
El cielo parece presto a la nieve
–El cielo ralo parece presto a la nieve–,
escribí esta mañana cuando abrí la ventana del salón,
–Jirones azules desaparecen–, continué.
Finalmente llovió
y el día se tornó plomizo y un tanto anodino hasta ahora
pero tuvo detalles: orden, limpieza, un repaso a libros sin leer,
la interpretación del poema de Safo que tanto me está gustando
en la voz de Cristina Rosenvinge.
Siempre hay algo que distingue cada día,
una intensidad, un abrazo, un encuentro, una conversación,
un poema que lees y no absorbes.
Recibí una revista de matemáticas
y volví a escuchar El Poema de la Pasión.
Fui barriendo casi todas las cosas que tenía pendientes:
se termina el año y se hacen balances y revisiones,
las luces y el autoconocimiento, las sombras y la edad.
Alguien me reparó un aviso de avería del coche,
alguien me transmitió un abrazo para mi madre,
se me llenó la cabeza de imágenes de las calles desiertas
hará pronto cuatro años, durante el confinamiento.
Trabajé durante una hora, llegaron buenas noticias,
hice una compra afortunada y no pude lavar el coche por la lluvia.
Volví a pensar en lo que significa para mí la poesía:
llegar con minimalismo a la esencia de las cosas,
o de las personas, o de las situaciones, o de aquello que imagino.
Concentrarme plenamente y profundizar,
atravesar capas de forma rauda o demorarme en espirales
llenas de metáforas sutiles u oscuras.
Acabará con teatro aficionado, el lujo de la cultura y el esfuerzo,
en un día en el que el cielo parecía presto a la nieve
pero solo llovió.












