Poema 640: Ponta Delgada

Ponta Delgada

Toda isla supone aislamiento conceptual

también cosmopolitismo y crueldad.

Quienes arrasaron todo quemándolo

dejaron semillas de especies antiopodales,

también resistencia y unidad.

La singularidad es estratégica y volcánica,

también católica, colorida y floral.

La Historia superpone capas y anécdotas,

también los vientos que acortan distancias,

un escritor romántico que se suicida

acogiéndose a la saudade lusa continental

y el turismo incipiente levemente canalizado.

Aún sin apenas salir de Ponta Delgada

la vista detecta exuberancia y montículos verdes,

una promesa edénica y biológica desconocida,

jardines que se desbordan sin apenas cuidados,

una ciudad que va adecentándose sobre ruinas

de estilo colonial vetustas y encantadoras,

llena de iglesias análogas, manuelinas y barrocas.

Vuelan vehículos por calles estrechas

como si la prisa fuese connatural en medio de la calma,

de un mar que en verano parece domesticado,

de humanos que se esmeran en procesionar santos

para aplacar la ira de las placas tectónicas en fricción.

La ciudad está llena de contrastes, de quietud dominical,

de una reconstrucción lenta y amable

sobre un pasado de fortalezas e invasiones,

singular e iluminada por un clima suave y cambiante,

bellísima en su conjunto armónico y diferencial.

Poema 639: El ojo atlántico

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El ojo atlántico

Entre las miríadas de lagunas geográficas o culturales

estaba este archipiélago luso,

lugares de resonancias meteorológicas,

de resonancias de infamias prebélicas,

una bruma de localización indefinida y ajena.

Ojo, huracán, anticiclón, volcán,

un vocabulario expandido y mítico,

flora y fauna extraídas de relatos navegantes,

formas de vida locales y no turistizadas.

Se aproxima el observador-poeta en carne viva,

se apresta al conocimiento, al viento marino en la faz,

expectante ante las aguas termales o las cumbres volcánicas,

analista impío de la superficialidad observable.

Entre las indefiniciones conceptuales existen bases militares,

cuevas inexploradas, laurisilvas, cetáceos observables,

la sospecha habitacional antes del siglo quince.

Hacia allá nos dirigimos cual visitantes privilegiados,

punta de lanza, viajeros inquietos y observadores.

Confío en la luz atlántica, en la imaginación,

en la intensidad vital de la madurez contemplativa,

analítica, perceptiva.

Comienza un viaje de apertura atlántica,

de expectativas difusas en medio de la neblina ignorante.

Poema 603: En medio del caos

En medio del caos

Dice mi hija:

–Un viaje así no lo organiza cualquiera–

Todo era más difícil antes de la era tecnológica,

también más simple e incierto.

Veo cientos de imágenes en las pantallas

verdes pastos, glaciares, arenas negras,

volcanes amenazantes, geiseres,

un atisbo verde difuminado de aurora boreal.

El contraste anunciado de intenso frío

y el calor humeante de las aguas termales.

Paisajes inhóspitos desiertos de humanos,

la luz escasa del invierno aún vigente,

y el vigor de una naturaleza nórdica

que hizo a los vikingos fuertes y agrestes.

Dicen las estadísticas que son gentes amables,

sin apenas población reclusa,

proclives a la igualdad de género,

un pueblo abierto y orgulloso de su naturaleza.

Veo mapas, alojamientos, distancias,

puedo sentir esa sensación térmica en el rostro,

el frío intenso y el viento que llega desde el mar

como una fuerza envolvente inevitable.

El caos está en la mente del viajero

que imagina todas las posibles adversidades,

también todas las maravillas visuales y estéticas.

Comienza la aventura de transitar por la vorágine.

Poema 595: Ascensos y descensos

Ascensos y descensos

La suma de incomodidades diarias

no está exenta de momentos brillantes.

El niño de apariencia frágil y pocos amigos

se ha convertido en un adolescente fuerte,

con gran personalidad, integrado en el mundo.

Desfilan ante mí –cuando todo se me olvida

imágenes cíclicas de abrazos, despedidas y reencuentros.

