterio me lleva a Camerún,

pero las regalías monárquicas nos transportan a un reverso

en el que las sociedades secretas regulan la ley:

instrumentos musicales exóticos y arcaicos,

la música y la danza son la poderosa medicina

que cohesiona con sus ritmos el poder del fon.

Campanas, tambores de ranura, idiófonos y guimbaras,

ritmos litúrgicos para alcanzar el trance.

La exposición de trajes ceremoniales con máscara

nos transporta a un altiplano verde esmeralda

en el que las columnas talladas del palacio real

o de casas como la de la guerra

dan idea del poder teocrático de los gobernantes.

Tronos tallados con profusión de elementos mágicos,

idolillos fetiche para la divinización del fon supremo,

personaje excepcional, juez máximo, gestor territorial

símbolo de la fecundidad y de la prosperidad de su pueblo.

Toda esta magia está expuesta en el palacio colegial.

Poema 651: Fuego

Fuego

El sufrimiento de los vecinos es indescriptible,

la tierra tan amada, los árboles, el paisaje

todo lo que parecía estable y nos sobreviviría

queda herido de muerte.

Dramas, animales, personas, casas,

todo lo que era sólido puede ser devorado

incluso la propia vida.

Las noticias descontrolan y amplifican los fuegos

la sensación de que un paraje conocido puede arder,

la concatenación de lenguas flamígeras,

la evocación ancestral de los rayos prehistóricos.

El cerebro reptiliano atesora fuegos antepasados,

establece alertas, miedos, horrores imparables:

nada ni nadie es ignífugo y llega la noche

entonces las llamas se vuelven colosales,

crean sombras dantescas, expresionistas,

y el crepitar destructivo impregna el silencio.

Siempre hay culpables, gobernantes, ingenuos pasivos,

motivos múltiples: pirómanos, despoblación, abandono.

La destrucción del espacio que has habitado

es un infortunio psicológico terrible,

una pérdida sensorial irreparable.

Mueren las aves alcanzadas por el humo,

mueren animales atrapados por las llamas,

mueren las esperanzas y los días futuros.

Poema 650: Los cielos imperfectos

Los cielos imperfectos

Estás aquí en medio del mes de agosto

tirado en la playa nudista de difícil acceso.

En el cielo hay un águila o un escorpión,

según el viento marino que en la bajamar 

se desordena en el itsmo, aquí llamado tómbolo.

Placidez, soledad, cuerpos desnudos 

de la forma más natural posible.

Ruido de olas, un libro, unos frutos secos,

un poema recitado en voz alta,

contrapesos para una felicidad al sol,

equilibrios en los que buscas cada día 

un resquicio elocuente, una fantasía.

No fui consciente del komorebi en la tormenta,

hasta que el relato construyó un poema.

El cielo es la medida de mi insignificancia,

la caída en las márgenes del río casi fue alivio,

dejarme ir como si eso amortiguase mi peso 

la expiación de todas mis faltas.

Falto donde tengo que estar y estoy donde no debo,

entre rocas y desconocidos iconoclastas desnudos.

La periferia alejada del fuego, los días imperfectos.

Poema 649: El árbol solitario

El árbol solitario

El árbol cumple una función social,

un rito iniciático en el umbral adolescente.

Puede observarse desde toda la garganta,

majestuoso y aislado, el gran roble resiste

generación tras generación a la intemperie

de esta tremenda amplitud térmica.

El ascenso fotográfico lo homenajea

como el medallón de madera que lo nomina:

fechas pirograbadas para la posteridad.

La columna de caminantes serpentea

durante kilómetros, sudor y sed y resistencia.

Cada cuál narra su anécdota, las rencillas del agua,

pueblos colindantes que se odian,

un asesinato machista terrible en el valle,

o la saturación de establecimientos turísticos.

El crimen propició algunas denuncias,

quiero creer que modificó sensibilidades,

quizás estableció una alerta social antes inexistente.

La llegada al árbol produjo revuelo tecnológico,

móviles, retratos, posados, encuadres y perspectivas.

El descanso en el punto cumbre del ascenso

fue aprovechado por la rapsoda incontinente verbal

para colocar el poema Caminante no hay camino.

No hubo abrazos al árbol, ni la intimidad de una oración;

comenzó el largo descenso por la Garganta Buitrera.

