Poema 353: Niebla nocturna

Niebla nocturna

El Pisuerga no es el Támesis

pero algunos días se le parece.

Las urracas dialogan ocultas

en lo alto de árboles pelados

semiocultas por la niebla.

El caminar es un lujo inseguro

lleno de percepciones:

humedad, frío, tinieblas,

una posibilidad magnífica

de que la mente juguetee con imágenes

difuminadas por conos de luz intangibles

que no llegan al suelo.

La bruma atrapa tu voluntad

y puede llevarla al borde del río;

allí debes engañarla con una foto

un trampantojo de tu realidad,

o dejarte seducir por la oscuridad

romántica de aguas hipotérmicas.

Huele al compostaje de hojas caídas,

al lodo del río que sube a la superficie.

El sonido de una carpa

se entromete en la intimidad de mis pensamientos.

Esta es una ciudad de nieblas,

de Tenorios representados cada noviembre,

cuna de actrices y actores;

bajo el puente una mujer susurra a su pareja

la pesadilla que soñó la noche anterior.

Poema 303: Ajenos

Ajenos

El operario que quema la madera cada mañana

es totalmente ajeno a la alegría

que provoca en mí el fuego en el bidón cortado,

la llamarada en medio de la niebla,

una guía en la ribera del Duero,

un símbolo en el viaje estructurado.

Una señora solitaria lanza piedras a las urracas

que picotean alegremente en la pasarela

para poder pasar por allí,

ajena a que es observada y juzgada como demente

por dos matemáticos corriendo por el canal.

Ajeno era el trompetista que da titulo al blog

cuando en una pradera junto al río Órbigo

interpretó su tractor amarillo,

ensayó su mejor saludo al auditorio natural vacío

y se fue en su Renault ocho derrapando.

Ella, ya entrada en años y carnes, espera,

mascarilla bajada, mirando sin mirar a la pared,

en medio de una calle anodina

a ser recogida por un coche tan verde oliva como ella,

ajena a la mirada del paseante con periódico.

La pareja mundana y atractiva, saluda efusivamente

a sus amigos, en la puerta del bar recién reabierto,

tiempos navideños icónicos,

olvido pandémico y ansia de vivir

conforme a los estándares de éxito evolutivo.

Poema 257: Confinamiento

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El confinamiento doméstico es una oportunidad vital,

pararnos a pensar en la futilidad diaria

de cada cosa tan importante que hacemos;

es una visita a la prisión mental de cada uno.

 

La calle está desierta salvo un patinador septuagenario,

y ancianos paseando mostrando su relativismo,

la gente viene y va, diligente con su bolsa de pan,

y aún el susto en el cuerpo de una situación impensable.

 

Hay insolidarios, gente indeseable, algunos políticos opinando,

el virus es feroz y cruel pero no habrá justicia poética,

hay quien no se ha preocupado hasta que era tarde,

y sin embargo estamos orgullosos de la mayoría de nosotros.

 

La belleza continúa ahí, hay sol, las urracas lo invaden todo

a sus anchas, se posesionan de lo alto del árbol majestuoso,

el silencio de los pocos vehículos es aterrador

acostumbrados ojos y oídos a la vorágine diaria.

 

Hay un hilo conductor que aún funciona,

continuidad laboral en sectores estratégicos,

muchos libros por leer y el desfase temporal de cada uno

presto para ser reducido con paciencia.

 

Algo cambiará al final del confinamiento:

sospechas y rencillas acumuladas en el recuerdo,

el orgullo de haber sobrevivido en comunidad,

la minimización relativa de cada problema futuro.

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Poema 137: Sequía

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Las tierras altas calizas, aparecen descarnadas,

hay urracas famélicas:

asustadizas de natural, apenas se mueven.

 

El suelo cruje cuando avanzas campo a través,

los lavajos están cuarteados:

una vez hubo agua de lluvia aquí.

 

Docenas de palomos picotean el césped ralo,

en las aceras, regateras y orines se suceden,

una cierta pestilencia lo invade todo.

 

Aún hay belleza en la luz y en el cielo,

los árboles se decoloran deshojándose,

un riachuelo moribundo serpentea en el ocaso.

 

El arado se desvanece en una cortina de polvo,

cuesta respirar,

los ojos se secan sin alcanzar el horizonte.

 

Sigue saliendo agua del grifo,

ignorantes, olvidamos conductas preventivas,

la historia de la lucha por la subsistencia.

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Poema 23: Urracas

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Nadie canta en un coro del siglo quince,

bóvedas de poliuretano, almohadas magrebíes,

luces led en una catacumba,

un violín eléctrico que toca solo.


Las urracas dominan la carretera,

sus voces permanecen en el aire

sin desvanecerse, solo un coche

altera su presencia,

finis orbe, gritan las cornejas,

el coro de siete voces desentona

en esta discoteca plagada de aminoácidos.


Tallis, fecunda el gorjeo febril,

la paz del serrallo en perpetua duda,

volátil la nota, monocorde el resultado,

ácido posmoderno en una película,

alterno la sombra de un vampiro

con el elegante vuelo del superhéroe.


La paz de las maricas es un lapso

en la guerra de los coches que violentan

el aire, ondas, vórtice, un radar

en medio de la niebla hecha jirones.


¿Dónde está el bidón encendido?

La puesta de sol dolorosa es un cuadro

de El Greco; amanece y la red se llena

de fotos esplendorosas del cielo fractal.


El mundo es un lugar compartido y ecléctico,

la lenta continuidad deforma la percepción,

el vértigo me mira directamente a los ojos,

me transmite en 3-D un holograma

de un espacio placentero infinito, sin dios.

Las Urracas han descompensado el hábitat,

morirán de éxito en despiadada veda.

fractal