Inundaciones, soluciones a problemas diversos,

sobrevivir, por encima de todos los demás asuntos,

encajar, lesionarme, expandirme y correr,

ascender a un volcán o al pico Pinajarro,

esa suerte que me acompaña como un aura,

el miedo que se oculta tras una sonrisa

y el delicado equilibrio del agotamiento.

Y casi siempre la anécdota o el momento estelar,

esos que la apisonadora del tiempo va aplanando,

pero que superpuestos son ya cumbre y apogeo.

Cientos de poemas, casi nunca banales para mí,

me muestran esos cielos de auroras y ocasos,

el esfuerzo y el tesón, el enfoque en cada asunto,

la búsqueda de soluciones óptimas

y la minimización de los desastres inesperados.

Se pasa la vida y se pasan algunas oportunidades

de otros modus vivendi, otras cosmogonías,

una vida menos pública o el riesgo del éxito o fracaso.

El Universo expande tu mota de polvo cósmica

durante un instante infinito hasta desparecer.

Poema 536: Sendas volcánicas

Sendas volcánicas

Dentro del cráter surge la duda:

¿qué harías si esto empezara a temblar?

Dice la lógica, que lleva veinte mil años en reposo,

que cientos de miles de personas han pisado allí,

pero el atávico miedo a la erupción volcánica

permanece en algún lugar recóndito de mi cerebro.

Las imágenes que puedo recrear son ficción

o realidad a través de un objetivo:

soy el dueño absoluto del desastre,

del color rojo vivo de la lengua de lava imparable.

En los tubos volcánicos impera la música New Age,

el sonido del viento mezclado con agudas notas de violín

y los graves lamentos del contrabajo.

Me acerco al trance, a la geometría de la lava,

estafilitos, chimeneas, el azar del discurrir hacia el mar,

unas condiciones no aptas para la vida.

Los caminos humanos se abren entre los basaltos,

dividen la tierra baldía, conducen al epicentro

localizado con círculos triláteros;

allí uno se empequeñece y observa las formas descomunales,

la elevación del interior de la corteza terrestre,

el juego de presiones y temperatura que conduce

a la renovación estructural de las condiciones iniciales.

Poema 533: La promesa de los volcanes

La promesa de los volcanes

La promesa de los volcanes

es una esperanza y una sonrisa matinal,

alejarse de la ruta-paseo marítimo de clubes,

de locales con música y diversión decadente

tras la comida rápida precocinada.

Allá donde estuvo Raquel Welch bañándose,

secuestrada por un archaeopterix volador,

hoy florece un excepcional parque protegido,

un orgullo centenario de lavas y coladas.

El volcán de la Corona ofrece una referencia mítica,

aprovechada su falda para cultivos vinícolas

en medio de semicilindros protectores del viento.

La piedra del volcán es la base de la cultura,

el desarrollo de la inteligencia colectiva

durante generaciones de supervivientes.

El Charco de los Clicos, tan verde,

es una reminiscencia de algas y de azufre,

un contraste con el negro volcánico y el azul marítimo.

El paseo por Timanfaya promete paisajes lunares,

la visión aún virgen para el ojo del visitante,

una experiencia mística y sensual cerca del trance.

Poema 532: Volcánica

Volcánica

El disco opaco lucha con la calima,

aparece tras unas palmeras en la playa negra,

se eleva suavemente cual Atlántico golpeando

sobre los restos volcánicos insulares.

Deportistas de todo aspecto y condición

trotan o marchan sobre el paseo marítimo;

huele a café y a tostadas en los chiringuitos,

se desperezan algunos yoguis saludando al sol,

es aún la hora mágica de los madrugadores.

Al suroeste, siguiendo la línea de la costa,

las montañas volcánicas se vuelven doradas,

todo el paisaje africano tiene algo de irreal.

Me he sentado en la arena negrísima frente al mar,

unas gaviotas planean sin esfuerzo aparente,

se introducen en la espuma de las olas,

picotean aquí y allá en busca de alimento matinal.

Mis reflexiones son contradictorias,

absorben la línea costera, el lugar y el instante,

se llenan de júbilo por la belleza y la calma

añoran una juventud que se me escapa.