Poema 648: Vacaciones

Vacaciones

Los días se suceden en una rutina placentera

en la que los sobresaltos son mínimas alteraciones

de la meseta rodeada de lagos y montañas.

Los estados de ánimo son cambiantes

dentro de una onda sinusoidal bastante aplanada,

cumbres lectoras, conversaciones,

un baño helado solitario desnudo en un paraje recóndito,

la canción oportuna en un momento de reposo.

Los valles mínimos anímicos llegan como contrapunto

a esos momentos sensoriales en los que nada sucede.

El calor soslayable con agua fría y sombras centenarias

aplana toda disidencia discursiva

en el interior de este mundo natural de cantos de gallo

de grillos y chicharras, de aves que se conciertan en el ocaso.

Al levantar la vista todo es verde, oloroso, inalcanzable;

los habitantes-hormiga domeñan frutales y huertos,

dan de comer a sus cabras para después ordeñarlas,

comercian con el fruto de su esfuerzo ancestral.

En este silencio lleno de ruidos apenas hay vehículos,

los pensamientos de intendencia nivelan ancianos volcanes,

vacuidades pasadas o futuras, proyectos más o menos arriesgados.

Los círculos concéntricos se completan con cierta tolerancia,

con la mirada miope y olvidadiza que desenfoca el deseo

de otros parajes, otras latitudes y otros azules yodados.

Permanecer durante un tiempo indefinido y ateo

es la única misión de las circunvoluciones cerebrales.

Poema 647: La montaña

La montaña

El ascenso exige fuerza de voluntad,

madrugar para evitar el calor seco y extremo,

caminar siguiendo el instinto ascendente.

La ruta ofrece imágenes impagables

y algunas incomodidades:

castaños centenarios, hierbas aromáticas,

moscas que buscan tus ojos en la zona de robles,

el espacio enorme abierto de la llanura

en la que se espejea el embalse de Gabriel y Galán.

Al fondo se divisa el humo del incendio hurdano

ya controlado, pero aún activo y desolador.

Observas árboles huecos y otros reventados por el rayo,

aves canoras, musgos y líquenes, un arroyo cantarín:

ya has estado aquí antes y los paisajes se van desvelando

como una fórmula matemática que vas escrutando paso a paso.

Divisas a lo lejos un enorme saliente de roca

es el punto culmen del viaje porque es hora de regresar;

te fotografías con retardo de diez segundos

cual caminante sobre el mar de nubes en ausencia de estas.

Los tiempos han cambiado,

Caspar David Friedrich no te pintaría con palo de castaño,

pantalón corto y gorra de pandillero juvenil.

El descenso lo realizas trotando para minimizar el tiempo,

como una divinidad que desciende del monte sagrado

antes de comprar el pan y unos tomates para el almuerzo.

La aventura matinal se ha consumado antes del cenit solar,

comienza el resto del día en esta tierra extrema.

Poema 646: San Martiño de Mondoñedo

San Martiño de Mondoñedo

Ahí está el compendio de la imaginación poética

del gran escritor en lengua gallega Álvaro Cunqueiro:

el obispo Gonzalo Froilaz fue en busca de la ballena

que se amansaba al toque del campanario,

toda la estirpe de San Rosendo con su genealogía

o los nombres míticos de Bretoña o Mendunieto.

Gonzalo entró en la boca del cetáceo

y salió de allí con la imagen de la Virgen de Vilaestrofe

antes de que la ballena volviese al mar de San Cibrián.

Cunqueiro inauguró la renovación basilical

el día de san Martiño, un lustro antes de su muerte.

Los canecillos cuentan muchas historias medievales:

el “hombre martirizado” auto retorciéndose el cuello

nos hizo reír casi tanto como el músico onanista.

Llegar a la catedral en bicicleta, ascenso-descenso intenso,

predispone al visitante a recibir una emoción inmensa,

los enormes contrafuertes, las defensas,

la maravilla expositiva en un itinerario delicado y excelso

interpretando una construcción emblemática.

Todos los milagros eran allí posibles,

una zapatilla hace brotar una fuente,

o un gesto obispal con la mano

hunde barco tras barco del invasor normando.

Se hizo la luz en las lecturas de mis veinte años.