Poema 671: Días sin luz

Días sin luz

Qué bonito está el parque y qué desolador el cielo,

plúmbeo, amenazante,

contraste de hojas volanderas, calvas en los árboles

una lluvia incipiente en un lunes oscuro.

Sin saber aún de donde surge la alegría

o el análisis acelerado de un mundo veloz

en el que colocar tics por cada tarea realizada

sin análisis más allá de una charla poco convencional

o de la sorpresa de una celebración.

Algunos días salen redondos por una suma de éxitos,

por la ausencia de simas estrictamente presentes,

por el recuerdo mesurado de aventuras recientes.

La ausencia de luz dispersa la percepción,

activa áreas de permanencia-resistencia mental,

aterriza la mirada en las hojas cobrizas del parque.

Este pesimismo radiado será habitual en otras latitudes,

formas de vida curtidas por borrascas contínuas

y ángulos solares mínimos durante la hibernación;

aquí el viento desordena rutinas y eleva el consumo

de series televisivas y de redes sociales.

La energía potencial aún permite alquilar una bicicleta,

recorrer la ribera del río solitaria al caer la tarde,

contemplar la belleza a la velocidad perfecta.

Continúa la alegría de contraste y el optimismo

inopinadamente, contrario a toda predicción,

basado en una suma indefinida de matices positivos.

Poema 620: En la feria del libro antiguo

En la feria del libro antiguo

En el reflejo del contenedor de libros

pude ver una sombra de libros que era yo,

eran los volúmenes que atesoro y acaricio,

aquellas lecturas únicas, ya míticas,

los no-leídos que me esperan dulcemente

en un reposo inútil que decolora sus lomos

y nos avejenta como si el tiempo fuese un viento

castigador de almas y portadas.

Una visión de ex–libris estampados con esmero

confronta la lectura obsesiva

con el coleccionismo caótico y pecuniario.

Reconozco libros y procedencias,

portadas que estuvieron de moda, ya olvidadas,

la lectura única de una única persona

o los restos virginales de una edición nada exitosa.

Leo y memorizo, busco y rara vez encuentro

poetas de vanguardia, mujeres escritoras,

el raro ejemplar de una autora mercurial y apoteósica.

Mi yo desintegrado en mínimas porciones futuras

supone una intensa cura de humildad,

el reconocimiento de la insignificancia de tantos egos,

de lo efímero del placer lector y compilador compulsivo.

Bukowski acude desde el más allá  

con un pequeño ejemplar diletante y desvaído,

extraña edición, sorpresa, la alucinación postrera

de un genio desmedido y anti ejemplarizante.

Elevo el perfil de mi sombra en el tiempo que me queda,

esos minutos gloriosos en los que deambulé

entre póstumas alegrías y futuros incógnitos.

Poema 609: Vuelta a casa

Vuelta a casa

Llegó como un lucero en medio de la lluvia

encendiendo los charcos con su sonrisa

dividida entre la alegría del reencuentro

y la pérdida de una amistad profunda.

Se adaptó a la nieve y a las circunstancias,

liberó un torrente de verbalidad atrapada

en días de intensidad memorable.

Su fuerza narrativa fue desgranando hechos,

sentimientos, análisis de causas y consecuencias,

un viaje soñado, planificado, esperado,

la velocidad con que se sucede la realidad.

Su presencia llenó de risa y de burbujas la casa,

quería ser escuchada en cada detalle:

mi hija desafiaba al sueño y al agotamiento

alternando entre la alegría y el desconsuelo adolescente.

La fuerza radical de decisiones volanderas

se acoplaba con el amparo de la escucha materna:

ojos repletos de ilusión vital, ávidos de experiencias,

precavidos ante la volubilidad de sus semejantes.

Dormirá múltiples horas seguidas en su cama,

asentará sus sensaciones y reinventará significados,

modelará su memoria y su consciencia,

fortalecerá su paso firme en la protección devota

de su centro de gravedad adolescente.

Su presencia completa de nuevo este hogar.

Poema 538: Días de bici

Días de bici

El calor húmedo de la Costa Brava

es insoslayable a finales de julio,

solo el pedaleo en compañía y el agua

mitigan el cansancio extremo.

La luz hiere los ojos al mediodía,

unas cervezas y unas aceitunas

atenúan la dureza de la ruta.

Ayuda, ánimo, una conversación,

la belleza natural del camino,

sentir la fuerza de los músculos

para manejar el peso de la bicicleta,

me hacen sentir un privilegiado

en estos días de descanso laboral.

