Poema 479: Castillos del mañana

Castillos del mañana

¿Cuándo se construyó esta casa?

La memoria se apaga y una zona oscura

desaparece con cada muerte:

todas las construcciones mentales elaboradas

durante una vida de experiencias y testimonios,

desaparecen.

Escuché batallitas de tercera mano sobre la guerra,

tan alejadas de la realidad como yo pueda imaginar,

me sumergí en recuerdos que no eran míos,

y ni siquiera puedo ya contrastar lo acontecido.

Millones de páginas escritas

y un gran vacío en el conocimiento del pasado:

quién mató a quién, quién fundó y quién dilapidó,

cómo de forma aleatoria el presente es así.

Se arreglan fachadas y cambian las propiedades de mano,

cada cual blanquea su historia, se ennoblece,

oculta sus zonas miserables, incluso alabea sus recuerdos

de forma que ya son épicos e irreconocibles.

Tres familias controlaban la manzana, –dijo mi padre–,

en dos generaciones, apenas quedan restos de ellos:

nuevos propietarios inesperados, nuevos fundadores,

el carácter individual y las alianzas.

La variabilidad humana tiene múltiples e incógnitas consecuencias,

se difuminan los genes, se distorsiona el pasado familiar,

solo el dinero es un hilo conductor,

más allá de la inteligencia o de las precauciones sucesorias.

Sobre las ruinas de hoy se construirán los castillos del mañana.

Poema 255: Aguanieve

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El aguanieve de marzo cae sobre las flores

de los cerezos chinos de mi calle,

también sobre el árbol joven del que penden copos de algodón,

y del viejo, decrépito y aún florido almendro

que ha presidido toda la escolarización infantil y primaria de mis hijos.

 

El pino guía ha sido destronado por el viento,

poda natural, destino inevitable de la cruda selección natural

o quizás una aleatoriedad imprevisible;

atemoriza pensar en la ausencia de patrones

en la muerte y desaparición de algunas formas de vida.

 

En dos viajes sucesivos he visto el pino derribado,

la maquinaria del hombre atacando el cadáver,

carroña con motosierra que solo deja el tocón,

el esqueleto devorado por el depredador,

las virutas naranja de la savia aún portadora de vida.

 

Sonrío bajo las gotas densas que trae el viento,

estoy pensando en la sintonía de Cyrano de Bergerac

que suena a las nueve y media en Radio Clásica:

no dejo de tararear la cortinilla de fin del programa

ni de embeberme de las palabras de despedida.

 

Los cerezos han sobrevivido al aguanieve,

resplandecen en la tarde fría y soleada,

aún no han esparcido el olor de su polen,

serán fecundados por formas de vida invisibles

para la vista desacostumbrada del urbanita ocupado.

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