Poema 673: Danza Volandera

Danza Volandera

La danza que provoca el viento en las hojas

nos conduce irreversiblemente al invierno.

El sol de San Andrés tras la lluvia de ayer

es un trampantojo, un falso decorado

en un mundo que asume la esclavitud:

omnipotencia de la riqueza sobre las personas.

Las conversaciones durante la celebración

del falso santón matemático Bourbaki

aún colean en la mente de los verbeneros:

efervescencia juvenil en las aulas,

jornadas eternas de trabajo incipiente,

el lenguaje reestructurador de cerebros

o recuerdos de un viaje remoto y dudoso.

La noche es patrimonio de los patines eléctricos,

la juventud marginal cambiando el rumbo,

la fuerza inveterada de los aspirantes al trono,

capaz de reorientar gobiernos empero no poderes.

El mismo viento volandero revuelve las nubes,

las condena a un infierno de colores en el ocaso,

un horizonte que atrapa la vista y te engulle.

Poema 667: The Wind

The Wind

Mucha expectación y el paraguas SEMINCI,

afuera llueve y el público es diferente.

La orquesta se comprime sin apenas vientos,

mucha percusión y cuerdas graves,

un piano de continuidad.

El espectador se debate entre la imagen,

–poderosa, nítida, casi centenaria–

y el sonido cronografiado de la música:

vuela el segundero digital del director

con máxima concentración orquestal.

El viento y la arena angustian al público

lo introducen paulatinamente en la cabaña,

y no lo abandonan hasta el éxtasis final.

En el baile palmean los percusionistas,

alegran la precariedad social de los colonos:

suciedad total y resiliencia.

La tensión presexual tras la boda es magnífica,

también las elipsis más desagradables:

el nuevo lenguaje narrativo fílmico

había alcanzado la cumbre del cine mudo.

Arte y antropología, veracidad y música,

una fusión sublime y magnífica del pensamiento,

una elevación del espíritu pionero,

inspiración poética total en la amalgama de los sentidos.

Poema 604: Iceland

Iceland

Ventisca de nieve, dolor de frío en la piel,

conduzco un coche que aún no es mío,

automatismo de supervivencia: lo que hay que hacer.

La ciudad nevada duerme,

códigos numéricos facilitan la impersonalización,

luz blanca y calor interior.

Caballos islandeses inmunes al frío,

agreste es la palabra elegida.

Granjas reconvertidas en alojamientos turísticos

vertebran el territorio

y mantienen algunos animales domésticos.

Sagas, epopeyas, un jinete que atraviesa Gullfoss

para unir dos familias de pastores míticas:

se vieron desde ambas orillas de la catarata

y la falla natural nada pudo contra el deseo sexual.

Los pingüinos inexistentes

rivalizan en ocultación con las auroras boreales

entre cielos cubiertos y costas azotadas por el viento.

La ventisca de nieve es efímera y periódica,

también el viento que abre puertas y desata locura.

Los cazadores de reflejos magnéticos

recorrieron decenas de kilómetros en busca de estrellas;

les sonrió la suerte cósmica, verde, improbable y magnífica.

Fue a causa de la perseverancia y la tenacidad.

La aventura es opuesta a la tecnología,

libera sustancias mentales impagables

pese a los inconvenientes físicos.

Sueño con una nieve en polvo volandera

que se desprende de las ruedas de invierno

y aterriza aleatoriamente en el centro auditivo.

Los días de magnificencia natural terminan,

vuelve la rutina laboral y placentera

de máxima exigencia mental.

Poema 523: El juego de la música

El juego de la música

Nada estaba en su lugar en la orquesta:

una percusión integrada en los metales,

dos flautistas como extremos percutores,

un generador de viento entre los contrabajos

y el compositor vivo de la obra a estrenar

disimulado entre el público.

Había alegría en el ambiente,

por la novedad, por los instrumentos insólitos,

por el cuarteto de flautas mágicas de la propina

en las que estaba integrado el gran director:

un juego imaginativo y hermoso

antes de atacar, con más de cien músicos en la tarima,

la gran batalla de Stalingrado.

La séptima sinfonía de Shostakovich,

fue monumental, apoteósica:

diría JM que le habían dado ganas de invadir algo.

Imagino como debió sonar en el cuarenta y dos

la exhausta Orquesta de la Radio de Leningrado,

silenciadas las bombas por la operación Borrasca,

y el efecto psicológico que causó en el ejército nazi.

Orgullo, juego, pasión, sonido divertido,

una tarde hermosa sonriendo en el auditorio.

Poema 438: Zombis

Zombis

Los zombis caminan por la calle

la cara iluminada por su pantalla retina,

ajenos al canto alegre o temeroso de los pájaros.

Hay quien desearía ser de nuevo confinado

para explotar toda la funcionalidad de su tesoro,

comunicarse todo el tiempo de forma aséptica.

Alguien ve una foto de un ciclista en medio del campo,

expresa su temor alérgico a las gramíneas,

el gran satán: aire libre y flores en primavera.

Hay una colección pasmosa de rosas olorosas,

que como mucho serán captadas por la cámara:

–mira, había unas flores–, dirán al mostrarlas orgullosos

de su captura sabatina en ese lugar ajeno a sus costumbres.

El encuadre es la clave de bóveda,

no existirán ni la luz, ni el aroma, ni la suave brisa,

solo los personajes de su juego interactivo,

el combate o la aventura virtual

en una realidad inexistente y simplificada.

En ese mundo no salen conejillos de sus madrigueras,

ni se ortigan al atravesar una zona de escombros:

saltan bloques, trampas inesperadas, simas infinitas,

consiguen monedas o energía para sus avatares,

en un tiempo acelerado ajeno a su memoria y su vida.

Poema 230: Molinos de viento en Zaanse Schans

Molinos de viento en Zaanse SchansIMG_20190817_104739

El viento y la lluvia ocultan la estampa:

a partes iguales ensalzan la silueta

destemplada bajo el cielo plomizo

de pesadas nubes marinas.

 

Los molinos de viento inútiles, decorativos,

rescatados del olvido,

funcionan para turistas en modo cinco euros,

parecen defender la bahía.

 

El crujido de la madera embelesa y transporta,

machaca un grano imaginario;

la ingeniería de engranajes y correas transmisoras

contrasta con la venta de objetos decorativos.

 

Todo ha sido monetizado, pero allí hubo un molinero,

allí convivía con su familia, con el sordo cortar el viento

de las aspas y el chillido sexual de las gaviotas,

frío y corrientes de aire en los intersticios.

 

Ya no hay polvo ni vida más allá del horario comercial,

solo es un decorado pictográfico para los soñadores

que bajan del autocar envueltos en la lluvia

y abren los ojos a la estampa de Rembrandt.

 

Puedes situar allí lecheras o rondas nocturnas,

imaginar juegos de luz sobre el polvo de la molienda,

todo es un decorado montado para que tu imaginación

recree escenas románticas del pasado.

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