El consenso estupendo en el grupo,

la tolerancia compartida y conocida,

el reparto generoso de roles,

convierten cada jornada en ilusión,

en descubrimiento de paisajes,

lugares, personas, historias míticas.

Una piscina en un pueblo anónimo

es un oasis temporal en medio del camino:

bajar la temperatura corporal,

ingerir alimentos veraniegos

para recuperar toda la energía posible.

La alegría personal se integra

en un júbilo comunal multiplicativo,

juegos de palabras, bromas recurrentes,

trivialidades que conviven con confesiones

profundas, íntimas o recién elaboradas

en las arduas jornadas pirenaicas.

La vida fluye alegre a través del esfuerzo,

de la asociación de mentes cultivadas.

Poema 455: En la vida y en la muerte

En la vida y en la muerte

 A Perea
quien siempre nos transmitió alegría.

Un fanfarrón alegre, un torbellino,

vorágine de vida y alegría fresca,

un tipo inteligente y veloz.

No le conocí en el cara a cara con profundidad:

imagino que tenía su máscara,

la broma que esconde ideas y proyectos,

fracasos y éxitos.

Diría que era el más popular de la comarca

hasta que la vida le pasó por encima;

un trabajador infatigable, amigo de todos,

capaz de encender una chispa en un velatorio.

No sé cuándo apareció en nuestras vidas,

rapidillo y listo jugando al futbito,

ni como en los veranos se multiplicaba

en el día y en la noche,

siempre presente con su voz tan grave

y las anécdotas almacenadas por millares.

Ciertamente tenía el don de la risa

y la teatralidad narrativa de un genio;

quizás fue un faro generacional

omnipresente de forma oblicua

en cada evento, fiesta y celebración.

Se nos va un hombre excesivo y bueno,

recordado por todos con cariño,

la alegría de una juventud

difuminada en un sueño.

Poema 391: El final del viaje

El final del viaje

Todavía veo bicicletas rojas y amarillas

y la amplitud como un mar del río Danubio,

aún creo ver siluetas familiares en las calles

de los compañeros de aventuras.

El viaje se ha vuelto liviano

ante el quehacer diario;

irá adquiriendo su peso como una celebración,

un momento idílico en estos años,

risas, conversaciones en paralelo, confidencias,

el alma austriaca analizada en sus campos y jardines,

la belleza de unos cisnes o la sorpresa de un lago,

un café delicado a la vera de una abadía,

la suma de recuerdos veinticinco años después

y las miradas incrédulas de los jóvenes.

Quedará en el recuerdo el primer baño en el río,

las cervezas del final de cada jornada ciclista,

algunas pequeñas ascensiones por rampas empinadas,

o los albaricoques al alcance de la mano.

El viaje ha tenido una velocidad ideal,

la mirada limpia de quienes lo hacían por vez primera,

las risas de cada noche sentados a una mesa,

junto a recuerdos y pequeñas erudiciones.

Una siesta junto a un campo de calabazas

nos descubrió el territorio Alevita;

el mecanismo de una esclusa nos hizo detenernos:

admirar la fuerza hidráulica,

entender las complicaciones de la navegación,

poner un pie en un país y otro en Alemania.

La suma de los días excede con creces a lo imaginado,

pues el calor de esta vez o la lluvia del viaje original

trastocan el modus intinerantur.

Las despedidas nos dejan hilos invisibles,

enlaces, nervaduras, amistad y alegría,

incluso para los que habitamos en la periferia.

Recuerda Raquel la generosidad y el disfrute

en estos día terapéuticos de julio.

Que las lágrimas de la despedida

se conviertan en vínculos imperecederos.

Poema 388: Vértigo

Vértigo

Cada día es veloz en la suma de ideas,

esas que no reposan ni permanecen.

Se suceden las fechas marcadas en el calendario,

fastos, alegrías, reencuentros,

libres al fin de mascarillas y precauciones:

una Consagración de la Primavera sublime

pasó de largo en mi letargo,

una visita a un lugar mágico en el solsticio

apenas dejó un poso poético,

el fin de las rutinas matinales con los niños

no hizo mella en mis lágrimas no derramadas.

Todo pasa a una velocidad no deseada,

se acumulan fotografías y levedad,

apenas aparecen sueños que fijen la irrealidad,

y aunque las formas puedan mantenerse,

me siento como un defensa central que despeja

cuantos balones le llegan constantemente.

