
Restos de poemas
Ya no amanece durante el viaje,
la lluvia se ha instalado en lo cotidiano,
esa sensación de fugacidad permanece:
cada evento se anuncia y llega y se olvida
a imagen y semejanza del noticiario
elaborado según intereses económicos
que solemos pasar por alto.
Los balances de los bancos son escandalosos:
cincuenta millones diarios,
contrapuntados por vagabundos en los cajeros
mientras se discuten migajas en horarios laborales.
La mancha que cada uno deja, –Philip Roth dixit–,
es proporcional a su deshumanización:
cadáveres, guerras, xenofobia, ignorancia,
las plagas bíblicas actualizadas.
El aprendizaje es una luz, una lucha, una oposición,
cada cual lo comprende con intensidad diferente,
belleza, angustia, la agonía de los días, la edad,
esa felicidad que duró un verano inconsciente.
Se multiplican las protestas y han perdido el relato,
pero el pueblo elegido por su dios ataca,
se venga y la vergüenza política es tal
que hay que ocultarla con miles de muertos.
Llega el otoño con la lluvia, colorean los árboles,
viento, agua en los ríos, la comodidad del hogar
para los afortunados primermundistas.
Siempre hay dudas, resquicios e incomodidades,
esas que se silencian en nuestra imagen externa,
la lucha diaria por renovarnos, por soportarnos.
En la mirada está la clave del relato,
también en los silencios y los benditos recuerdos,
en el papel estelar o miserable que cada uno se otorga.
La psicología acabará por revelar los mejores hábitos.














