
Días sin luz
Qué bonito está el parque y qué desolador el cielo,
plúmbeo, amenazante,
contraste de hojas volanderas, calvas en los árboles
una lluvia incipiente en un lunes oscuro.
Sin saber aún de donde surge la alegría
o el análisis acelerado de un mundo veloz
en el que colocar tics por cada tarea realizada
sin análisis más allá de una charla poco convencional
o de la sorpresa de una celebración.
Algunos días salen redondos por una suma de éxitos,
por la ausencia de simas estrictamente presentes,
por el recuerdo mesurado de aventuras recientes.
La ausencia de luz dispersa la percepción,
activa áreas de permanencia-resistencia mental,
aterriza la mirada en las hojas cobrizas del parque.
Este pesimismo radiado será habitual en otras latitudes,
formas de vida curtidas por borrascas contínuas
y ángulos solares mínimos durante la hibernación;
aquí el viento desordena rutinas y eleva el consumo
de series televisivas y de redes sociales.
La energía potencial aún permite alquilar una bicicleta,
recorrer la ribera del río solitaria al caer la tarde,
contemplar la belleza a la velocidad perfecta.
Continúa la alegría de contraste y el optimismo
inopinadamente, contrario a toda predicción,
basado en una suma indefinida de matices positivos.


