En medio de todo ese vértigo hay momentos estelares,

instantes en los que un detalle se elonga inesperadamente:

un olor, una luna, el vuelo de unas rapaces,

el dolor o la secuencia orquestada de sonidos,

un rostro, una frase en medio de la banalidad.

Todo suma y avanza en esta velocidad.

Confío en el poso y en el conjunto de percepciones,

en un resultado final que aún no vislumbro

tras la suma de esfuerzos de contención

en este renacer a la vida pasada y futura.

Poema 344: Tardes de octubre

Tardes de octubre

Las tardes de octubres son maravillosas,

verdes, amarillas, de todos los colores,

la gente pasea

recordando cuando no podía pasear

por el confinamiento,

a lo lejos los campos son arados

tras la lluvia que el fin de semana

comenzó a degradar las hojas.

Hay una necesidad oculta que me impele

a salir a caminar o a sentarme en un banco

a leer durante unos minutos un libro

sintiendo los rayos ya oblicuos,

sintiendo el privilegio de respirar sin mascarilla.

Cada octubre quiero aprehender estos días,

los colores de membrillos, arces, árboles de Judas,

la calma con que los patos reposan en el río.

Hay una luz dorada;

alguien recordaba en la radio esta mañana

el poema de Baudelaire Invitación al viaje,

la necesidad de escapar hacia la luz poniente

sobre los canales de Amsterdam.

Cae la tarde como un velo y con ella el relente

que refresca y obliga a cubrirse los brazos

aún tostados por el sol del verano.

Un perro negro corretea por el verde césped

indicando tal vez la fugacidad de la vida;

caen algunas hojas y no cesa el ruido en las calles

de vehículos cuyos conductores nada saben

de esta felicidad octubrina.

Hoy me he reído un instante bajo el sol

y ese tesoro me ha llenado el alma de alegría.

Poema 308: Ese tiempo desperdiciado

Ese tiempo desperdiciado

Ese tiempo desperdiciado no es mío,

es algo ajeno que me acontece y arrolla,

el vehículo imparable, gran tonelaje

de banalidades sin fin.

Raramente me enojo cada día

solo sombras de puerilidad o de imbecilidad

una invasión capitolina, una balanza

en la que no salgo bien parado.

El enorme placer de madrugar en soledad

de contemplar los tejados blancos por la helada

o la luna que ya difusa se oculta deprisa

como si no quisiera ver el desmadre

de tipejos que no cumplen las normas pandémicas.

La belleza es de una soledad desconcertante,

también la lectura,

abro un cuaderno con páginas blancas por delante

y garabateo lo que libremente fluya

sin cortapisas ni censura.

La alegría es efímera, o al menos esa alegría.

Soy consciente de que vivo dedicado a una suma

de instantes:

fotografías en ese momento de luz, un encuadre

efímero en un barrido ciclista,

el olor de un bosque en el que encuentras un níscalo,

esas nubes de formas aleatorias movidas por el viento.

Llega enseguida la alegría social impostada,

el juego maldito en el que acepté participar.

Estoy sometido al contraste necesario,

a un contrapunto de muchos instrumentos que dialogan,

una suma neoliberal de valores cotizados:

familia, soledad, abrazos y besos,

buenas y malas noticias, inestabilidad, energía,

ese instante en que la orquesta resucita las Variaciones Enigma,

una voz que decanta notas mágicas tras una ventana

horas antes del solsticio.

Mi tiempo social es melifluo,

contrapesado por decenas de libros apilados

esperando su lectura urgente y deseada.

Cuando haga balance vital habré olvidado los intersticios,

ese tiempo ya inexistente

en aras de belleza, cariño y una cierta soledad de fondo.

Poema 254: Alegría

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En un momento de soledad al final del día

pincho en el altavoz la Oda a la Alegría,

el poema de Schiller incrustado en la novena de Beethoven,

la voz del tenor me sube el ánimo

me trae a la cabeza el olor de los almendros en flor.

 

La libertad de poder pensar y opinar,

ante la amenaza del coronavirus,

mantener la calma cuando cierta locura

se apodera de la gente y la envuelve

es una alegría intrínseca que no puede cantarse.

 

Hay otras alegrías que no pueden expresarse,

códigos internos o apenas compartidos,

bases de datos ocultas a las que nadie accede,

placeres prohibidos, vías de escape

del gris invernal con amenaza de virus.

 

La explosión de serotonina tras el ejercicio,

una fotografía bella de las que tanto abundan,

la risa desmesurada por un detalle inesperado

me devuelven la intensidad de la vida,

el recuerdo de todos los momentos alegres vividos.

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